Enviado a la página web de Redes Cristianas
Después de muchos años de activismo, en España y en América (1968-2022), y habiendo superado los 79 años de edad, me veo en la necesidad de hacer un alto en el camino y adentrarme en el silencio por un tiempo no determinado, para pensar, evaluar el
pasado, analizar el presente histórico y situarme en él, y sobre todo, para prepararme a dejar este mundo.
Necesito la brisa del silencio para beber en mi propio pozo, que es un cúmulo de experiencias vividas, y contemplar la realidad histórica con los ojos del corazón.
Necesito ver hacia dónde camina la historia y el futuro del planeta y, a la luz del Espíritu, buscarle sentido a nuestra existencia. Yo no soy más que un insignificante granito de
vida en una historia inmensamente más grande que mi existencia y la de mis coetáneos.
Soplan vientos malignos a lo largo y ancho del planeta. Avanzan las ideologías de muerte, cargadas de intolerancia, odio, miedo, racismo, xenofobia, homofobia, aporofobia, nacionalismos y fundamentalismos políticos y religiosos, que unidos a la
indiferencia ante el cambio climático, están llevando a la humanidad a una situación de injusticia, corrupción y violencia sistémica y al planeta Tierra a un estado caótico.
No creo exagerar.
Aumenta la brecha social entre el norte y el sur. Crece la desigualdad en el mundo a un ritmo acelerado. El 1% de la humanidad posee tanta riqueza como la mitad de los
habitantes de la tierra. En esta realidad aumentan las migraciones. Se levantan muros y vallas. Se cierran las fronteras a los refugiados pobres. El terrorismo de los grupos
fundamentalistas es una amenaza constante.
Persiste la violencia de género, los medios de comunicación están vendidos al gran capital, difundiendo la mentira y alienando a los pueblos. Surgen movimientos de ultraderecha y gobiernos violadores de los derechos humanos. Se infringe el derecho internacional.
La carrera armamentista y nuclear, el narcotráfico y la especulación financiera dominan la economía mundial.
Esta realidad puede desconcertarnos y desmoralizarnos. Los años me han enseñado a relativizar muchas cosas. Siento que todo lo que vivimos es relativo. Me preocupa esta situación, pero no me angustia. Todo esto pasará. No hay nada eterno en la historia, ni siquiera la Iglesia como institución. Doy gracias a Dios por la presencia profética del papa Francisco que busca una Iglesia pobre al servicio de los pobres y de la vida.
Los años me han enseñado que todo es relativo menos el sufrimiento humano y el misterio de Dios,
Fuente de Energía y de Vida plena.
No obstante, me motiva ver la iniciativa de multitud de hombres y mujeres, sobre todo jóvenes, en todo el mundo al lado de los más empobrecidos, migrantes y refugiados e involucrados en el cuidado de la Casa Común. Todas aquellas organizaciones
comprometidas en la defensa y promoción de los derechos humanos y derechos de la naturaleza son una esperanza.
Mi opción por el silencio en esta última etapa de mi vida, como describí en el libro El Grito del Silencio (PPC), no es una huida del mundo. Es un cambio de trinchera, no de lucha. En el silencio pienso, medito, rezo, escribo, me identifico con la tierra que cultivo y trato de responder, en la medida de lo posible, a las demandas de charlas que me solicitan.
La utopía por un mundo alternativo sigue viva, pero de otra manera. En el silencio me adentro en el misterio de la vida, en el corazón del universo y vibro al ritmo de la energía
de tanta gente y movimientos que luchan por un cambio de rumbo en la historia.
En el silencio encuentro la plenitud de la palabra y el sentido de la lucha por una nueva humanidad.
Tengo la firme esperanza de que la última palabra sobre la historia no la tiene los poderes del mal, el sistema capitalista hoy globalizado, que es muerte para los pobres y
destrucción del planeta.
Tanta semilla sembrada a lo largo de los siglos y tanto
sufrimiento y sangre derramada no pueden quedar infecundos. Como creyente creo que la última palabra la tiene el Dios de la vida, que es el Dios de los pobres y de quienes sueñan y luchan por otro mundo más humano.
Vamos caminando en esperanza con la certeza de que el poder y la misericordia de Dios es infinitamente más grande que nuestras debilidades y limitaciones.
Laudate, omnes gentes, laudate Dominum
Fernando Bermúdez
Octubre 2022