«La Iglesia sólo puede influir en la sociedad mediando y eso pasa por desarmar los conflictos, no crearlos», entrevista a José María Martín Patino Intelectual, jesuita, impulsor y presidente de la fundación «encuentro», por Nekane Lauzirika.
«Evidentemente, los españoles no es que hayamos sido muy dialogantes nunca. Ya decía Unamuno que como los españoles no amaban verdaderamente la verdad, nunca dialogaban, sino que siempre discutían, polemizaban, pero dialogar, dialogar muy poco.»
Sacerdote, jesuita y escritor, preside la Fundación Encuentro cuyo objetivo es promover el diálogo entre mundos y sectores sociales y del pensamiento. El informe, que desde esta Fundación se realiza cada año sobre la realidad social del Estado es considerado como el mejor bilbao. a lo largo de más de veinte años, la fundación que preside ha ofrecido una plataforma de diálogo a personalidades de todas las tendencias políticas y sociales.
El informe anual que se hace desde Encuentro sobre la realidad social española, es esperado como referencia pública ineludible. Desde esta privilegiada atalaya, José María Martín Patino, jesuita formado en la Filosofía y la Teología y hombre de confianza del cardenal Tarancón durante la Transición, observa con enorme preocupación la intolerancia que se ha impuesto en la vida política del Estado y reclama que se recupere el espíritu de diálogo y mediación que imperó durante la Transición. Reconoce sentirse incomodísimo observando a los mitrados católicos españoles desfilando en manifestaciones, al mismo tiempo que manifiesta su satisfacción por el nombramiento de Adolfo Nicolás como nuevo general de la Compañía.
Los jesuitas han sido noticia feliz por el nombramiento de su nuevo general. ¿Conoce a Adolfo Nicolás?
Sólo de referencia. De él hay que destacar el espíritu abierto que tiene y la facilidad para establecer el diálogo en la relación personal; es un hombre muy parecido a Arrupe y que, además, ha trabajado en Asia, de cuyo continente tenemos mucho que aprender. Muchas veces vamos allí a enseñar el Evangelio y en algunos aspectos, ellos con sus cualidades y virtudes nos dan lecciones a nosotros; sobre todo en los matices y en las sensibilidades.
En Occidente esas sensibilidades se han vuelto muy broncas. España es un ejemplo de una sociedad que ha perdido el sentido de la mediación. Las sociedades modernas son muy complejas; el pluralismo va enriqueciendo de ideas y de sentimientos a sus gentes , que para entenderse necesitan de mediaciones. Si sólo van a mediar los tribunales de justicia y la policía, mal asunto. Sí éstos son los únicos recursos que tenemos, empobrece mucho la vida social y política; los políticos tienen que aprender a ser mediadores.
¿Y la función de la Iglesia?
Es pura y simplemente de mediadora. Nunca puede utilizar el poder ni tiene porque aliarse con la ley y decir que el principio evangélico tiene que estar en la ley. La ley es siempre coactiva, el Evangelio es todo menos coactivo y debe de respetar toda la libertad del hombre; y la ley es por sí misma coactiva. España camina en un declive de ciudadanía. Creo que si apelamos sólo a los derechos, a la justicia, a los tribunales y luego cuando no funcionan éstos metemos a la policía en todas partes, estamos empobreciendo el concepto de la función de los tribunales y de las policías, que no tienen por qué estar resolviendo todos los problemas de España.
En la transición creímos que se podían resolver por otros caminos. Evidentemente, los españoles no es que hayamos sido muy dialogantes nunca. Ya decía Unamuno que como los españoles no amaban verdaderamente la verdad, nunca dialogaban, sino que siempre discutían, polemizaban, pero dialogar, dialogar muy poco.
En una carrera imaginaria por el poder de la Iglesia, parecería que los jesuitas hubieran perdido el paso respecto a, por ejemplo, el Opus Dei. ¿Cree qué es así?
Puede ser si usted me esté hablando en términos de poder. Pero, a Ignacio de Loyola el poder no le interesaba nada. A él le interesaba el espíritu. Hizo una serie de ejercicios espirituales para conquistar la libertad y para decidir en libertad en todos los momentos de la vida, en los de consolación y desolación. A los jesuitas lo que no nos importa es gente con el espíritu libre. Y esta libertad acarrea problemas. Es como irse a la trinchera, acarrea dificultades. A nosotros, el poder que se nos achaca fue una debilidad de la Compañía.
Arrupe acabó con los jesuitas que han sido cortesanos; el concilio Vaticano II lo finiquitó y se volvió a los orígenes, como hacía San Ignacio, al espíritu ignaciano y la opción por los pobres. Los jesuitas tienen un voto de dedicarse a la gente más ignorante. Hay que tener en cuenta los fines de cada congregación. La influencia de estar cerca del poder nos interesa muy poco.
¿Con el nuevo general, el espíritu jesuítico estará más o menos que cómodo que ahora con la paulatina derechización vaticana?
Los jesuitas que sean sinceros y profundos estarán mucho más contentos. ¿Dificultades? Sí. Siempre las hemos tenido. A los jesuitas les han atacado siempre porque eran muy papistas. Pero aunque en la República les disolvieron por el cuarto voto de especial obediencia al Papa, nunca se han entendido bien con el Vaticano. Nuestro papismo es de otro tipo. Nosotros lo entendemos en el sentido de que hay que ser libres; interpretar el Evangelio y someternos a la obediencia del romano pontífice. Perola obediencia en la compañía es algo más profundo que el mimetismo o la abdicación.
?ltimamente a jerarquía católica española anda muy ocupada desfilando en manifestaciones ¿Se ven cómodos los jesuitas con estos movimientos hacia lo neocom?
Yo ciertamente me siento incomodísimo. No concibo un obispo con una pancarta; no me lo puedo imaginar. Nosotros tenemos los mismos derechos democráticos que los demás, pero no todos los procedimientos y derechos democráticos son evangélicos. Creo que presionar, desacreditar a la autoridad civil no es evangélico. Eso puede ser un procedimiento político para conquistar el poder, pero como nosotros no tenemos que aspirar a tener el poder, no podemos presionar en ese sentido.
No podemos exigir que la ley nos defienda a nosotros o que imponga nuestra doctrina. Por eso, a mí me parece que un obispo con una pancarta no pinta absolutamente nada. Nos interesa la Iglesia de la mediación; una sociedad tan heterodoxa como la nuestra está necesitada de mediaciones y se está quedando en manos de los tribunales de justicia y de los policías. Un malísimo síntoma.
¿Y por qué causa debe de optar la Iglesia?
La Iglesia tiene que optar por la mediación cultural, tiene que convencer a la gente, crear cultura, estudiar los problemas, analizarlos. La Iglesia sólo puede influir mediando y mediar significa reconocer, infundir esperanza, mirar al futuro, analizar los problemas que tiene la sociedad. Eso es mediar y eso es desarmar los conflictos, no aumentarlos. Si tenemos políticos y periodistas que se dedican a crear conflictos, nos sobran. No están cumpliendo con su deber social. Y los sacerdotes, obispos, si no son mediadores, que se retiren.
¿Engarzarán bien las inquietudes (y el talento) del nuevo general con estos movimientos de los prelados dirigentes de la curia española?
Prelados en la curia española quedan pocos. No tengo interés en que haya muchos; no creo que en la curia se deban resolver los problemas. Hay que crear un espíritu de diálogo y de sinceridad. Y eso fue la Transición. Creíamos en el futuro. Ahora no; estamos en el voy a ver cómo me apodero del poder para atizarle al otro.
En 1985 creó la Fundación Encuentro para estudiar los problemas de la sociedad española y promover el diálogo para su resolución. ¿Cuáles son los más acuciantes?
El déficit de ciudadanía. Este declive del diálogo, este olvido del pasado y una falta de profetismo sobre el futuro. Profetismo en el sentido auténtico de ahondar en las causas y los problemas. España ha estado siempre dividida y la Guerra Civil nos dividió de una forma terrible. Esa división está presente aunque no lo digamos. Aunque digan ya nos hemos olvidado de los muertos y de las represiones franquistas. No se puede olvidar nunca hechos tan terribles.
Nosotros tampoco podemos olvidar una guerra fratricida como fue la nuestra. Los que la ganaron, los que la ganamos porque, desgraciadamente, yo me tengo que incluir en una familia que ganó la guerra, los que ganamos tenemos que pedir perdón. Y los que la perdieron tienen los mismos derechos y muchas razones y mucho que enseñarnos a nosotros. La transición en España quiso hacer esto y no lo consiguió totalmente, pero lo puso en camino de conseguirlo.
En sus informes anuales ¿detectan que avanzamos o retrocedemos en el espíritu de convivencia?
Retrocedemos. Es un empobrecimiento de la vida política, porque en la vida industrial, el mercado, no es así. Allí la gente sí se entiende hablando. ¿Por qué no nos entendemos en la política como ocurre entre los empresarios? El diálogo social que existió en España durante la democracia fue ejemplar, de lo más profundo que ha mantenido la democracia. El país progresó económicamente por el diálogo social que hubo entre sindicatos y patronales con los respectivos gobiernos que se sucedieron.
Se avanzó porque hubo este diálogo. Desde los pactos de la Moncloa, con los convenios colectivos se ha logrado muchísimo. Y hay que reconocerlo; es de justicia. En esto estábamos todos unidos. ¿Por qué hemos llevado la discrepancia sólo a la vida política? Es una cosa que no la entiendo.