La devoción al «Corazón de Jesús», y la misericordia del papa Francisco -- Jesús Mª Urío Ruiz de Vergara

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En la fiesta del Corazón de Jesús, que celebramos hoy, tenemos un buen momento, y argumento, para reflexionar sobre dos realidades que son una: el amor de Dios, manifestado en el símbolo del Corazón, y la Misericordia del Señor, que predica y proclama con tanta vehemencia el Papa. Como mucha gente sabe, y recordará, antes de la devoción al Corazón de Jesús, que ya iniciara san Juan Eudes, (siglo XVII), y reafirmara fuertemente Santa Margarita Mª de Alacoque, (también del XVII), dominó en Francia la teología «jansenista», así denominada por su autor, Corneille Janssens o Jansen (en latín: Cornelius Jansen), de un siglo anterior, del XVI. Más exacto que teología sería llamarlo «movimiento jansenista», porque el título de Teología no cabe sin serios fundamentos bíblicos, filosóficos y, solo después, teológicos. El duro y puritano Cornelio, obispo de Ypres, no los tenía, y lo único que lo caracterizó fue la valentía de formular su teoría a pesar de sus desconocimientos bíblicos, algo que casi nadie, ¡gracias a Dios!, se atrevió a hacer antes que él.

El jansenismo es un movimiento religioso que consagra las ideas, equivocadas, y nada fieles a la Biblia, ni siquiera al Antiguos Testamento, (AT),fruto de una simple trasposición, ingenua, y, pensamos, no malintencionada, de los sentimientos humanos de la época, sobre justicia, al plano de la salvación. Y eso nos daba la mezcla explosiva de una Dios justiciero, implacable, para ellos, justo hasta el extremo, y una idea trágica y tétrica de pecado, que cubría de un manto desesperante a toda la sociedad católica francesa. Hubo un famoso convento cisterciense femenino, Port Royal des Champs, de cuyas monjas afirmó Pascal, Blaise Pascal (siglo XVII), «que eran puras como ángeles y orgullosas como demonios». Esa pureza ética, y ese orgullo metafísico-demoníaco de los jansenistas, era una bomba destructiva para los simples y asustados fieles. Y como reacción a esa religiosidad enervante y asustadora es cuando, y cómo surge, la devoción al Sagrado Corazón de Jesús, conocida enseguida como «Devotio moderna».

Hay quien piensa que se es más leal a la Biblia, y más respetuoso, afirmando que Dios, sobre todo el del AT, es un Dios más justiciero que justo, severo, como si su manera de implantar la justicia fuera el de una máquina automática. Nada más equivocado. No hay que esperar al Nuevo Testamento (NT) para encontrar textos de una dulzura misericordiosa, y de una ternura compasiva que llaman la atención, y emocionan. Pero si esos hallazgos se les escapan a algunos, no es posible que leyendo el NT, por ejemplo, el capítulo de Lucas denominado de la misericordia, cap. 15, o las proclamas de amor del Evangelio y de las cartas de S, Juan, alguien pueda dudar de que si algo en Dios es grande, y mucho mayor que la Justicia, atreviéndonos a hablar a la humano, es el Amor. El problema de esos jansenistas, como, todavía, de algunos moralistas en nuestra Iglesia, es que dan más importancia, y tienen más en cuenta, sus ideas filosóficas y morales, que la Palabra de Dios, sobre todo su última concreción en Jesucristo. Y esta fidelidad a los gestos y palabras de Jesús es lo que caracteriza a sus seguidores, los que nos llamamos cristianos.

La «misericordia! que predica, enseña, y anuncia el papa Francisco no es fruto de su estilo o talante, o de su «impronta porteña», como he leído en algún desavisado, sino de su leal, tenaz, valiente y continua fidelidad a las palabras de Jesús. Posiblemente la calificación de Dios como «clemente y misericordioso» es, después de Santo, la más repetida en la Biblia, sobre todo en el Antiguo Testamento, y es de ahí que el papa, y todos los que oímos, leemos, meditamos y nos alegramos con la Palabra de Dios, sacamos la devoción al Corazón de Jesús como símbolo del Amor de Dios. Porque «corazón», en todas las culturas, es una «proto-palabra», como magníficamente recordó K. Rahner en un maravilloso artículo de sus Escritos de Teología, «El culto al Sagrado Corazón de Jesús»