Nadie tiene mala intención, ¡faltaba más! -- Jesús Mª Urío Ruiz de Vergara

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Enviado a la página web de Redes Cristianas

Oía yo ayer con una ingenua e irónica sospecha al Consejero de Sanidad de la Comunidad de Madrid, D. Francisco Javier Rodríguez Rodríguez, asegurar que no pretendió ofender a la trabajadora sanitaria Teresa Romero al afirmar que ésta había mentido en su versión a los médicos y a la prensa, o a quien la oyera, sobre su contagio del ?bola. El sr. Consejero debe de saber que ofender es un delito, o puede serlo, y ofender con premeditación, un delito con agravante. Pero todos los madrileños tenemos derecho a que nuestros gobernantes sepan el significado de las palabras. Y asegurar que alguien, con nombres y apellidos, miente en algo concreto, sobre todo si se trata de un asunto transcendente, y no una minucia, esa simple y llana afirmación ya es una ofensa. No necesita tener, además, el deseo explícito de ofender. De alguna manera, o mejor, de muchas, las obras son más concluyentes y claras que las palabras. Si alguien comete un asesinato no puede afirmar que no tenía intención de matar. Si no, se trataría, simplemente, de un homicidio.

Acabo de leer una ?misiva??, así la denomina RD, /Religion Digital), del obispo de Alcalá de Henares, Juan Antonio Reig Plà, y no sé si se trataba de una pastoral o de un comunicado, dirigido ?a obispos de España, Hispanoamérica y Europa, sacerdotes, familias, laicos, instituciones eclesiásticas y civiles, a «muchos» medios de comunicación e incluso a «algunos» políticos, que le han asegurado su «cercanía espiritual y apoyo»??. (Mías son solamente las comillas de inicio y fin de frase. El texto entero está firmado por la Redacción de RD). En ese escrito el prelado también afirma, como ahora está de moda, «Nunca he tenido intención de ofender a nadie, a todos respeto y acojo de corazón??. ?De internis nem iudicat ecclesia??, (sobre los temas íntimos, de conciencia, ni la Iglesia juzga), como he repetido en algunas de las últimas entradas. El sr. obispo no habrá tenido intención de ofender, pero hablad con algún amigo o amiga homosexuales, y creyentes, y veréis si se han sentido, o no, y muchas veces, ofendidos por las palabras hirientes, y para ellos ofensivas, del señor obispo.

Hay miembros de la jerarquía que insisten en que la dureza de sus palabras se debe a la obligación de conciencia, que sienten, de comunicar el mensaje entero de Jesús. Y, se supone, o debería poder hacerse, según el estilo de Jesús. Pero ?ste nunca reprochó nada a los publicanos, a los samaritanos, a las prostitutas, a las adúlteras, pero sí trató con ira, muchas veces con fiereza, (o, por lo menos, así ponen los evangelistas palabras tremendas en la boca del Maestro), contra las autoridades religiosas y políticas de Israel: Sumos Sacerdotes, jefes de los fariseos, ricachones de los saduceos, senadores, y toda esa pléyade de grandes o pequeños tiranos que oprimían a la gente. No es verdad que los obispos, sobre todo los que más lo aseguran, se dediquen a anunciar, entero, el mensaje de Jesús. ?ste nunca denunció, ni siquiera trató nunca, los asuntos del sexo, (otra cosa es el adulterio, que tanto en el Antiguo Testamento, AT, como en la legislación romana, no se trataba de una infracción sexual, sino más bien de un tema de injusticia), ni de los homosexuales, ni denunció el aborto, ni el infanticidio, ambos legales en el Imperio.

Sin embargo, hay otros muchos comportamientos que Jesús sí que fustigó con severidad, como los relacionados con el dinero, con la codicia, con el afán de las riquezas, con el abuso de la autoridad contra los pequeños, o en otro orden de cosas, contra los que pretendían desviarlo, a ?l, a Jesús, de su tarea salvadora, como Pedro, que mereció ser tildado de Satanás. Así como, al contrario, bendijo, hasta inmortalizarlos, la actuación de un samaritano, de una mujer prostituta, del Hijo prodigo convertido, de María, a la que le importaba un bledo las tareas de la casa, y quedar bien o mal con el Maestro, al contrario de su hermana Marta, que se afanaba por quedar bien; que respetó, incluso a Judas, ¡a quien dio la comunión!, -para escándalo, se supone, de los eclesiásticos que se oponen a la misericordia del Papa a la hora de la Comunión de los creyentes-, etc., etc.

Señor Reig Pla, nos encantaría que denunciase la actual situación social, no solo de inmoralidad, que al fin y al cabo es cosa de conciencia, sino de delincuencia, en las altas esferas de la Política, en la Judicatura, en la Banca y las Finanzas, cuyos desmanes repercuten, ¡y cómo!, en todos sus fieles; es decir, en todos no, en casi todos, en los más pobres, desvalidos, engañados con preferentes, cantos de sirena y falsas promesas electorales. ¿Ha clamado, señor obispo, alguna vez contra todo ello, o contra leyes que apuntan directamente a los asalariados, como la inicua ley laboral, o la ley de Seguridad Ciudadana, que ha sido suavizada por la presión de los profesionales de la Justicia, y ante el atronador silencio de nuestros obispos en todas estas cuestiones? De todo esto, con las salvedades, que no son tantas, y tal como sucedía en tiempo de Jesús, ?l habló, y, proféticamente, denunció. Hoy, yo pienso, y muchísimos creyentes también, que haría lo mismo, que no se callaría. Que sería implacable con los de arriba, y tierno y misericordioso, con los de abajo, los desamparados, y los mal vistos.