A la política papal le cabría el dicho de que a los tibios los vomita Dios -- Emilio Marín

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Argenpress

(LA ARENA)
El Papa culminó su gira por Jordania e Israel, donde mantuvo reuniones con autoridades y jerarquías de varias religiones, y celebró misas. Sus discursos, hechos de medias tintas, dejaron insatisfechos a casi todas las partes.
Joseph Ratzinger puso primero el pie en Jordania, con misas y reuniones donde buscó recomponer las relaciones con el mundo islámico.

Esos vínculos quedaron muy deteriorados luego de los comentarios que hizo en Ratisbona en 2006 uniendo los conceptos de musulmán y violencia. Tras ese derrape, buscó atemperar esa imagen de enemigo del islamismo y ese fue uno de los objetivos de su viaje a Medio Oriente.

Que hubiera comenzado el periplo por Jordania y hablado con el rey Abdullah y la reina Rania, y celebrado una misa en el Estadio Internacional de Amman, fue un estudiado gesto para seguir mejorando las cosas con los ofendidos por lo de Ratisbona.

En ese estadio hubo mucha gente, unas 25.000 personas, pero bastante menos que las reunidas en el 2000 para escuchar a Juan Pablo II. Algunos corresponsales de diarios y agencias dijeron que el lugar lucía «semivacío» en comparación con nueve años atrás. ¿Será un problema de diferencia de carisma entre Wojtyla y Ratzinger? ¿Tendrá que ver el éxodo de fieles cristianos en la región luego de la invasión y la guerra de Estados Unidos contra Irak? Como sea, el alemán tuvo menos convocatoria que su predecesor polaco en el trono de Pedro.

El Papa destacó en la misa «la misión de las mujeres en el plano de Dios», lo que plantea cierta contradicción básica con el hecho de que en la Iglesia que él preside las féminas no pueden ejercer el sacerdocio ni menos llegar a obispos. A Papa, ni soñar, pues el humo blanco de las fumatas cuando se anuncia el nuevo Pontífice siempre sobreviene una vez que los hombres de sotana emiten su voto. Mujeres no hay ninguna en ese cónclave.

Después de ese debut a orillas del Jordán, el viajero llegó a Israel. Su discurso en el aeropuerto de Tel Aviv colmó las expectativas del presidente Shimon Peres, pues incluyó conceptos muy reclamados por el gobierno local tales como la condena al Holocausto y a todo tipo de antisemitismo, y el derecho de Israel a vivir en fronteras seguras.

Hasta allí todo bien. El primer problema se presentó durante la visita al Memorial del Holocausto de Yad Vashem, pues la prensa israelí, autoridades del gobierno de derecha de Benjamín Netanyahu y rabinos consideraron que sus palabras se habían quedado a mitad de camino.

Le reprocharon que al hablar de la Shoah u Holocausto hubiera criticado las «muertes» pero no puntualizado los 6 millones de asesinatos; que no hubiera criticado al régimen nazi con nombre y apellido. Y hubo rabinos y sobrevivientes del exterminio que directamente no aceptaron la invitación a concurrir al Memorial para no compartir una actividad con Ratzinger, quien -como debió confesar alguna vez- en su juventud fue miembro de las Juventudes Hitleristas. Los que le hicieron el vacío expresan a amplios sectores israelitas indignados con Benedicto por su campaña favorable a la beatificación de Pío XII, un Papa muy cuestionado por sus silencios y complicidades con el nazismo.

Papelito en el Muro

Ya ubicado en Israel, puede decirse que el viajero tuvo nuevos gestos hacia los palestinos, aunque siempre con limitaciones.

El principal límite fue que no viajó a la Franja de Gaza, escenario de las peores tropelías y genocidio por parte del Ejército (Tshal). La última, este año, dejó más de 1.300 muertos y 25.000 viviendas, escuelas, hospitales, centrales eléctricas y edificios arrasados. Que Benedicto no hubiera ido personalmente a ese lugar, tal fue la principal concesión hecha a Peres-Netanyahu, que seguramente habrían vetado tal intención de escala si es que el Vaticano lo pedía.

Estando en la Ciudad Santa, Ratzinger visitó tanto el tercer lugar sagrado del Islam, el Domo de la Roca, en la Explanada de las Mezquitas, como el Muro de los Lamentos de los judíos, donde introdujo un papel con sus peticiones de paz en la zona y en el mundo. Uno similar había puesto Juan Pablo II en su recordado viaje pero al parecer sin demasiado éxito.

En general a los «terceristas» o centristas suelen cuestionarlos desde una y otra punta del espectro. Durante una reunión de diálogo interreligioso realizada en Jerusalén, el viajero la pasó mal. Es que un clérigo islámico, Taysir Tamimi, denunció a Israel por la reciente guerra de agresión y el bloqueo en Gaza y por la continuada ocupación de Cisjordania.

De todos modos al Papa le tocaba aún viajar a Belén, en Cisjordania, y allí se reunió con el presidente de la Autoridad Nacional Palestina, Mahmud Abbas. Esa parte del periplo, si bien no compensa su no ingreso a Gaza, fue de lo más rescatable de toda la semana. Es que en esa ciudad cisjordana, el Pontífice tuvo expresiones muy concretas de repudio al Muro, que los palestinos llaman del Apartheid (en referencia a la separación racial impuesta por los fascistas sudafricanos).

El viajero recibió a familiares de presos palestinos y escuchó los pesares de esta gente, parte de un drama mucho más extendido pues se estima que los presos palestinos en Israel llegan a 10.000, entre ellos muchos niños y mujeres. Es vox pópuli que este contingente no tiene protegidos sus derechos humanos toda vez que la Corte Suprema israelí aprobó la tortura a esa clase de prisioneros. Y de ello no puede culparse a la administración Bush, a la escuela de Abu Ghraib o Guantánamo, pues esa legalización es anterior.

Al reunirse con Abbas en Belén y al visitar el campo de refugiados de Aida, muy cerca de esa ciudad, el visitante expresó uno de los conceptos más duros para los oídos de los gobernantes israelitas. Dijo Ratzinger: «en un mundo en el que las fronteras son siempre más abiertas es trágico ver que todavía se levantan muros». Hacía alusión a la pared de concreto de 9 metros de alto que Israel está levantando pese a un fallo adverso de la Corte Internacional de La Haya.

Toma y Daca

Esa posición papal fue excelente, de lo mejor de su periplo. Más aún, puntualizó que «los muros pueden ser construidos fácilmente pero no duran para siempre y pueden ser derribados».

Esos conceptos retumbaron muy fuerte en el ámbito del gobierno derechista de Netanyahu, que personalmente se debe haber sentido aludido por otras expresiones del visitante, por ejemplo referidas a la necesidad de que haya dos estados, y uno de ellos sea palestino. Esta tesis, que compartió a medias y en forma bastante cínica el anterior gobierno del Partido Kadima (Ehud Olmert), es directamente rechazada por el actual premier del Likud, que tiene por canciller a un xenófobo ultraderechista como Avigdor Lieberman.

Por eso arreciaron en Israel críticas contra ese aspecto de los mensajes de Benedicto XVI, considerados como pro-palestinos y pro-árabes. El cuestionado se reunió con los familiares del soldado israelí Guilad Shalit, capturado por Hamas en el límite de Gaza. Era la búsqueda de un equilibrio luego de haber dialogado en Belén con familiares de presos palestinos, pero de todas formas los cuestionamientos continuaron.

A modo de despedida, Netanyahu tuvo una entrevista con el visitante, al que pidió que defendiera a Israel frente a las campañas antisemitas que considera impulsadas por Irán. El premier no dio ninguna señal de que piensa ablandar su negativa a negociar la formación de un estado palestino con capital en la parte oriental de Jerusalén. La mayoría del gobierno y del Parlamento de 120 miembros está en una posición extremista a este respecto.

En ese sentido el cierre de la visita fue en un ambiente más bien frío con las autoridades israelitas. Pero Benedicto venía arropado por el calor dispensado por 40.000 personas que acudieron a su misa en Nazaret, en Israel pero con mucha población árabe. Y con ese ambiente pegó la vuelta para Roma.

Netanyahu, por su parte, está a punto de viajar a Washington donde se entrevistará con Barack Obama. Será muy interesante saber cómo el presidente de los EE.UU. se las ingenia para que la ultraderecha israelita flexibilice su política y admita la existencia de los dos estados, y ceder una parte de la Ciudad Santa. Sería un verdadero milagro. Pero según las diversas religiones en esta zona se han producido tantos milagros por obra del Espíritu Santo, que ¿por qué no creer que pueda haber otro de tipo político?.