El cuaderno que acabamos de publicar no es un cuaderno para eruditos aunque el autor y el protagonista del cuaderno, sin duda lo sean; tampoco es un cuaderno con una intención meramente informativa o cultural, aunque desvele algunos aspectos de la biografía de Tolstoi poco conocidos. Antoni Blanch escribe este texto con una intencionalidad que deja clara desde el prólogo: ?en un momento cultural y político, como el de hoy aquí en España y en Europa, en que parece dominar la mediocridad de miras y el individualismo anti-solidario, pienso que la figura de ese Tolstoi, más revolucionario y espiritual, podría también servir de estímulo a las actuales generaciones de ciudadanos perplejos, indignados y rebeldes, al lado de otros grandes maestros morales, por desgracia hoy muy escasos??.
Por tanto, la clave de lectura de «Leon Tolstoi, un profeta político y evangélico» es la de aproximar al lector la figura de un referente, de un maestro moral. Alguien puede argüir que los contextos son incomparables y que distamos años luz de aquella Rusia de cambio de siglo que le tocó vivir al escritor. Y, en muchos sentidos, tendrá razón. Pero eso no se contradice que sean también no pocos los paralelismos, y que esta recuperación histórica sea necesaria, precisamente cuando vivimos atrapados por una velocidad que nos arrastra sin saber demasiado dónde. Antoni Blanch nos invita, pues, a detenernos a viajar cien años atrás y acercarnos a esta figura fascinante.
¿Qué podemos aprender?
Primero la necesidad de recuperar la persona. Somos hijos de una época, es cierto y es una obviedad, y Tolstoi también lo fue a su manera. Pero esto no es lo determinante. En un momento concreto se produce un insospechado cambio de profundidad en la vida del autor que lo conduce por caminos que hasta aquel momento le parecían impensables. La conversión interior de Tolstoi, es la manifestación más clara de que toda persona está abierta al cambio, y que este no sobreviene únicamente por un cambio de circunstancias externas sino por un cambio profundo en la apreciación que esta persona tiene de su propia vida y del destino de las cosas y del mundo. A. Blanch recoge a Tolstoi hablando en primera persona: ?Yo tenía cincuenta años, amaba y era amado, tenía buenos hijos y gran hacienda, la gloria, la salud, el vigor físico y moral?? y a pesar de ello reconoce ser ?un hombre perdido en el bosque, sobrecogido de terror porque se ha extraviado y que corre por todos los lados sin poder detenerse, aun a sabiendas de que a cada paso se extravía más????. Sin esta conversión es imposible entender su compromiso social.
Alrededor suyo decenas de filósofos y corrientes reformistas o revolucionarias, pero Tolstoi parte de un nivel diferente, el nivel de ?reconocerse perdido y extraviado????, y paradójicamente es aquí donde radica toda su fuerza. Una revolución sin las personas, sin la persona, no tiene ningún sentido, o simplemente (cambiando el orden de la expresión originaria castellana) diferentes perros con los mismos collares. Solamente des de la renuncia al poder personal y a la violencia se entiende su posición y, precisamente por esta razón, no es nada extraño que encajase mal en todos los movimientos revolucionarios de su época.
En segundo lugar, el contexto de profunda opresión que vivía la sociedad rusa. El régimen de los zares agonizaba, y como suele pasar en este tipo de regímenes la agonía será larga, y la degradación progresiva. La descomposición provoca que se acentúen las características más autoritarias, porque la pérdida de toda legitimidad obliga a un ejercicio del poder a través de la pura fuerza y represión. Nuestro contexto actual es también un contexto de opresión. Un imperio agoniza guerreando en medio del desierto y provocando miles de muertos inútiles (ahora celebramos diez años de la guerra de Iraq , ¿Cómo se hubiera manifestado el Tolstoi pacifista ante las mentiras aberrantes que justificaron esta y otras intervenciones militares?; millones de personas se ven obligadas a abandonar sus lugares de origen por el hambre, mientras una buena parte de la producción de cereal se dedica a producir combustible; y en nuestro país, el trabajo se precariza, se reforman las condiciones laborales, se retiran los derechos sociales y se pretende volver a una nueva forma de esclavitud que tiene como caldo de cultivo inmensas bolsas de pobreza. Hoy, como en la época de los zares, ser explotado y no pasar hambre, empieza a considerarse un privilegio.
Y finalmente, el papel de la Iglesia y la religión en todo esto. Para Tolstoi el Evangelio es el motor del cambio social, donde se sustenta su postura que no es ideológica sino religiosa: ?aquella su radical conversión al Evangelio de Jesús, que añadía a sus luchas y esperanzas un horizonte absoluto y volvía mucho más dramáticas sus resistencias personales, así como las tensiones familiares y las oposiciones públicas (con la policía, por ejemplo, o con la Iglesia Ortodoxa)??. Sí, también con la Iglesia, porque desde la conversión su postura se vuelve absolutamente incómoda por una institución que había hecho de la conservación del statu quo, la razón de su existencia. Cuando la Iglesia se casa con el poder y este es un poder autoritario y opresivo, desnuda el Evangelio de toda su fuerza transformadora, y convierte la religión en un apéndice necesario del sistema. La denuncia de esta situación convierte a Tolstoi en un profeta y un profeta de la esperanza: «Pienso que precisamente ahora está empezando aquella gran revolución que se estaba preparando desde hace dos mil años».
Recuperar a Tolstoi como intenta este cuaderno, es recuperar para nuestros días la fuerza transformadora del Evangelio de Jesús, una fuerza que a pesar de las crisis institucionales, o quizás gracias a ellas, tiene la vigencia más absoluta.