Boletín Alas (nº 35). Editorial: Crisis de autoridad en la Iglesia Católica -- Colectivo Alas

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El pasado 1o de septiembre se realizó en ciudad de México el seminario «Crisis de autoridad en la Iglesia Católica», con la participación de reconocidos especialistas en el tema, quienes coincidieron en señalar, como principal factor de la pérdida de credibilidad y autoridad moral de la jerarquía eclesiástica católica, la crisis del modelo eclesial vigente, anclado en el conservadurismo y la alianza con el poder, con miras a mantener su estatus de privilegio y excepción en lo público.

Convocado por el Observatorio Eclesial con el objetivo de propiciar una diálogo abierto sobre las principales cuestiones que se debaten hoy en torno al papel de la iglesia en el contexto social, político y económico de nuestro país, fue una importante oportunidad de profundizar en las causas reales (internas y externas), que han conducido a la institución católica a una de sus más grandes y graves crisis en la historia de la iglesia contemporánea.

El panel central estuvo integrado por la religiosa belga María Van Doren, doctora en teología y reconocida feminista en nuestro país; el teólogo Alberto Athié, testigo importante de la situacíón que guardan los derechos humanos al interior de la iglesia; y el maestro Emilio Álvarez Icaza, de reconocida trayectoria en pro de los derechos humanos desde una perspectiva creyente, en México; quienes, con sus respectivos aportes y enfoques coadyuvaron al análisis crítico de un sistema religioso, cual es el católico, que ha justificado la injusticia teológica y simbólicamente.

Partiendo de una clara distinción entre la iglesia, que es esencialmente comunidad de creyentes, y su jerarquía, se ubicó la crisis de ésta última precisamente en el reduccionismo que han hecho de la identidad católica a la mera obediencia a la autoridad, trastocando con ello lo experiencia cristiana misma.

No es pues, sólo la caducidad de unas estructuras que ya no se corresponden con los nuevos tiempos, ni tampoco la pérdida inconsciente del sentido, de la brújula, por parte de la alta jerarquía católica; se trata fundamentalmente de una perversión de la identidad y de la misión, misma que llega a límites insospechados cuando se empieza a proteger sistemáticamente a los que abusan de los más pequeños.

Ante tal encubrimiento y abuso de poder (manifestado fundamentalmente contra los más débiles y contra las mujeres), ¿qué esperanzas de superación de la crisis, de reconstrucción existen? ¿qué se puede esperar aún de las autoridades eclesiásticas? Si bien urge un camino de conversión, de reconocimiento y rectificación de las faltas cometidas, de reparación profunda del daño físico y moral cometido contra la comunidad creyente, surge cada vez más el convencimiento que es camino tendrá que recorrerse a partir de las víctimas, desde las bases: nos toca a las y los creyentes, a la comunidad, cuidar a la iglesia.

Porque sus líderes eclesiásticos se han empeñado en la «necedad» como forma de construir o mantener la iglesia, que no el Reino. Baste preguntarse dónde están los pastores de la iglesia católica, qué causas sociales lideran, para quedarse en el silencio como respuesta, la omisión o la colusión con la injusticia.

Hay una nueva agenda de derechos humanos para responder a una espiral de violencia ante la cual el Estado ha abdicado de su responsibilidad; lógicas que convierten a la víctima en victimaria; cuál es la respuesta eclesiástica, de negación, de impasibilidad y empecinada indiferencia, que mediante una política de control de daños ha conducido a la iglesia (en analogía con la política del gobierno), de la transición al desaceleramiento, estancamiento y regresión.

A pesar de los esfuerzos nacidos del Concilio Vaticano II y las Conferencias del Episcopado Latinoamericano, por una renovación eclesial y un mayor compromiso social y político de las y los cristianos, desde y en pro de los pobres y excluidos; nuestra jerarquía católica mexicana (y no sólo ella), se empeña en una pastoral de reproducción institucional de la impunidad, de la misoginia y del odio.

Desoyendo abiertamente el Evangelio, apuesta por una pastoral de la «opción preferencial por los ricos», una pastoral del control y del miedo a la libertad del laicado, una pastoral del conflicto, más que de reconciliación, una pastoral de la soberbia y la negación, una pastoral de la ceguera frente al sufrimiento de millones; una pastoral, en fin, de la depredación.

Todo esto está trastocando la naturaleza misma de la Iglesia: existe una perversión de los valores del cristianismo. El resultado: la pérdida de legitimidad. El reto: afrontar la crisis como oportunidad de cambio. Frente a una jerarquía irredenta, apostar por el fortalecimiento de la laicidad y el laicado, de sus iniciativas, de sus luchas; des-encubrir, abrir a debate público estas problemáticas, no dejarlas pasar, mantenerlas en la memoria histórica, no reproducir el silencio ni la impunidad.

De algún modo el debate abierto por el Seminario Permanente del Observatorio Eclesial, ha coadyuvado a estas tareas, y hoy la reanudación de la publicación semanal del boletín Alas quiere ser un grano de arena más para la gestación de una conciencia crítica frente al acontecer religioso, en nuestra sociedad y en nuestras iglesias.

© Colectivo Alas