Amar la justicia más que la propia vida -- Emma Martínez Ocaña.

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Enviado a la página web de Redes Cristianas

Viernes santo, 18 de abril, 2025.
Como hemos visto ayer, jueves santo, sus amigas y amigos
vivieron el desgarrón de no poder despedirse del maestro,
inesperadamente en la noche lo apresan, lo arrebatan de sus vidas
sin poder decirle adiós. Hoy también en muchos lugares del mundo
una bomba, un dron, un tiro está arrebatando la vida a miles de
personas que no saben si van a seguir vivas o no ese día y si se
tienen que despedir o no.

Las narraciones de los evangelios nos muestran el desconcierto, el
miedo y las diversas reacciones de los amigos y amigas de Jesús
cuando se van enterando de su condena a muerte.
Unos muertos de miedo, como Pedro, lo niega, o huyen a Galilea
temiendo que también fueran a buscarlos a ellos para matarlos,
Judas reconoce su traición y que también él había sido engañado y
se desespera.

Sí sabemos que algunas mujeres como María de Magdala, María la
mujer de Alfeo, madre de Santiago el Menor, y Salomé, la madre de
Santiago y Juan 1 no huyeron, sino que se quedaron en Jerusalén,
buscando el modo de acercarse a Jesús, de ver si pueden ayudarle,
¿no temen arriesgar su vida? ¿No piensan que las pueden apresar
y matar también a ellas?

No sabemos lo que pensaban, seguramente muertas de dolor no se
preocupaban por ellas, sino que sólo buscaban cómo ayudarle,
cómo aliviarle, como hacerle saber que estaban allí, como
agradecerle todo lo que habían recibido de él.

Quieren hacer algo, querrían ayudar a Jesús, pero no pueden
acercarse a despedir a su maestro y amigo, no pueden ir a darle el
consuelo que necesitaría él y que les aliviaría a ellas. Aunque
algunos relatos las colocan al pie de la cruz, no parece un dato
histórico, estaba totalmente prohibido acercarse a los crucificados.
Pero desde lejos, tal como expresa el evangelista Marcos, están ahí
1 Mc 15, 40-41

fieles y valientes y seguramente transidas de dolor escuchan el gran
grito de Jesús y en medio de su gran desolación lo ven morir.

¿Sabremos aprender la lección?
Las mujeres fieles, auténticas seguidoras de Jesús tuvieron la
capacidad de permanecer allí aparentemente sin poder “hacer”
nada, sólo siendo testigos de un horror, de un espanto como eran
las crucifixiones.

¿Qué las mantuvo en pie? Sin duda el amor a Jesús, pero además
habían aprendido de su maestro la gran lección: es posible amar la
justicia más que la propia vida, ahí estaba él, testigo de un amor
así y ahí estaban ellas desafiando una prohibición, perdiéndole
miedo al miedo

Hoy día de viernes santo, pensando en nuestro momento de dolor,
muerte, asesinatos injustos y recordando lo que en el Calvario pasó
no puedo menos que, con mucho dolor, poner delante de esa cruz
a la humanidad entera sufriendo, de una u otra manera, una
pasión de muerte, soledad, angustia, miedo, injusticia, desolación.

Al tiempo es momento de expresar una enorme gratitud por tantas
personas que, de muy diversas maneras, están colaborando
heroicamente en tantos lugares del mundo, donde se condena a
muerte a miles de personas, queriendo ayudar “a bajar de la cruz a
tantas personas crucificadas” en este momento histórico. También
ellas están entregando y muchas de ellas perdiendo sus vidas por
los demás.

Están amando más hacer el bien, proteger a la población y
defender el derecho a la vida, a la salud, a la educación, a la
alimentación, a un techo, limpieza, movilidad, acogida a los sin
techo, sin papeles, migrantes, mujeres prostituidas y maltratadas…
que a su propia salud, descanso y vida personal.

Hoy, para mí, es un día para hacer un homenaje a todas las
personas en el mundo que aman la justicia más que a su propia
vida. Es un día para mirar a Jesús dentro de la saga de tantas
personas profetas y mártires del amor y la justicia.
Jesús acabó mal históricamente, como desgraciadamente acaban
mal, muchas veces en esta historia nuestras, quienes des-velan las
causas de las injusticias, el empobrecimiento, la marginación, la
destrucción de nuestra tierra y luchan contra ellas.

Nunca ha salido gratis la defensa de los derechos de las personas,
de un modo especial de las víctimas de mecanismos de poder y de
sistemas corruptos, asesinos y ecocidas.

Hoy quiero mirar e invitar a mirar a Jesús crucificado de un modo
nuevo, como un caído más de los que luchan por la justicia y
empeñan su vida en la defensa de los que sufren a causa del
desamor y la injusticia. Para mí eso no es rebajarlo sino
engrandecerlo al sentir al Nazareno formando parte de esa
estela de mujeres y hombres que aman más la justicia y la
solidaridad que su propia vida.

Jesús no era un ingenuo, sabía a qué se exponía, conocía muy bien
cómo habían acabado los profetas de su pueblo, un día, cuando la
piden que se marcha de Jerusalén porque Herodes quiere matarlo,
llorando sobre Jerusalén dijo “Jerusalén, Jerusalén que matas a los
profetas y apedreas a los que se te envían “y experimenta el dolor
de un amor impotente, “Cuantas veces he querido reunir…pero no
habéis querido” (Lc23,34) y por tanto Jesús no pudo hacer nada.
Sintió el dolor de un amor impotente.

Es cierto, que hay un amor de solidaridad, digno de admiración y
que no crea problemas, al revés resuelve problemas sociales y sin
duda siempre es bienvenido y aplaudido, pero no pasa lo mismo
con quienes además de solidaridad, arriesgan sus vidas
reclamando justicia y sobre todo denunciando las causas de la
pobreza, la exclusión, el abandono de los últimos.

Estas personas son peligrosas y como, le pasó a Jesús, hay que
buscar el modo de desactivarlas y acabar con ellas. Los modos de
hacerlo serán distintos pero el propósito final es el mismo: quitarlas
de en medio, acallarlas del modo que sea. Generar un ambiente
hostil primero (a base de mentiras y calumnias, acoso, amenazas,
degradándolas ) para ir aislándolas del apoyo y reconocimiento
social e incluso familiar, cercano, de entre los suyos, para poder
destruirlas después.

El método es el mismo que utilizaron con Jesús, el que han utilizado
también con tantas personas, y que hoy siguen manejando
queriendo destruir a quienes denuncian corrupciones, mentiras,

señalan las causas de la injusta situación de tanta gente, optan por
favorecer a las mayorías empobrecidas. Cada cual podemos
reconocer y nombrar a personas concretas y darles las gracias
desde lo más profundo de nuestro corazón.

“No hay mayor amor que dar la vida” por los demás” Y hoy va
mi homenaje a todas esas personas e invito a hacer lo mismo.
Las cosmovisiones, las motivaciones, las utopías de cada una
pueden ser muy distintas, el coraje y fortaleza para permanecer en
pie puede proceder de distintos proyectos vitales, pero lo real y lo
importante es que, como Jesús de Nazaret, han sido y son
mártires del amor y la justicia.

Hoy, viernes de pasión, me pongo de rodillas ante todas las
personas del pasado y del presente que aman la justicia más que la
propia vida y doy gracias por sus vidas.