Enviado a la página web de Redes Cristianas
¿Qué harán los políticos corruptos después de ser juzgados y condenados por la justicia y por los ciudadanos? ¿Se atreverán a salir a la calle? ¿Serán capaces de mantener la cabeza alta al pasar delante de la gente honrada? Yo creo que, cuando alguien pierde el pudor y la rectitud, lo que opine la gente decente le importa un comino; por ello, a estos caraduras, deberíamos desterrarlos del país y confinarlos en sus paraísos fiscales para que se pudran junto a su sucio dinero.
El expresidente Jordi Pujol, debido a su conducta fiscal al margen de la ley, ha perdido los privilegios y la honorabilidad que disfrutó durante mucho tiempo sin merecerlo. Y los ciudadanos de este país, con este caso y miles de ellos más, hemos perdido la confianza en los políticos y en su capacidad para gestionar y solucionar nuestros problemas. Cuando un servidor público -del que se espera un plus de honestidad- traiciona la esperanza de los ciudadanos, es natural que la indignación y la decepción sean mayúsculas.
Yo pensaba que la gente entraba en política por vocación; como se entra en una ONG, como alguien se hace médico de familia o profesor. Sin embargo, desde que el olor nauseabundo de los políticos corruptos está llegando a nuestras narices, no puedo evitar pensar que la política es el medio para medrar y no el noble fin para mejorar la vida de las personas.
Sí, ya sé que no todos los políticos son iguales y que hay honrosas excepciones. Sin embargo, hay algo en lo que sin son todos iguales: en que no han hecho ni están haciendo lo suficiente para evitar esta apestosa corrupción que nos aturde y marea.
. Valladolid