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El vídeo me lo pasaron esta mañana: una playa, unos chicos que llegan del mar… y un mundo que se les echa encima, no para ayudarlos, sino para inmovilizarlos, como si del mar no hubiesen salido seres humanos sino alimañas…
Quienes en aquella playa actuaron para inmovilizar a unos jóvenes asombrados aún de haber terminado vivos una travesía en la que es normal terminar muertos, quienes lo hicieron eran hombres y mujeres “en vela”, hombres y mujeres “preparados”, hombres y mujeres probablemente satisfechos hoy de haber cumplido ayer con el sagrado deber de velar por la legalidad vigente, y de paso, por los propios intereses.
Nada puedo decir a los que a sí mismos, en aquella arena sin calor humano, se constituyeron en guardianes de la ley: no tengo modo de hacerles llegar una palabra que lleve algo de luz de a sus vidas… Pero la he de escribir para cuantos acostumbran a leer este comentario al evangelio de cada semana: “Estad en vela y preparados, porque a la hora que menos penséis viene el Hijo del hombre”.
A aquella playa llegó el Hijo del hombre, y aquellos hombres y mujeres “en vela”, lo trataron como se trata lo impuro, lo que mancha, lo repugnante, lo molesto, lo peligroso…
A aquella playa llegó el Hijo del hombre, y aquellos hombres y mujeres, condenándolo, pronunciaron un juicio de condena sobre sus propias vidas…
A aquella playa llegó el Hijo del hombre, y algo me dice que, muchos de aquellos que lo trataron como si fuera un delincuente, están bautizados en Cristo, y puede que frecuenten las celebraciones de ese extraño cuerpo de Cristo que es la Iglesia: la verdad de nuestra vida, la verdad de lo que somos, no la busquen en los ritos de la religión, búsquenla en los hechos de la playa.
Si alguien quiere saber cómo ha de recibir al Hijo del hombre, pregunte a la palabra de Dios, pregunte a los pobres que encuentra en los caminos de la vida, y aprenderá a comulgar sin ofender al Señor.
El hombre de fe, la mujer de fe, precisamente por la fe que los mueve, han conocido al Señor, y han experimentado que “los ojos del Señor están puestos en sus fieles… para librar sus vidas de la muerte, para reanimarlos en tiempo de hambre”.
El hombre de fe, la mujer de fe, saben que “el Señor es su auxilio y escudo”, y que no hay playa a la que ellos lleguen exhaustos sin que en esa playa los espere una infinita misericordia.