Como en casa. Editorial del Nº 115 de «Tiempo de Hablar-Tiempo de Actuar»

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Moceop

En la Iglesia como en casa: acogidos, respetados, calentitos, queridos.
Somos muchos los creyentes que tenemos necesidad de sentirnos a gusto en la Iglesia, como en casa. Pero no siempre se logra ese clima de bienestar, unas veces por la «violencia estructural», otras por la «violencia personal»
Para que esta gran familia eclesial sea, de verdad, un lugar de encuentro libre y gozoso necesita repensarse a sí misma desde la humildad, sabiendo que la experiencia cristiana y eclesial católica no sirve a todo el mundo y que Dios se sigue manifestando en otras culturas y otros pueblos. Es decir, la Iglesia debe reinventarse e incluso llegar a desaparecer para resucitar.

Se hace necesario borrar del frontispicio esa lapidaria y desafortunada definición de una, santa, católica, apostólica y romana, porque divide, excluye y lleva una gran carga de fanatismo y fundamentalismo. A las personas que ya llevan encima una parte importante de la vida y han conocido otras situaciones sociales y eclesiales, les suena tan mal esta definición como aquella otra de una, grande y libre, que se acuño como síntesis de la España de la dictadura. Ambas fórmulas han funcionado como eslóganes durante mucho tiempo (y parece que vuelven a usarse con fuerza en ciertos ambientes) como compendio de la esencias más puras del mensaje evangélico y del patriotismo respectivamente.

Hoy parece más evangélico hablar de una Iglesia plural, humana más que santa, ecuménica y local y no sólo católica, evangélica más que apostólica y democrática en lugar de romana. Hay que pasar del axioma excluyente «fuera de la Iglesia no hay salvación» al principio inclusivo «fuera de los pobres no hay salvación»

Gracias a Dios hay experiencias e intentos de otra Iglesia, que es más de Jesús que de dogmas y códigos. Pero hay que construirla día a día, y entre todos, en nuestro entorno; construirla en tierra, con suelo, siendo la horizontalidad, y no lo piramidal, la que cimiente esta casa.

Se oyen muchas voces, porque hay ganas, pidiendo otra forma de ser y hacer Iglesia. Se demanda «una Iglesia chiquitita, con muchas ventanas, con mucha luz natural»; hoy se cree más en «una Iglesia abierta sin muros ni ladrillos»; se opta por una Iglesia «en complicidad con la justicia, con lo que debe ser»; se necesita «una Iglesia de muchos abrazos»; Iglesia construida «como comunidad humana de vida».Se está viviendo ya en la Iglesia y esto permite «abrir nuestro corazón, nuestra mente, nuestro ser y no tener miedo»

Todas estas realidades de una Iglesia nueva son la recreación de la Iglesia fresca que salió del Vaticano II: «La Iglesia, en virtud de su misión…se convierte en señal de la fraternidad que permite y consolida el diálogo sincero. Lo cual requiere que se promueva en el seño de la Iglesia la mutua estima, respeto y concordia, reconociendo todas las legítimas diversidades…No se excluye a nadie por nuestra parte…ni siquiera a los que no conocen al Autor de todos…ni a los que se oponen a la Iglesia y la persiguen de varias maneras». Tenemos que lograrlo, vamos a conseguir hacer una Iglesia doméstica en la que todos nos sintamos como en casa; entonces haremos, como dice Pepa Moleón «un baile, una danza en la que nos tomamos las manos, intercambiamos las palabras o la mirada, la carencia y la posibilidad»