Los indignados de Sikem -- Salvador Santos

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Atrio

Hace ahora cerca de dos mil novecientos cuarenta años se produjo un movimiento de indignados del que quedó constancia escrita en el Antiguo Testamento. Tuvo lugar en el centro de Palestina, en Sikem, una ciudad situada entre dos montes: el Ebal y el Garizzim.
El enojo generalizado provenía de atrás, de la asfixia económica de un pueblo machacado durante cuarenta años por una carga impositiva insostenible. El reciente fallecimiento del monarca responsable de tal modelo tributario y el consiguiente cambio en la cumbre del poder pareció ocasión propicia para reclamar un alivio fiscal. Como contrapartida, el pueblo ofrecía apoyo total a la nueva candidatura.

Confiada en mejorar su situación económica, la asamblea de indignados fue derecha al grano. Así habló al candidato:

?Tu padre nos impuso un yugo pesado. Aligera tú ahora la dura servidumbre a que nos sujetó tu padre y el pesado yugo que nos echó encima, y te serviremos?? (I Re 12,4).
Se ve por el breve discurso del colectivo de indignados que las irritaciones populares no son cosa de hace unos días. Desde bastante lejos en la historia los pueblos comenzaron a estar hasta las narices de arrastrar miserias para costear abundancias y desvaríos de poderosos.

Pero, ¿quién era el aludido padre? y ¿qué situación financiera motivó tanto lastre para la gente?

El fulano no era otro que Salomón, rey tenido por sabio. Los datos confirman, en cambio, su condición de criminal: mandó matar a su hermano Adonías (I Re 2,25) al que correspondían los derechos de sucesión al trono por ser el hijo mayor de David. Igual suerte corrió su pariente Joab (I Re 2,29). Al parecer, Salomón lo llevaba en los genes. Su padre, David, otro criminal declarado, urdió un abominable plan dando las órdenes oportunas para que su excelente y fiel oficial Urías no saliera con vida de la trampa:

?El texto de la carta era: Pon a Urías en primera línea, donde sea más recia la lucha, y retiraos dejándolo solo, para que lo hieran y muera?? (IISam 11,15).
Además de asesino, el facineroso Salomón también fue un hijo de su madre. A ella, Betsabé, le corresponde su cuota de responsabilidad en la muerte de su esposo Urías. Había quedado embarazada de David, estando su marido en combate.

El rey usó sus recursos políticos para intentar atribuir a Urías la paternidad del hijo engendrado por Betsabé haciéndole volver de la guerra para que se acostara con su mujer. Pero le falló el truco debido a la extrema honestidad del oficial Urías (II Sam 11,9ss.), cuya muerte en combate se describe con extrema sobriedad:

?Murió también Urías, el hitita?? (II Sam 11,17).
El despreciable Salomón, por su parte, acabó sus días en consonancia con su manera de pensar: amancebado con unos cuantos dioses de pacotilla (I Re 11,4-9). Era lógico. Salomón había tomado partido por el lujo y el boato. Hasta la reina de Sabá, una señora señalada por vivir a todo tren, se quedó boquiabierta al contemplar la pompa que rodeaba la corte salomónica (I Re 10, 4-5). El encuentro entre ambos dio pie a que se lisonjearan mutuamente intercambiándose algunos detallitos:

?La reina regaló al rey cuatro mil kilos de oro, gran cantidad de perfumes y piedras preciosas?? Por su parte el rey regaló a la reina de Sabá todo lo que a ella se le antojó, aparte de lo que el mismo rey Salomón, con su esplendidez, le regaló.?? (I Re 10,10).
Si bien el derroche salía, como es de suponer, de los bolsillos de los contribuyentes, estas pequeñeces no constituían el grueso del volumen de impuestos establecidos por el listo de Salomón. El auténtico agobio fiscal provenía del afán obsesivo del presuntuoso rey por la construcción. No es que él se desviviera haciendo viviendas sociales para el bienestar del pueblo. Lo suyo era la grandeza. El orientó sus desvelos hacia tres importantes sectores:

? el Poder político y económico,

? el Poder militar y

? el Poder religioso.

Se dedicó, pues, a la promoción de obras de fortificaciones, cuarteles, espacios para avituallamiento. Importó caballos. Incorporó nueva tecnología a su ejército: carros para el combate. Creó una flota (I Re 9,15-28). Para justificar la edificación de su palacio en cuyas obras emplearon trece años (I Re 7,1), hizo construir el Templo de Jerusalén, en el que tardaron siete (I Re 6,38). Las características de uno y otro están descritas sin sonrojo en I Re 6 y 7.

La financiación de tales obras requirió una profunda reforma laboral. Por ello, Salomón, al que no le faltaban sus caprichillos (I Re 5,6-8), abarató los costes de personal obligando al pueblo a realizar trabajos obligatorios (I Re 5,27ss.), aunque en otra parte de la narración se indica que los trabajos forzados solo afectaban a los inmigrantes (I Re 9,20-23).

El fortalecimiento militar, político y religioso se logró a costa del debilitamiento crónico del pueblo, gravado sin misericordia con la finalidad de hacer frente al coste financiero de semejante desmadre constructivo. Del cansancio popular y su desconsuelo nació un flujo separatista que acabaría en la desmembración del reino.

Antes de eso, los indignados acudieron en masa a Sikem llenos de razones. Confiaban en conseguir del candidato a rey, Roboán, hijo de Salomón, una reducción de sus impuestos.

Roboán, no muy avispado, calló ante la petición del pueblo y se dio unos días:

?Marchaos y al cabo de tres días volved?? (I Re 12,5).
Entraban en juego los asesores.

Los primeros, gente experimentada de la etapa de su padre y ya fuera del poder, solo aspiraban a ganar estabilidad. De modo que, sabiamente, le aconsejaron ceder para ganar apoyos:

?Si condesciendes hoy con este pueblo, poniéndote a su servicio, y le respondes con buenas palabras, serán siervos tuyos de por vida?? (I Re 12,6-7).
Los segundos, los de su camarilla, gente ávida de medrar, no renunciaban a su parte del pastel proveniente de los impuestos, así que plantearon al candidato el camino a seguir (I Re, 12,9-11). Como era de esperar, el aspirante al poder asumió la posición política de los suyos pensando tener el triunfo en sus manos.

Roboán, el hijo de Salomón, enseñó sus cartas a los indignados. Su respuesta no fue, ni mucho menos, la que estos imaginaban:

?Si mi padre os impuso un yugo pesado, yo os aumentaré la carga; que mi padre os castigó con azotes, yo os castigaré con latigazos?? (I Re 12,14).
El pueblo imaginó entonces una etapa aún más dura que la anterior. Se vieron ahogados en la miseria a cambio del engorde de los ricos, el aumento de los gastos de defensa, el medro insaciable de los adheridos al poder político y el auge incontenible de la autoridad religiosa. Una vida, en definitiva, hipotecada por un criadero de zánganos.

En el caso de los indignados de Sikem, el pueblo no toleró que Roboán accediera al poder.