La vida de Benita Prat ha estado siempre guiada por la providencia de Dios. Esta fe incondicional fue la que le llevó, hace 10 años, cuando había cumplido ya 58, a dejar toda una vida de educadora en un centro de elite de Valladolid para embarcarse en la aventura de abrir un colegio en la ex-comunista y pobre Albania. Le ha proporcionado también esperanza para superar los mil miedos y dificultades a que ha tenido que enfrentarse. Por ejemplo, 24 juicios sobre la propiedad de los terrenos sobre los que se asienta el recinto escolar o la heroica atención a multitud de familias desplazadas durante la guerra de Kosovo.
Pero el esfuerzo ha merecido la recompensa. Esta monja navarra de la Compañía de María dirige actualmente un recién estrenado y flamante complejo escolar-educativo en Tirana, que acoge a 400 alumnos y alumnas de todas los credos: católicos (33 %), ortodoxos (7%) y musulmanes (60 %). «Nuestra escuela es laica –aclara para evitar suspicacias acerca de este carácter plurirreligioso–, porque, en Albania, escuela de fe sólo pueden ser los seminarios, así que educamos en valores humanos. Pero, en horario extraescolar, y con permiso expreso y firmado de los padres, quienes quieren reciben formación cristiana».
La historia de este centro, en cuya construcción se han invertido casi 1,5 millones de euros en aportaciones privadas, es la del grano de mostaza. Tras la caída del muro de Berlín, dos monjas italianas de la Compañía de María se desplazaron a la vecina Albania para ver qué podían aportar allí. Decidieron que lo más urgente era educar a las nuevas generaciones en valores de libertad. No sabían cómo iba a ser recibida su iniciativa y entraron «poco a poco». Pronto se vieron desbordadas y pidieron ayuda a España. Y el apoyo que les llegó fue Benita Prat.
Por aquel entonces, esta licenciada en Románicas, era jefa de Lengua Española y de Pastoral en un colegio de Valladolid. Su vida había transcurrido en 22 años entre las clases y la evangelización juvenil, a través de catequesis, campos de trabajo y clubes de tiempo libre. Una vida ajetreada pero cómoda. No obstante, puntualiza, «siempre tuve una gran preocupación social y procuré que la juventud se comprometiera con la gente más necesitada. Creo en la educación. Y si cien veces naciera, cien veces sería educadora de la Compañía de María», afirma convencida.
Las provinciales de España pensaron en ella para ponerla al frente de la fundación de Albania. Se tomó un mes para pensárselo bien («somos de espiritualidad ignaciana y lo nuestro es el discernimiento») y vio en esta propuesta que «aquello que iba buscando toda mi vida, Dios me lo ponía delante y ahora se hacía realidad: gente necesitada, un pueblo que ignoraba a Dios y donde la fe resurgía de las cenizas porque nunca habían llegado a apagarla».
Y, con ella, llegó el empuje que necesitaba el proyecto. Porque, como directora, se ha preocupado de remover cielo y tierra buscando los fondos necesarios para convertir un modesto centro de Preescolar en uno de los más modernos y prestigiosos colegios de Primaria y Secundaria de Tirana. Precisamente ahora, acaba de salir la primera promoción de 31 estudiantes con unos resultados académicos más que satisfactorios.
Centro ‘Arco Iris’
Pero el proyecto que la Compañía de María desarrolla en Albania es más que el colegio. «Se llama centro ‘Ylber’, que significa ‘Arco Iris’, porque cabe todo tipo de etnia, religión, sexo y clase social, y queremos que se sientan bien a pesar de sus diferencias. Queremos que salga luz blanca como en el arco iris. Que sea un espacio luminoso y de bienestar».
El centro se compone del nuevo colegio, situado a 4 kilómetros de la capital, más el área de Preescolar, con 45 alumnos actualmente, que se ubica en la casa donde viven las monjas. Son una comunidad internacional, de siete hermanas, entre las que hay francesas, italianas y españolas. «Queremos ser testimonio de que siendo de distintas nacionalidades podemos vivir juntas si tenemos una misión fuerte en común que nos coge a las personas y abarca distintos campos», explica Prat.
La comunidad, además de la educación reglada, promueve actividades de tiempo libre, catequesis y enseñanza de idiomas a niños y adolescentes, junto a la asistencia a las familias más desfavorecidas y a mujeres con dificultades.
La máxima inquietud de las misioneras ahora son los niños y niñas discapacitados que educan y para cuya atención carecen de recursos adecuados. «Tenemos niños sordos, en silla de ruedas, otro sin paladar, otro paralizado… Acogemos niños de integración sin ser un centro de integración y esto es lo que más nos preocupa. Necesitamos una logopeda, una psicopedagoga y profesorado de apoyo y necesitamos que sean de allí y dinero para formarlas…» (Se pueden hacer donativos en una cuenta del Banco Popular de San Sebastián a su nombre: 0075 0019 11 060 1616375)
Benita Prat se expresa de forma bien diferente según hable de sí misma o de este proyecto, que es su vida y su pasión. En el primer caso, se manifiesta recatada y hasta temerosa («¡Ay, si hubiera sabido todos los problemas que íbamos a tener, me habría asustado!»), pero, cuando se trata de recabar los medios necesarios para llevar adelante su misión, se vuelve segura e intrépida.
En sus diferentes visitas a España en busca de dinero, ha logrado implicar a los gobiernos de Navarra y Valencia (éste a través de la ONG de unas franciscanas que aportó 300.000 euros a la construcción del colegio), a particulares y a ex-alumnos y alumnas de su colegio de Valladolid. Este verano ha estado de nuevo en España, acompañada por Rosa Vázquez, sevillana de nacimiento e italiana de adopción, una de aquellas dos monjas que fueron la avanzadilla del proyecto. Esta entrevista se realizó en Loyola. Pararon en el santuario de paso hacia Burdeos, donde asistieron a los actos de conmemoración del cuarto centenario de su orden, fundada en 1607.
Lanzar intuiciones
Benita Prat aprovecha la ocasión para contar, entusiasta, la historia de la Compañía de María. “Fue el primer instituto religioso dedicado a la educación de las mujeres. Lo fundó Juana de Lestonnac, en 1607, aleccionada por su tío, el humanista Montaigne. Quiso hacer algo semejante a la Compañía de Jesús, pero en Roma no le dieron permiso para prescindir de la clausura papal». No se desanimó y, aunque ella no llegó a verlo, años después sus continuadoras pudieron salir de la clausura para estudiar y acompañar la formación de las chicas. «En la vida –reflexiona Benita leyendo su experiencia a la luz de la de su fundadora– tenemos que lanzar nuestras intuiciones, y nunca desanimarnos con las dificultades ni empeñarnos en realizarlas instantáneamente. Otras las llevarán a cabo».
Así fue en la historia de su orden y así esperan que ocurra con su misión en Albania, donde, a través de su testimonio, comienzan a florecer las primeras vocaciones religiosas locales. Rosa Vázquez incide en la misma idea de una manera plástica: «Un padre jesuita decía: somos como la vela y la luz eléctrica. Nosotras somos la vela. Cuando vengan las albanesas, vendrá la luz eléctrica. Nosotras desapareceremos, pero habremos dejado un carisma».