Mis ideas de renovación de la Iglesia (II) -- Jesús Mª Urío Ruiz de Vergara

0
61

Enviado a la página web de Redes Cristianas

Tercer Artículo de Jesús Mª Urío sobre ideas de Reonovación de la Iglesia
(La gran traición del Cristianismo al Evangelio)
?sta es la segunda parte no de todo el cuerpo del artículo, sino del que edité anteayer, con el mismo título, y que trató, especialmente, de la evangelización, como una de las tareas ministeriales de todo organismo eclesial, en nuestro caso, de las parroquias. Quiero recordar que estas palabras no son, sin más, una crítica al escrito del ?Foro de curas de Madrid??, con sus diez propuestas al arzobispo. No son una crítica, sino una colaboración, digamos por contraposición. Explico mi idea: me gusta ser coherente con una de las ideas principales de mi eclesiología, y que el Vaticano II, en mi opinión, me ayudó a reforzar.

La Iglesia no es, esencialmente, cosa del clero. Solo lo es accidentalmente, porque a partir del siglo IV éste se impuso en la organización eclesial, hasta no solo desbancar a la comunidad de creyentes, sino hasta casi eliminarlos del mapa eclesial. Pero el Concilio, con su definición de ?Iglesia como Pueblo de Dios??, vino resolver esa profunda y antigua herida, que ha hecho desangrarse a la Iglesia, sobre todo en la Edad Media e inicio de la Moderna, y que ahora, con el florecimiento de otras formas políticas más apropiadas a la razón, algo que ya comenzó con la Ilustración, amenazan con propiciar una lenta agonía, hasta la desaparición, de la Iglesia.

Y si éstas no suceden, no será por el clero, sino a pesar del mismo. Su existencia es una traición tan indiscutible, desafortunada, y descarada, al Evangelio, que se impone la pregunta de cómo ésta ha sido posible. Primero, al darse, entre los siglos IV-V, más en el primero; y después, al mantenerse.

Hasta el edicto de Milán el clero, como hoy lo entendemos, no existía fuera de las reuniones de la asamblea cristiana para las diferentes celebraciones. Pero es urgente decir, rápidamente, que la Comunidad Cristiana primitiva no se definía, sobre todo, por el estilo y frecuencia de las celebraciones, sino por el resultado de éstas en la vida. Era ésta la que fue caracterizando a los cristianos, hasta conseguir que, por ella, por esa vida, por su estilo, su madurez, su generosidad, su prudencia y valentía a la vez, por su profunda e incuestionable humanidad, por su prodigiosa y luminosa vecindad, los gentiles acabasen admirados y afirmaran, ?¡cómo se aman!??. Y era este amor el que fue conmoviendo los duros cimientos culturales y sociales de los romanos, hasta convertirlos. Ni los romanos conocían las celebraciones litúrgicas de los fieles, ni éstas salían a la calle para ser conducidos sus participantes de ella directamente a las mazmorras o al anfiteatro. Así que en su culto interno, los cristianos se repartían sus funciones según sus aptitudes: unos presidían la asamblea, -los presbíteros, los curas de hoy-; otros cuidaban las puertas, -los ostiarios, no por lo que repartían , sino por lo que guardaban, la puerta, en latín ?ostia??; otros proclamaban las lecturas, los lectores; otros cantaban; otros y otras preparaban la sala y la mesa para celebrar la Eucaristía; otros se preocupaban la intendencia, para repartir después a los necesitados, los diáconos; y así las diferentes ocupaciones o ministerios.

En ese tiempo había también quien se ocupaba de saber y enterarse de los problemas de la comunidad, en su vida, fuera ya de las celebraciones, y eran los inspectores, en griego y plural, ?epískopos??. ?stos eran, al principio, los mismos que los presbíteros, y eran llamados de una u otra manera por la función a la que hicieran referencia. Así que como obispos, más en la calle y en la vida, y como presbíteros, en las celebración. De alguna manera, esta condición se mantiene. Los curas están más atentos a la pastoral normal y cotidiana, y los obispos a la marcha socio-económica de sus diócesis. Y los sacerdotes, ¿qué papel ostentan y cumplen?

Es muy interesante y esclarecedor comprobar que en el Nuevo Testamento (NT) no hay un solo texto en el que se llame, o denomine, sacerdote, a ningún cristiano. Cuando aparecen la palabra o el concepto se refieren, siempre, o a los sacerdotes del templo de Jerusalén, de los judíos, en consecuencia, o a los sacerdotes de los templos paganos, de las religiones romana o griega. De los cristianos, solo Jesús es declarado sacerdote, hasta serlo solemne y definitivamente como ?único y eterno sacerdote según el orden de Melquisedec??, es decir, que ofrece sacrificios incruentos, pan y vino, una vez consumado el único sacrificio cruento en la Cruz. Y todos los bautizados participan de ese sacerdocio único, y conviene resaltarlo como tal. En el NT no hay más sacerdocio que el de Jesucristo, consagrado ya mediador único entre Dios y los hombres, Sumo Pontífice, el único hacedor de puentes con libre y fácil acceso a las dos orillas.

Entonces, ¿cómo y por qué surge el ?sacerdocio?? ministerial, reservado al clero? Desde luego no es por fidelidad al Evangelio, e intentar dotar a la Iglesia de estructuras más cómodas y prácticas para cumplirlo. Hay demasiados textos en el mismo que afirman cosas como, ?a nadie llaméis padre, a nadie llaméis doctor; entre vosotros no sea así (como en las naciones), porque todos vosotros sois iguales; el que quiera ser el primero, sea el último y servidor de todos; no seáis como los fariseos, que quieren ocupar las primeras filas, y rezan en las esquinas para que la gente los vea; el discípulo no es más que el Maestro: si yo os he lavado los pies, lavaos vosotros unos a otros los pies. O como poco antes de finalizar el Sermón de la Montaña ?No todo el que me diga ?Señor, Señor?? entrará en el Reino de los cielos, ?? muchos me dirán aquel día ?Señor, Señor, ¿no profetizamos en tu nombre, y en tu nombre expulsamos demonios, y en tu nombre hicimos muchos milagros? Y entonces les declararé:??¡Jamás os conocí; apartaos de mí, agentes de iniquidad??. (Mt 7, 21-23)

No pienso que nadie, ante las palabra de Jesús, que se pueden multiplicar por diez, y, sobre todo, ante su estilo de vida, y profético, sin compromisos, sino con la verdad, se atreva a decir que lo que hoy es el clero, -¡y durante muchos siglos fue todavía mucho peor!-, ha sido fundado, o se inspira y fundamenta, en las palabras del Maestro de Nazaret. Y que la condición del mal llamado ?ministerio sacerdotal?? surge de las palabras y de la vida de alguien que no fue ni sacerdote, ni miembro del clero de su tiempo, sino más bien su tremendo y afilado fustigador. Surge, más bien, como fruto del pecado del ser humano, de su ansia de poder, y de la fascinación de debían ejercer los sacerdotes paganos en los pobres, ¡todavía!, y nada influyentes presbíteros y epískopos cristianos, que vieron en su equiparación ?profesional?? con el sacerdocio pagano, una prometedora y brillante carrera. Y a fe que ésta ha llegado, ¡y cómo!, hasta nuestros días. Pero a ver quién se atreve a negar que ?el sacerdocio es, en sí, una institución pagana??. (Estoy seguro que habrá quien lo piense, pero a ése le pido que ofrezca argumentos, no de autoridad, para demostrar su aserto).