Hileras de limpias casas suburbanas surcan la ladera árida y yerma. Sobre ellas se eleva una torre depósito de agua, con la que se riega el exuberante verdor de los jardines. Pero fuera de la cerca que rodea este asentamiento de colonos israelíes en la Ribera Occidental, se halla la pequeña comunidad beduina de Umm Al Kher, cuyos residentes carecen desesperadamente de agua.
Aquí, en las colinas al sur de Hebrón, las precipitaciones han sido escasas durante muchos meses. A cualquier lado que se mire, se divisa un panorama de rocas grisáceas y suelo árido y accidentado. Pero los efectos de la reciente sequía son enormemente más graves a causa de una crisis del agua de origen humano, tal como señalaron los habitantes locales a los observadores del Programa Ecuménico de Acompañamiento en Palestina e Israel que se reunieron con ellos.
La comunidad beduina no está conectada con ninguna red de suministro de agua y el ejército israelí no concederá permisos para excavar pozos. La comunidad se ve obligada a comprar el agua de los camiones cisterna de Mekorot, la empresa hídrica nacional israelí, que cobra 5 shekels (alrededor de 1,30 dólares) por metro cúbico. El costo hace que los pastores de Umm Al Kher no puedan regar sus cultivos. Solamente cuentan con otro suministro de agua consistente en una tubería del tamaño de una manguera de jardín que les llega desde la bomba que hay en el asentamiento israelí.
«A veces cortan el agua durante varios días», dijo un residente de Umm Al Kher a Miranda Rosoux, acompañante ecuménica británica. «Tenemos agua suficiente para beber y lavarnos, pero no para la agricultura».
Los acompañantes ecuménicos, enviados por el Consejo Mundial de Iglesias para ofrecer una presencia protectora y un seguimiento de los derechos humanos a lo largo de toda la Ribera Occidental, visitan periódicamente las aldeas de las colinas al sur de Hebrón. Estas comunidades aisladas se enfrentan, por una parte, con los problemas acumulados de la confiscación de sus tierras y la violencia de los colonos israelíes y, por otra, con las restricciones a los movimientos y la construcción impuestas por los militares israelíes.
Amnistía Internacional realizó recientemente una investigación acerca de las políticas sobre el agua aplicadas por Israel en los Territorios Palestinos Ocupados. Puso de manifiesto un conjunto de medidas que impiden obtener agua suficiente a los palestinos de toda la Ribera Occidental y Gaza. Las demoliciones de instalaciones de almacenamiento de agua y la negación del acceso a los acuíferos, junto con las prohibiciones de excavar pozos, hacen que 200.000 palestinos de comunidades rurales carezcan totalmente de acceso al agua corriente.
Mientras tanto, los colones israelíes no tienen esos problemas. Con sus explotaciones agrícolas de riego intensivo, sus exuberantes jardines y sus piscinas, consumen por término medio unos 300 litros al día cada uno. El consumo medio de los palestinos es aproximadamente un cuarto de esa cantidad, y muy inferior al mínimo de 100 litros recomendado por la Organización Mundial de la Salud. En algunos casos hay palestinos que sobreviven con 20 litros de agua al día, que normalmente obtienen de un camión cisterna. Para las comunidades cuya vida depende de la agricultura, la falta de agua es crítica.
No hay agua para la agricultura, ni paso para los pastores
Estos problemas agravan el efecto de la prolongada sequía. En el pasado los beduinos afrontaban los períodos de sequía trasladándose a otros lugares en busca de buenos pastos. Pero actualmente gran parte de los mejores pastizales se hallan en zonas prohibidas, confiscados por los asentamientos israelíes que se están propagando inexorablemente en todo el paisaje.
Los pastores palestinos están atados por las restricciones de movimientos impuestas por el ejército israelí y por la amenaza de violencia de los colonos israelíes que les cierran el acceso al pastoreo en algunas zonas. Jóvenes armados de los asentamientos amenazan regularmente a la misma aldea. Recientemente, rompieron la barrera del cercado para entrar a robar las pocas y esqueléticas gallinas de los beduinos. También son frecuentes los abusos y el lanzamiento de piedras.
Salim, un pastor de Umm Al Kher, dice que al lamentarse sobre los problemas del agua se olvida cuál es la causa radical. Para mejorar la situación de falta de agua, Umm Al Kher necesita construir tuberías, pero la aldea se halla en una zona donde las autoridades israelíes se niegan a conceder permisos de construcción a los palestinos.
Todavía el pasado octubre, las autoridades israelíes dijeron a las organizaciones internacionales no gubernamentales de desarrollo que violarían la ley si construían algo en la aldea. Según los Acuerdos de Oslo de 1994, la aldea se halla en la «Zona C», lo que significa que está bajo pleno control militar y civil israelí. Las autoridades israelíes no conceden permisos a los palestinos en la Zona C y, por mucho que los residentes tengan documentos que demuestran que son propietarios de la tierra, no pueden construir en ella.
La frustración que crea esto es palpable dentro de la aldea. Los residentes viven bajo los cables eléctricos que van desde el asentamiento israelí hasta una cercana granja avícola que pertenece también a los colonos. En cambio, los residentes de Umm Al Kher’s no están conectados con la red eléctrica. Y a pesar de que tienen documentos que demuestran que son propietarios de este trozo de tierra, hay una orden de demolición pendiente sobre cada estructura que los beduinos han construido desde 1967, incluidas las tiendas. Han sido destruidos ya varios edificios, entre ellos, un bloque de letrinas.
Eid, el hijo de un anciano del lugar, se mostró desafiante. «Cada vez que destruyan nuestros edificios, los volveremos a construir. ?sta es nuestra tierra», afirmó.
Su determinación no oculta el hecho de que Umm Al Kher es un punto precario. Es posible que las lluvias del invierno trasformen estas colinas en pastos verdes durante unos pocos meses, pero, a la larga, el futuro de comunidades beduinas como Umm Al Kher se halla pendiente de un hilo.
(*) Patrick Franks y Miranda Rosoux son miembros del Programa Ecuménico de Acompañamiento en Palestina e Israel.