Brasil: El caso Neymar -- Frei Betto

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Adital

Neymar tiene 18 años. Es toda una revelación como jugador de fútbol. Juega en el Santos, el mismo equipo que proyectó a Pelé. Y juega bien, muy bien. La diferencia entre ambos es que Pelé se portaba educadamente en el campo.
Neymar es rebelde. No entra sólo para jugar. Entra para luchar: insulta al técnico, a los adversarios e incluso a los hinchas del equipo. Neymar tiene mecha corta. Actúa en base a ojo por ojo, diente por diente. No se conforma con que la pelota no sea sólo suya.

El entonces técnico del Santos, Dorival Junior, en su papel de educador (como todo técnico debiera hacer), castigó a Neymar por mal comportamiento. Por falta de ética lo sacó de la alineación en un juego importante, contra el Corinthians, el 22 de setiembre. La directiva del Santos, en vez de apoyar al técnico, decidió apoyar a Neymar. Fue como si una escuela expulsara al profesor ofendido por el alumno.

Dorival Junior fue destituido y Neymar puesto para el juego contra el Corinthians. De poco sirvió, pues el Corinthians ganó 3 a 2.

Mano Menezes, técnico de la selección brasileña, hizo lo que el Santos debiera haber hecho: castigó al joven atleta. Le mostró los límites. Si Neymar quiere ver su talento brillando en los partidos, tendrá que aprender a dominar su furia. Aprender a saber perder. Y admitir que él puede mucho, pero no lo puede todo.

El fútbol fue un deporte; hoy es competición. Fue arte; hoy es violencia. Fue factor de integración social; hoy exacerba las disputas entre las hinchadas enfurecidas. Los estadios, en días de partido, parecen cárceles en días de visita. Policías por todos lados, hinchas revisados, armas confiscadas.

Los jugadores más bien parecen atletas de lucha libre. Entran al campo para destrozar al adversario. Predomina la agresión verbal y física. Las faltas no resultan de la disputa del balón; son premeditadas y tratan de inmovilizar al adversario, de ser posible mandándolo fuera del campo o incluso al hospital.

Los valores democráticos son negados por el ethos guerrero del fútbol que se practica hoy. Los equipos entran al campo imbuidos del espíritu revanchista. Detrás de cada jugador está el juego de poder de los dirigentes. Los atletas valen por lo que representan monetariamente. Son tratados como productos de exportación. Y en un mundo carente de héroes altruistas, ellos ocupan el vacío. Son idolatrados, envidiados, imitados.

En la cabeza de miles de niños y jóvenes representan un modo de volverse ricos y famosos sin necesidad de estudiar mucho. Basta con tener habilidad de hacer obedecer al balón a la voluntad que se manifiesta en los pies.

No sólo el Brasil es un gigante adormecido. Lo es también nuestra selección desde la conquista del pentacampeonato. Ahora está despertando. Despierta para la Copa del 2014, que tendrá como escenario nuestro país. Hay miles de millones de dólares en juego. Por eso lo que parece un sencillo partido entre dos equipos es, para los dirigentes e inversores, un laboratorio destinado a transformar gatos en leones.

El Brasil no puede, en el 1014, repetir aquella humillación de 1950. En aquella Copa, en el juego final, en pleno Maracanã, Uruguay ganó por 2 a 1. En aquella época el fútbol todavía era deporte. Los estadios no se parecían a los coliseos ni los atletas a los gladiadores. Y los dirigentes apostaban más por sus equipos que por sus cuentas bancarias.

Los buenos jugadores no brotan de un día para otro. Son preparados desde la infancia. Los clubes mantienen escuelas de fútbol. Muchas exigen a los alumnos asistencia a la escuela formal y buenas notas. Eso está bien. Pero no es suficiente. Esos niños debieran aprender también lo que significa la ética en el deporte. Valores y derechos humanos. Para que más tarde, alucinados por la fama y la fortuna, no se transformen en monstruos sospechosos de complicidad con traficantes y de homicidios horrendos.

¿Alguien ha reflexionado ya sobre en qué medida el bullying, que tanto asusta a las escuelas, es el reflejo de lo que sucede en nuestros estadios? Donde falta la educación campea la perversión. Si la ley del más fuerte es lo que predomina a los ojos de la multitud, ¿cómo esperar una actitud diferente de niños y jóvenes carentes de ejemplos de generosidad y solidaridad?

Nuestro fútbol, tan bueno con el balón, ¿no estará mal de la cabeza? ¿No se habrá transformado en un inmenso casino manipulado por quien amasa fortunas? ¿Tiene sentido, en un país civilizado, que atletas, símbolos de vida saludable, posen haciendo propaganda de bebidas alcohólicas?

Hay que escoger entre Olimpia y Roma, maratón o coliseo. Y conocer la diferencia entre los verbos disputar y aniquilar.

[Autor de «Alfabeto. Autobiografía escolar», entre otros libros. http://www.freibetto.org/> twitter:@freibetto.

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Traducción de J.L.Burguet].

* Escritor y asesor de movimentos sociais