Por qué no paramos de hacer guerras -- Leonardo Boff

0
68

Enviado a la página web de Redes Cristianas

En estos momentos estamos viviendo tiempos dramáticos con guerras de gran letalidad en Ucrania, en Congo, terribles en la Franja de Gaza con un genocidio a cielo abierto, ante la indiferencia de aquellas naciones que nos legaron los derechos del humanos, la idea de democracia y el ser humano como fin y nunca como medio. Particularmente trágica es la guerra entre Israel e Irán que, si no es contenida, podría generalizarse en una guerra total, con el riesgo de poner fin a la biosfera y a nuestra existencia en este planeta.

La pregunta que quiero plantear es inquietante y muy realista: ¿qué paz es posible dentro de la condición humana tal como se presenta hoy día? ¿Podemos soñar con un reino de paz? Según estamos estructurados como personas, como comunidades, como sociedades, ¿qué tipo de paz? Rechazamos la afirmación: si quieres la paz, prepara la guerra.

Traigo aquí algunas reflexiones que exigen realismo y desafían nuestra voluntad política de construir la paz. Porque la paz no viene dada, la paz es resultado de un proceso de todos los que buscan el camino de la justicia, que protestan contra un tipo de mundo que no deja a los seres humanos ser humanos unos para otros, un israelí con un palestino.

Empiezo recordando algunos datos de las ciencias de la vida y de la Tierra, pues ellas nos ayudan a pensar. ¿Qué nos dicen? Que todos nosotros, el universo entero, venimos de una gran explosión ocurrida hace 13.700 millones de años. Hay instrumentos que pueden captar el eco de esa inmensa explosión en forma de una minúscula onda electromagnética. Aquella produjo un caos enorme. Nosotros venimos del caos, de la confusión inicial, pero el universo –impregnado de interrelaciones– empezó a expandirse y mostró que el caos no es solo caótico sino que puede ser también creativo. El caos genera dentro de sí órdenes. El proceso cosmogénico crea armonía y, al expandirse creando espacio y tiempo, creó el cosmos. Cosmos, de donde viene la palabra cosmético que todos conocen, es belleza y orden. Pero el caos nos acompaña como una sombra. Por eso el orden es siempre creado contra el desorden y a partir del desorden. Pero ambos, orden y desorden, caos y cosmos siempre van juntos, coexisten juntos.

Y, llegando al nivel humano, ¿cómo aparecen? Aparecen bajo dos dimensiones de sapiencia y de demencia. Nosotros somos homo sapiens sapiens, seres de inteligencia y, simultáneamente, somos homo demens demens, seres de demencia, de negación de la justa medida. En primer lugar somos seres de inteligencia, de sapiencia, es decir, somos portadores de consciencia. Somos seres societarios, cooperativos. Seres que hablan, seres que cuidan, seres que pueden crear arte, hacer poesía y entrar en éxtasis.

Ocupamos ya el 83% de nuestro planeta, ya hemos ido a la luna y a través de una nave espacial hemos ido más allá del sistema solar. Si algún ser inteligente abordara esta nave –que ha salido del sistema solar y va a circular durante tres mil millones de años por el centro de nuestra galaxia– podrá ver mensajes de paz escritos en ella, en más de cien lenguas, como también el llanto de un niño, el sonido de un beso de dos enamorados y fórmulas científicas. La palabra paz está escrita en más de cien lenguas, como mir, peace, shalom, pax, mensaje que nosotros queremos hacer llegar al universo.

Somos seres de paz, y simultáneamente somos seres de violencia. Dentro de nosotros existe crueldad, exclusión, odios ancestrales, cosa que estamos presenciando en nuestro país y principalmente en la guerra contra los palestinos de la Franja de Gaza y en la guerra entre Israel e Irán. Hemos demostrado que podemos ser homicidas, matamos a personas. Podemos ser etnocidas, matamos etnias, pueblos, como los 61 millones de pobladores indígenas de América Latina; es nuestro holocausto, raramente mencionado. Podemos ser biocidas, podemos matar ecosistemas, como gran parte de la Floresta Atlántica, parte de la Amazonia y las grandes selvas del Congo. Y hoy podemos ser geocidas, podemos devastar salvajemente nuestro planeta vivo, la Tierra.

Todo eso podemos ser, el Satán de la Tierra. Y aquí surge la angustiada pregunta: ¿Cómo construir la paz, si somos la unidad de esa contradicción, del caos y del cosmos, del orden y del desorden, de la sapiencia y la demencia? ¿Qué equilibrio podemos buscar, y debemos buscar, en ese movimiento contradictorio para que podamos vivir en paz? La propia evolución nos ha ayudado, ella es sabia y nos ha dado una señal. Ella nos dice que aquello que hace al ser humano ser humano –diferente de otras especies– es nuestra capacidad de ser cooperativos, seres sociales, seres de lenguaje, de diálogo y de reciprocidad.

Cuando nuestros antepasados salían a cazar, no hacían como los chimpacés. Estos, los chimpancés, son nuestros parientes más cercanos, con un 98% de carga biológica en común.

¿Y cómo se dio el salto del mundo animal al mundo humano? Cuando nuestros antepasados salían a cazar no comían privadamente su caza –como hacen los otros animales–, la llevaban a sitios comunes y dividían fraternalmente entre ellos todo lo que recogían como alimento. El salto se dio por la comensalidad, por nuestra capacidad de ser cooperativos y sociales. Y por el hecho de ser cooperativos y sociales surgió el lenguaje, que es una de las definiciones del ser humano. Sólo nosotros hablamos. Por eso, la esencia del ser humano es ser un ser hablante, solidario, cuidadoso y cooperativo.

¿Cuál es la perversidad del sistema bajo el cual todos nosotros sufrimos? Un sistema mundialmente integrado bajo el dominio de la economía de mercado y del capital especulativo. Es un sistema solo competitivo y nada cooperativo. Es un sistema que no ha dado todavía el salto a la humanidad, vive la política del chimpancé, donde cada uno acumula privadamente y no pone en común para otros semejantes suyos.

Pero ya que tenemos las dos dimensiones dentro, de demencia e inteligencia, competitividad y cooperación, es propio del ser humano imponer límites a la competitividad. Es reforzar todas las energías que van en dirección a la cooperación, a la solidaridad, a cuidarnos unos a otros. Haciendo así, reforzamos lo auténticamente humano en nosotros y creamos las bases para una paz posible y sostenible.

Es propio de los seres humanos cuidar. Sin cuidado no se puede salvaguardar la vida, no se expande, fenece y muere. Entonces, la cooperación y el cuidado son los dos valores fundamentales que están en la base de cualquier proyecto productor de paz. No es cerrar la mano, es extender la mano en dirección a otra mano. Es entrelazar las manos creando la corriente de la vida, de cooperación y solidaridad, que son las condiciones que podrán generar la paz entre los humanos.

Cuando cuidamos unos de otros, ya no tenemos miedo; tenemos seguridad. Seguridad de vivienda, del medio ambiente, de la vida personal. Para exorcizar el miedo apliquemos cuidado. Por esta razón, ya Gandhi –ese gran político humanista– decía que la política es el cuidado de las cosas del pueblo. Es el gesto amoroso con las cosas que son comunes. Política no es gerenciar la economía, las monedas, es cuidar a las personas y al pueblo, es cuidar las grandes causas que hacen la vida del pueblo.

Y, gracias a Dios, en nuestro país, se inauguró una política que da centralidad al cuidado del hambre de nuestra población, que pone como fundamental la titulación de las tierras de los pueblos originarios y de los que viven en favelas.

Nuestro país, bien cuidado, puede ser la mesa puesta para el hambre de todos los brasileros y para el hambre de la humanidad, tal es la grandeza de nuestros suelos productivos. Entonces, debemos dejar resonar el discurso del presidente Lula en todos los foros:

“No necesitamos guerra, necesitamos paz. No necesitamos miles de millones de dólares para construir la máquina de muerte, podemos reordenar ese dinero para propiciar vida, expandir la vida, dar futuro a la vida. En lugar de la competición poner la cooperación. En lugar del miedo poner el cuidado. En lugar de la soledad de quien sufre, la compasión de quien se inclina sobre el caído, sufre con él, lo levanta y camina con él”.

En nuestra búsqueda de paz queremos borrar la palabra enemigo; hacer de todos los seres humanos, aliados; hacer de todos los que están lejos, próximos y a los próximos hacerlos hermanos y hermanas.

Cuando preguntaron al maestro Jesús “quién es mi prójimo”, él no respondió. Contó una historia que todos conocemos, la del buen samaritano. Ahí Jesús deja claro quién es el prójimo. “Prójimo es aquel de quien estoy próximo”. Depende de nosotros hacer a todos los humanos –hombres y mujeres de las distintas razas, procedencias, inscripciones ideológicas– hacerlos nuestros prójimos. No dejar que sean enemigos, sino aliados y compañeros.

Nos mostramos como seres humanos cuando compartimos el pan. Compartir el pan es ser com-pan-ñero, como el propio origen de la palabra sugiere: cum panis, aquel que comparte el pan para entrar en comunión con el otro. Nacemos como seres de com-pan-ñerismo. ¿Cuál es nuestro desafío? Asumir como proyecto personal, proyecto político aquello que nuestra naturaleza en su dinámica pide: construir una sociedad de cooperación, de cuidado de unos a otros. El Papa Francisco nos legó esta seria advertencia: “estamos todos en el mismo barco: o nos salvamos todos o no se salva nadie”.

La Carta de la Tierra a su vez también advirtió que debemos “formar una alianza global, para cuidar de la Tierra y cuidar unos de otros, en caso contrario nos arriesgamos a nuestra destrucción y a la de la diversidad de la vida”. Una alianza de cooperación con la naturaleza y no contra la naturaleza; un desarrollo que se hace con la naturaleza y no a costa de la naturaleza.

La paz puede ser construida. No una mera pacificación como propone el presidente Trump, sino la paz tan bien definida por la Carta de la Tierra “como la plenitud que resulta de la correcta relación consigo mismo, de la correcta relación con el otro, con la sociedad, con otras vidas, con otras culturas y con el Todo del cual somos parte”. En una palabra, la paz como un proceso de justicia, de cooperación, de cuidado y de amorización. Ese es el fundamento que nos da la percepción de que la paz es posible y que puede ser perpetua.

Importa no sólo oponernos a la guerra sino conseguir la paz. Entonces la paz exige compromiso; para él queremos invocar fuerzas, también aquellas que van más allá de nuestras fuerzas. El universo es una inconmensurable red de energías, todas ellas beben en la Fuente originaria de donde todo viene y proviene a la cual los cosmólogos llaman El abismo generador de todos los seres y los cristianos llamamos Creador. Queremos que la paz del Creador refuerce la búsqueda de la paz humana. Entonces lo que parece imposible se vuelve posible, una sonriente y feliz realidad.

*Leonardo Boff ha escrito Cuidar de la Casa Común: cómo retrasar el fin del mundo, Vozes 2024.

Traducción de MªJosé Gavito Milano