La asamblea de los pueblos de Oaxaca -- Gustavo Esteva

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Rebelión

Todo empezó con una lucha convencional: las reivindicaciones económicas de un gremio. Cuando esa lucha fue reprimida, se formó de inmediato una coalición de dirigentes que aglutinó a cientos de organizaciones en torno al rechazo común a Ulises Ruiz, que había llegado con un fraude a la gubernatura y cuya administración corrupta y autoritaria generaba inmenso descontento.

En poco tiempo esa coalición se convirtió en una convergencia de movimientos sociales, con la típica política de un NO y muchos SÍes. La APPO sintetizó rápidamente la cultura política local: asambleas populares, sindicalismo magisterial, comunalidad indígena, municipalismo, extensionismo religioso, izquierda radical, regionalismo, diversidad étnica, redes juveniles libertarias.

Participan en la APPO muy diversos movimientos. Algunos vienen de lejos, como el de los pueblos indios. Otros se activaron en esta circunstancia, como el movimiento urbano popular. Esta composición plural da a la APPO muchos caminos paralelos. Entre los que parece haber mayor convergencia destacan algunas luchas democráticas.

* Hay quienes todavía luchan por la democracia formal, hartos del cochinero que ha caracterizado siempre a las elecciones en Oaxaca.
* Diversos grupos luchan por la democracia participativa: la iniciativa popular, el refrendo, el plebiscito, la revocación del mandato, la transparencia, la rendición de cuentas, el presupuesto participativo, la contraloría social.
* El principal desafío es subordinar esas dos luchas a la que es probablemente mayoritaria y busca lo que llamamos democracia radical. En vez de concentrarse en los poderes constituidos, esta lucha se orienta a lo que puede hacer la propia gente y a la reorganización de la sociedad desde abajo.

Desde otro ángulo, en la APPO coexisten con movimientos innovadores, que ya son claramente antisistémicos, algunas luchas convencionales, ya sea las económicas, para arrancar del capital o del Estado ciertas mejoras, o bien las que buscan conquistar el estado, en las urnas o mediante un golpe de mano, para reorientar las políticas dominantes o impulsar variantes socialistas.

Los rasgos básicos de la APPO, como convergencia de movimientos, se basan en la experiencia.

* Carece de líderes. Hemos aprendido de las luchas del siglo XX, en que los líderes fracasaron en sus propósitos. Incluso aquello que aparentemente triunfaron, no consiguieron lo que pretendían.
* Aprendimos también a criticar el socialismo, aunque manteniendo algunos de sus ideales. Criticamos conforme a esa tradición la propiedad privada de los medios de producción, pero reivindicamos la propiedad comunal y queremos reservar la colectiva sólo para algunos casos especiales. Los medios de producción deben estar en manos de la gente, no de una burocracia que supuestamente los administre para todos.
* Aprendimos a criticar la democracia formal y participativa, y nos afirmamos en comunidades y barrios para practicar una democracia que no puede estar sino donde la gente está, a ras de tierra, en nuestras asambleas autónomas.
* Estamos conscientes de que el capital tiene más apetito que nunca, pero no estómago suficiente para digerir a todos los que quiere controlar. Por eso ya no habrá empleos. Se ha rota la tregua social, en que los trabajadores generaban las ganancias de los capitalistas a cambio de que éstos crearan empleos. Hemos aprendido a desafiar el capitalismo más allá de la retórica, al forjar relaciones sociales que escapan de la lógica del capital. Nuestro anticapitalismo no consiste simplemente en declarar una guerra retórica a los burgueses, sino en organizar ámbitos autónomos que socavan directamente la existencia de ese régimen.
* Aprendimos a desafiar el desarrollo y el progreso, para afirmarnos en nuestras propias definiciones plurales de la buena vida y adoptar nuestros propios caminos.
* Aprendimos a cuestionar el individualismo propio de la modernidad capitalista, para afirmarnos en nuestros ámbitos de comunidad. Frente al individuo atomizado y homogéneo, levantamos la persona, un nudo de redes de relaciones reales que forman la comunidad.
* Aprendimos a cuestionar el estado-nación, con su democracia formal, que no es sino una estructura de dominación basada en la violencia. Adoptamos ahora otros horizontes políticos.
* Aprendimos a desafiar la premisa política convencional, que sostiene que los pueblos no pueden gobernarse a sí mismos y reduce la cuestión política a definir cómo se determina quién los gobierna. Tenemos otra noción del poder. Podemos gobernarnos a nosotros mismos, en los cuerpos políticos apropiados que son los que estamos construyendo.

La inspiración zapatista y las tareas actuales

Puesto que de esto se trata, y es esto lo que parece definir a los movimientos antisistémicos actuales, al menos como tendencia, el zapatismo sigue siendo nuestra fuente principal de inspiración.

Sostienen Wallerstein o Chomsky que el zapatismo es la iniciativa política más radical y quizá la más importante del mundo. No lo dicen así en los barrios y pueblos, porque en general la gente no conoce suficientemente de otros movimientos fuera de México y ni siquiera conoce bien a los de México. Pero lo que saben del zapatismo les basta para encontrar en él inspiración. Saben de qué se trata eso de mandar obedeciendo. Lo practican en sus propios lugares y ahora quieren que se extienda a toda la sociedad, como de alguna manera pusimos a prueba en la ciudad de Oaxaca en 2006.

Poco a poco, junto con los zapatistas, estamos aprendiendo a reconocer nuestras tareas.

* Nos toca introducir orden y sentido en el turbulento desorden que prevalece.
* Nos toca pensar todo de nuevo. Pensar ahora, con sentido de urgencia, lo que dejamos de pensar por más de cien años, atrapados como estábamos en la disputa ideológica.
* Nos toca limpiar miradas personales y colectivas para inventar los caminos que habremos de transitar.
* Y nos toca actuar con sentido de dirección.

Estas tareas pueden formularse en términos simples:
* Encauzar el descontento general, transformando protestas y denuncias en iniciativas viables y la resistencia en liberación, a partir de la articulación de las bolsas de resistencia.
* Construir nuevos horizontes políticos, más allá del estado-nación.
* Subordinar las luchas por la democracia formal y la participativa a la construcción de la democracia radical.
* Aprender a estar juntos aunque no revueltos.
* Regresar del futuro y de las ideologías, para arraigarnos en un presente de transformación.
* Abandonar las pretensiones estatalistas, para asumir cabalmente el protagonismo de la gente, al transformar la conquista de derechos en defensa de libertades.
* Construir formas autónomas de organización de la vida social más allá del desarrollo y la globalización y de la lógica del capital.

En la circunstancia actual, necesitamos dejar de mirar hacia arriba, hacia los poderes constituidos, y arrancar de raíz la obsesión de tomar el poder por cualquier vía.

Debemos abandonar el estado como horizonte exclusivo de la teoría y la acción políticas, para aventurarnos en el mundo de la pluralidad y construir en él nuevas perspectivas. La política como sentido del bien común implica dejar atrás nociones obsoletas, como la de soberanía nacional o imperialismo estadounidense, para hacer frente con claridad a la nueva lógica imperial del capital transnacionalizado.

Necesitamos renunciar seriamente al socialismo, reconocer que llega a su fin y aguantar a pie firme las consecuencias. Saber que el futuro no está predeterminado, y que del capitalismo no sigue el socialismo sino algo aún por inventar, es muy inquietante para quienes hemos sido formados en esa tradición y dedicamos buena parte de la vida a luchar por ese ideal. Pero establecer teórica y prácticamente esta convicción es una tarea urgente.

¿Cómo disolver el viejo debate sobre el poder? Se habla de él como si fuera una cosa, que unos tienen en demasía y otros no tienen, algo que sería preciso redistribuir. El Banco Mundial puso de moda el espantoso término empoderar. Quiere empoderar a mujeres, niños, indios, pobres??

Necesitamos otras palabras para hablar de lo que no es lo contrario del poder (aquello que lo resiste), sino algo radicalmente distinto. No es su reflejo ni su opuesto. Está en otra parte. Es una relación. Y se llama dignidad.

Humanistas y revolucionarios de todo el espectro político proponen modificar las ideologías sin cambiar las instituciones. Los reformistas quieren cambiar las instituciones sin alterar el sistema ideológico. Eso es cambiarlo todo para que nada cambie.

Lo que hace falta es cambiar el régimen institucional de producción de verdad, o sea, los enunciados conforme a los cuales nos gobernamos nosotros mismos y a otros. Se requiere la conmoción simultánea de ideologías e instituciones, articulando un saber histórico de lucha que exprese la autonomía de nuestros núcleos culturales independientes, conectados entre sí en forma de red.

Se trata de con-mover, no de pro-mover. Conmover es una linda palabra. Supone moverse con el otro, como en una danza, y hacerlo con todo, con el corazón y el estómago y el ser entero, no sólo con la cabeza. Y la conmoción opera por contagio.

En el plano ideológico, hace falta atreverse a renunciar a los discursos globalizantes, para reinventar el habla, el lenguaje, las categorías, los sistemas que producen los enunciados con los que nos gobernamos.

Necesitamos abandonar el cientificismo y darnos cuenta que el humanismo es cada vez más abiertamente totalitario, una provocación que prostituye el pensamiento. Su paradigma es el tecnócrata profesionalizado e institucionalizado.

En el plano institucional, en vez de reformar o combatir a las instituciones en decadencia o tomarlas en nuestras manos, necesitamos disolverlas, es decir, eliminar la supuesta necesidad de su existencia.

No se trata ya de la descentralización, la simple transferencia de funciones del centro a la periferia, con propósitos de eficiencia. Se trata de reconfigurar el centro??al disolverlo. Es el paso de la descentralización al descentralismo.

Desmantelar los aparatos de estado que definen el poder empieza por disolver la profesionalización e institucionalización de las necesidades y capacidades de la gente. No se trata de apoderarse de ellos, ya que contienen u patrón ajeno y enajenado, el virus del poder y la lógica del capital, sino de hacerlos radicalmente irrelevantes al articular otras maneras de pensar y hacer las cosas.

En vez de instituciones cada vez más abiertamente contraproductivas (escuelas que producen ignorancia, sistema de salud que enferman, etc.), cada una de las cuales es un mecanismo de dominación, se trata de poner en operación otras herramientas, que puedan estar realmente en manos de la gente y expresar sustantivamente su actividad, su capacidad, su creatividad.

La modernización de la maquinaria política la hace cada vez más impotente, por su carácter fragmentario y feudal y la rigidez de sus normas, de sus ventanillas cuadradas. De arriba hacia abajo, en esas condiciones, los impulsos caen en el vació social; de abajo hacia arriba, en el vacío institucional.

Dejar de mirar hacia arriba, abandonando toda obsesión por la toma del poder, no implica descuidarnos. Necesitamos estar alertas ante los desaguisados y despropósitos que se tejen en los poderes constituidos para impedirlos y emplear los procedimientos jurídicos y políticos y las instituciones existentes como marco para la transición.

Necesitamos vaciar de poder político todos los aparatos del estado y dejarles sólo funciones administrativas de coordinación y servicio.

Necesitamos resistir la falsa disyuntiva entre el camino institucional, electorero, y las armas, como si esas fueran las únicas opciones. Nuestras tareas tienen un compromiso fundamental con la no violencia, que no es pasividad ni pacifismo, sino modo de vida, afirmado en la dignidad.

Para realizar todas esas tareas necesitamos alianzas y coaliciones. Pero debemos estar conscientes de que la alianza plena es imposible. Más allá de intereses creados y estilos organizativos, la dificultad está en que caminamos en sentidos opuestos, con diferentes motivos, razones y propósitos.

No parece posible plantearse seriamente la convergencia de todas las organizaciones que pretenden ubicarse a la izquierda del espectro ideológico. Pero esto no implica, necesariamente, aceptar la división y caer en la manía que convierte al compañero en el enemigo principal.

Las circunstancias nos exigen a todos mantenernos a ras de tierra y desde ahí ver hacia los lados. Si eso implica que aprendamos a escuchar a la gente, a reconocer en qué anda, hacia dónde soplan sus vientos; si logramos dejarnos llevar por ella, confiando en su buen juicio; si nos dejamos guiar por su inspiración y su fuerza, más que por nuestras manías ideológicas y nuestras construcciones intelectuales; si son sus sueños, más que los congelados en vocaciones ya obsoletas, los que ahora nos pondremos a soñar; si aprendemos seriamente a participar en la política del NO, el NO al capital y al estado, y los muchos SÍes, es decir, las muchas afirmaciones distintas a partir de una negación común; si desde el pluralismo radical, juntos pero no revueltos, como se ha tejido la acción en la APPO y La otra campaña, organizamos ahora nuestro caminar será posible realizar todas nuestras tareas.

La era que puede suceder a la actual, si se mantienen las inercias de los poderes constituidos, contiene horrores que sólo la imaginación desbordada de algunos escritores, como Orwell, ha sido capaz de formular. Aunque algunos signos empiezan a observarse en la realidad actual, son apenas un pálido esbozo de lo que puede ocurrir.

Como ha dicho John Berger, sin embargo, nombrar lo intolerable, en un mundo cada vez más desesperado, es en sí mismo la esperanza. Si algo se considera intolerable ha de hacerse algo. Por eso la esperanza es la esencia de los movimientos populares. Al redescubrirla como fuerza social se abre la posibilidad del cambio.

La esperanza no es la convicción de que las cosas ocurrirán como uno las piensa. Es la convicción de que algo tiene sentido, independientemente de lo que ocurra. Por eso la pura esperanza reside en primer término, en forma misteriosa, en la capacidad de nombrar lo intolerable, una capacidad que viene de lejos y hace inevitables la política y el coraje.

Hemos sido capaces de nombrar lo intolerable. No podemos tolerar más el régimen actual, que destruye por igual tierras y culturas. Y no estamos dispuestos a tolerar el régimen que podría instalarse en su lugar, en una nueva era. En vez de mantenernos a la expectativa o depositar la esperanza en nuevos espejismos, nos hemos puesto en movimiento, desenchufándonos paulatinamente de los sistemas esclavizantes que nos mutilan, para construir en libertad un mundo nuevo, en que quepan los muchos mundos que somos. Así estamos definiendo, en la práctica, el sentido de la nueva era.

De eso tratan, creo yo, los movimientos antisistémicos.

San Pablo Etla, Oaxaca, diciembre de 2007

gustavoesteva@gmail.com