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En la encíclica Fratelli Tutti el Papa Francisco propone una alternativa al paradigma dominante del dominus (dueño y señor), en el que el ser humano está fuera y por encima de la naturaleza, disponiendo de ella a su antojo, como si fuese su dueño. Esta visión está en la raíz de la crisis mundial de hoy.
Frente a ella el Papa propone el paradigma del frater (hermano y hermana), del ser humano formando parte de la naturaleza, y por eso hermano y hermana de todos los demás seres creados por la Madre Tierra. Acompaña a la fraternidad universal el amor social y el perenne cuidado por la Madre Tierra.
Este paso es una una forma de encontrar una salida a la crisis actual, que amenaza el futuro de nuestra civilización. Para recorrer el camino de la hermandad universal y del amor social, necesitamos una ética del cuidado de la Madre Tierra y de todos sus hijos e hijas.
Pero no basta una ética. Tenemos que ir más profundo, allí donde pueden surgir nuevas ideas salvadoras. Es la espiritualidad, como bien vio la encíclica Laudato Sì del Papa Francisco. En ella se dice que debemos evocar “motivaciones que surgen de la espiritualidad para alimentar una pasión por el cuidado del mundo” (n.216).
Que quede claro que espiritualidad no es sinónimo de religiosidad. Aunque la religiosidad puede potenciar la espiritualidad, esta nace de otra fuente: de la profundidad del ser humano. Hoy muchos pensadores serios y científicos ven la espiritualidad como una parte esencial del ser humano, al igual que la corporalidad, la psique, la inteligencia, la voluntad y la afectividad.
Neurolingüistas, los nuevos bioantropólogos y eminentes cosmólogos como Brian Swimme, David Bohm y biólogos como Watson y Collins, entre otros, reconocen que la espiritualidad forma parte de la esencia humana. Somos naturalmente seres espirituales, aun no siendo explícitamente religiosos. Por eso se habla especialmente en Estados Unidos y en la new science de la espiritualidad natural que debe ser vivida en todas las fases de la vida comenzando desde la infancia.
Esa parte espiritual en nosotros se revela por la capacidad de amar, por la solidaridad, por la cooperación, por la compasión, por la comunión y por la total apertura al otro, a la naturaleza, al universo, en una palabra al Infinito. La espiritualidad nos hace intuir que detrás de todas las cosas hay una Energía poderosa y amorosa que sustenta todo y lo mantiene abierto a nuevas formas en el proceso de la evolución. Algunos cosmólogos la llaman la Fuente originaria de todo ser. Yo prefiero la expresión: El Ser que hace ser a todos los seres.
Algunos neurólogos han identificado un fenómeno excepcional. Siempre que se abordan existencialmente temas ligados a Dios y a lo Sagrado, en el lóbulo frontal de nuestro cerebro se produce una aceleración descomunal de las neuronas de 9 hasta 30 herz. Ellos, no los teólogos, lo llamaron el “punto Dios en el cerebro”. Así como tenemos órganos exteriores mediante los cuales captamos la realidad circundante, los ojos, los oídos, la piel, tenemos un órgano interior, es una ventaja evolutiva nuestra, para percibir a Aquel Ser que subyace a todos os seres, la Energía misteriosa que nos mantiene en la existencia.
Esta dimensión espiritual de nuestra naturaleza ha sido sofocada por nuestra cultura que venera más el dinero que la naturaleza, más el consumo individual que el compartir, que es más competitiva que cooperativa, que prefiere el uso de la violencia al diálogo para resolver conflictos y recurre a la amenaza y al eventual uso de armas de destrucción masiva. Pero son los valores ligados al frater, a la hermandad universal, que abrazan a la naturaleza y a la humanidad los que pueden salvar la vida.
Puesto que somos seres espirituales podemos darnos cuenta de los males que estamos causando a nuestra Casa Común. Ante el peligro de que nosotros mismos podamos desaparecer, existe la posibilidad de que demos un salto en nuestra conciencia y establezcamos una nueva relación de amor, de empatía y de cuidado de la Tierra y de todos los demás seres.
El gran pensador francés Edgar Morin, siempre preocupado por la situación ecológica de la Tierra, afirmó: “La historia ha mostrado varias veces que el surgimiento de lo inesperado y la aparición de lo improbable son plausibles y pueden cambiar el rumbo de los acontecimientos”. Como dijo un presocrático: “espera lo inesperado porque ahí puede estar lo nuevo”. Estemos atentos a lo inesperado y a lo improbable porque pueden ser plausibles e indicarnos un nuevo rumbo salvador para la Tierra, nuestra Magna Mater y Casa Común.
En verdad nadie puede decir hacia dónde va la actual situación de la Tierra, convulsionada por la disputa entre un mundo unipolar dominado por USA y el mundo multipolar, que tiene a Rusia, a China y a los BRICS como principales actores. Hay peligro de agravamiento y de que la guerra comercial de Trump termine en una guerra real que sería aterradora para la biosfera y la vida humana.
En situaciones así, los cristianos se fortalecen en la esperanza de que no suceda todo esto fundándose en la fe en un Dios que se presentó como “un apasionado amante de la vida” (Sabiduría 11,26). Él es el Señor del destino de la historia general y de la vida humana. Y actúa con bondad y misericordia.
*Leonardo Boff ha escrito Cuidar de la Casa Común: cómo retrasar el fin del mundo, Vozes 2024.
Traducción de MªJosé Gavito Milano