En el año 2050 el Estado español será el país europeo con mayor número de personas mayores de 65 años, el equivalente al 35,6% de la población, si la tendencia no varía. Según datos de Naciones Unidas, para entonces la diferencia entre los índices de mortalidad de mujeres y hombres habrá disminuido, entre otros motivos, por la equiparación de modos de vida. En la actualidad, sin embargo, la esperanza de vida de la mujer española supera todavía en más de siete años a la del hombre. Con una media de 83,8 años, son las más longevas del continente.
Pérdida de apoyos
La vejez viene acompañada de la pérdida de dos grandes apoyos para mantener el estilo y calidad de vida anterior: la familia (y, en un grado más acentuado, la pareja) y el trabajo, que permite sentirse activo y tejer una red de relaciones personales. Estas carencias, asociadas a la vejez, sumadas al deterioro físico, hacen de las personas mayores un colectivo desfavorecido, vulnerable y claramente desprotegido, que merece una atención especial, tanto por las administraciones públicas, como por el ciudadano más joven, y un cambio en los prejuicios relacionados con la vejez.
Muchas de estas personas han sufrido bombardeos, dictaduras, revueltas o golpes de Estado… Saben lo que es vivir en un régimen autoritario, en república y en monarquía; en soltería, en matrimonio y en viudedad. Sin embargo, lejos de valorar este conocimiento, las pautas de vida actuales les relegan a un segundo o tercer plano, porque se las considera personas no productivas, lentas e incapaces.
Enfermedad devastadora
Muchas de estas personas se acaban sintiendo solas, incluso las que viven con su familia. Algunos expertos han señalado la soledad como la ?enfermedad?? más devastadora de los mayores. Si a esto se le añade la escasa cuantía de las pensiones de viudedad que reciben, la situación se agrava. En este contexto, las personas que viven en el entorno de los mayores que sufren esta soledad desempeñan un papel crucial para combatirla. De igual importancia resulta el mantenimiento de los referentes afectivos, particularmente en el caso de no poder ejercer de abuelos, padres o cónyuges. El perfil de las personas que más sufren la soledad corresponde a mujeres de entre 65 y 74 años, que viven en la ciudad. ¿Quién no tiene cerca a alguien en estas circunstancias?