La presente situación de grave crisis económica mundial que afecta a nuestro país, lo mismo que a todo el mundo desarrollado ?los pueblos y sociedades menos desarrolladas la vienen padeciendo desde siempre?, golpea con especial dureza a los últimos y excluidos: los pobres, los inmigrantes y los marginados de todo género. Ante esta realidad lacerante, los cristianos nos sentimos interpelados por aquella antigua pregunta ?¿Qué has hecho de tu hermano??? (Gén 4, 10), y urgidos por el permanente mandato del Señor Jesús para atender a los necesitados: ?Dadles vosotros de comer?? (Mc 6, 37).
Por ello nos interesan especialmente las cuestiones que tienen que ver con la justicia y la redistribución de las riquezas, con la conservación sostenible del medio ambiente y la supervivencia con dignidad de la entera familia humana, de acuerdo con lo que escribía Paulo VI en 1967, en la encíclica Populorum progressio: ?El desarrollo es el nuevo nombre de la paz??.
Cada uno de los cristianos, en primera persona, debe asumir su responsabilidad frente a estos graves problemas. Sólo así podrá resultar creíble la denuncia profética de las situaciones de injusticia por parte de la Iglesia (laicos, clero y jerarquía), y eficaz su compromiso en favor de la promoción y el desarrollo de las sociedades y los pueblos más necesitados. Al hacer oír con credibilidad su voz profética, la Iglesia y todos los cristianos deberemos proclamar con claridad:
Que la actual crisis económica ?con repercusiones mundiales que afectan, sobre todo, a los más débiles?, es consecuencia directa del capitalismo salvaje, maquillado en algunas ocasiones con revestimiento cristiano.
Nuestro apoyo y reconocimiento a todas las iniciativas sociales y políticas que se sitúen en una trayectoria evangélica hacia una más justa redistribución de los bienes, unos límites en la propiedad de los mismos y un desarrollo sostenible, con independencia de que los grupos o los gobiernos que las promueven se declaren o no cristianos.
La crítica y el rechazo firme de todo enriquecimiento escandaloso, de las retribuciones abusivas y, en general, de cualquier forma de enriquecimiento que no tenga su necesaria proyección social a favor de la comunidad.
Que debemos alentar todas las iniciativas que promuevan las prácticas de banca ética, comercio justo y consumo responsable. De este modo contribuiremos a promover un estilo de vida sencillo y acorde con los principios evangélicos, desterrando el modelo de comportamiento actual que se guía por el egoísmo financiero y la cultura imperante del bienestar a toda costa, un modelo, por desgracia, que nuestro sistema educativo contribuye a inculcar y multiplicar.
Y nuestra conciencia cristiana nos obliga a recordar en el presente a los excluidos de siempre, a los pueblos del Sur, que sufren y sufrirán las consecuencia de la crisis con mucho más rigor que nosotros.
Además, creemos que la Iglesia de la que formamos parte, y en concreto nuestra Iglesia española, frente a la inquietud general del difícil momento en que vivimos, debe conectar con el sueño de Dios de una economía que atienda las necesidades de todos, que se oriente al servicio de toda la sociedad y que sirva para aliviar los múltiples sufrimientos y angustias que de esta crisis se derivan.
Salvo algunas excepciones, la Iglesia oficial en España no ha querido abordar esta cuestión de la crisis, alegando el desconocimiento de los obispos sobre las materias económicas. Pero estamos convencidos de que entre nosotros hay laicos cristianos perfectamente preparados para hablar y asesorar de forma coherente e inteligible sobre la crisis económica que nos agobia, para enjuiciar sus efectos y para sugerir, desde una perspectiva evangélica, cuál puede ser la actitud de los cristianos y de la Iglesia frente a tan graves problemas.
En respuesta a las señales de alarma general que ahora todos percibimos, nuestros obispos deben buscar el asesoramiento de los expertos, para acompañar con su palabra el sufrimiento y las angustias de tantos de nuestros conciudadanos y para sumarse, con realismo y esperanza, al debate actual promovido por aquellas personas, instituciones y grupos que buscan lealmente unas soluciones de justicia para el conjunto de la sociedad.
El pueblo de Dios espera palabras elocuentes y de consuelo, acompañadas también de gestos que las hagan creíbles, como el reciente acuerdo de la Conferencia Episcopal Española de destinar a Caritas el 1% del Fondo Común Interdiocesano (aproximadamente 1,9 millones de euros) para emplearlos en la lucha contra la pobreza; o el ofrecimiento por algunos grupos de sacerdotes y seglares de una parte de sus retribuciones salariales con la misma finalidad solidaria. En esta misma línea y en el futuro inmediato la Iglesia española debería reorientar su política de inversiones financieras, para emplear sus recursos económicos con transparencia y sentido de responsabilidad social.
Todos conocemos la ingente labor caritativa y asistencial que la Iglesia desarrolla en España. Creemos que tal actitud debe ir acompañada de la valentía en la denuncia profética de las situaciones de injusticia que hacen imprescindible esta labor asistencial, incluidas aquellas de las que pueden ser responsables algunos cristianos. Porque difícilmente logrará la Iglesia hablar con plena libertad y que en su voz se perciba el auténtico aliento evangélico, mientras siga dando la imagen externa de alianza con los poderosos y de coincidencia con sus valores.
Con todas estas reflexiones intentamos aportar nuestro esfuerzo para que se haga realidad el lema propuesto por el papa Benedicto XVI en su mensaje para la celebración de la Jornada Mundial de la Paz de este año 2009: Combatir la pobreza, construir la paz.
Enero de 2009. Cristianos en Red de Valladolid.