Enviado a la página web de Redes Cristianas
Después de más de diez mil días de trabajos ingratos, rutinarios y, a veces, de gran esfuerzo físico, he caído en la cuenta de que la historia laboral de mi vida tiene una gran similitud con la de las acémilas que sacaban agua de las norias en mi pueblo.
A estos animales de tiro se les proveía de una collera y dos cadenas y se les enganchaba a la palanca que hacía girar la noria. Después, con la finalidad de que no se salieran de aquel circuito infinito, se les ataba con unos cordeles situados en las puntas de una vara larga de forma que esta trazara un radio desde la cabezada del animal al eje central del mecanismo de la misma. Finalmente se les tapaba la cabeza y ya estaban listos para emprender el camino a ninguna parte. Privarles de la vista y del oído supongo que tenía la retorcida intención de que no tomaran conciencia del sinsentido de sus vueltas y pudieran parase o despistarse. Y es que, una vez ciegos y sordos y en una especie de ensoñación, seguramente creían caminar hacia algún destino idílico, algo así como un mundo ocioso repleto de verdes campos de alfalfa; seguramente esa meta imaginada era la que les daba ánimos y fuerzas para seguir girando en la rueda de su miserable y desgraciada vida.
Lo paradójico es que estas bestias, domadas y amansadas hasta la náusea, pudiendo huir de la sumisión hacia la libertad, prefirieran el rendimiento y la humillación a cambio de la seguridad de un establo más o menos confortable, una ración diaria de cebada y, de vez en cuando, una de palos.
. Valladolid