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La absurda esperanza de la curia de Benedicto XVI acerca de que cambiando a Zornoza de obispo auxiliar a obispo titular de la primera diócesis vacante, alcanzaría total impunidad frente a los medios y personas que sabían que -como desveló una de las memorias publicadas sobre la vida del Cardenal Rouco- la causa por la cual implosionó el empeño de Zornoza en beatificar a su mentor e íntimo, el primer obispo de Getafe, era pintiparada de la que ahora le persigue a él, puede parecerse a la hipótesis de que cualquier obispo va a ser capaz de regenerar la Diócesis que ha dejado Zornoza, como Atila, detrás de si.
La personalidad de alguien capaz de regenerar una diócesis arrasada moral y espiritualmente durante casi 15 años, en su laicado, en su presbiterado y en los escasísimos miembros de las órdenes e institutos religiosos, no se puede improvisar, y menos en una provincia socavada por la violencia del narcotráfico, la economía sumergida, el desempleo y la precariedad, de la cual han tenido que escapar decenas de miles de sus habitantes para poder ganarse el pan.
Pero si se trata de atraer a los alejados, a los que perdieron con Zornoza toda esperanza de una Iglesia a la altura de las bienaventuranzas, comprometida con los más desposeídos o siquiera sensible a los valores del Evangelio y del Vaticano II, es un tarea al alcance de muy pocos ya.
El riesgo de las consecuencias de una nueva decepción entre creyentes y no creyentes no es deseable en lo personal para quien lo intente. Las virtudes y cualidades mínimas son inalcanzables para quienes que se asome a la herencia de Zornoza. Si se lo ofrecen, mire bien a su alrededor y pregunte no a los que le aplauden, sino a los que de verdad le conocen, si realmente las tiene.
Cádiz y Ceuta, la única diócesis bicontinental del planeta, ahora bajo la mirada de todo el pueblo de Dios en un mundo globalizado, supone una prueba de fuego sin red para el único cardenal en activo -tras la inmediata jubilación de Omella- en España, y aún más para la credibilidad de Prevost, ante todo el pueblo español, pues ya es mucha el hambre desesperanzada de que triunfe donde tanto fracasó Francisco, a la hora de elevar el nivel de la gobernanza de aquellas diócesis españolas en las que es pobrísimo, como consecuencia de la absoluta impermeabilidad de demasiados mitrados al espíritu del Vaticano II.
No se confundan, Francisco murió sin convertir al búnquer episcopal español y fracasó en España en lo esencial, pues ni siquiera pudo reconvertir los seminarios españoles al espíritu del Vaticano II, ni lograr transparencia y reparaciones dignas para todas las muchas formas de abuso o pederastia clerical. Esa bunquerización y su innata opacidad son la única causa del “escándalo Zornoza”
La única Diócesis bicontinental de la Iglesia tiene una larga historia como cuna de la libertad en América y Europa y ha sido históricamente el principal núcleo anarquista español junto a Barcelona hasta la Guerra Civil.
Drenar en ella la sangre necrosada por el desorden cognitivo y emocional de Zornoza durante tres décadas, en una provincia tan compleja y bicontinetal, es una tarea al alcance de pocos. La diócesis tiene más población que 30 provincias españolas en invierno y que 40 en verano, regenerarla, restaurarla no está al alcance de cualquier prelado que no sea capaz de amarla apasionadamente, realizando para ello una higienización adecuada en sus cargos de gobierno, formadores del seminario y área económica. Devolver la dignidad a las personas que han sido pisoteadas y humilladas en este tiempo.
Querer a los sacerdotes dedicando tiempo al encuentro con ellos, con respeto y veneración. Devolver la calma, erradicar el miedo, recuperar la confianza, empezar a sembrar fraternidad sin ñoñerías. Valorar a los sacerdotes como personas y sus capacidades y valores. ¿Está eso al alcance de pongamos un hierático, hermético y nada empático canonista por ejemplo o de cualquier teólogo dogmático? Si le ofrecen su mandato o su mitra, por su propia salud mental tiéntese bien la ropa. Y el corazón.

