De una iglesia encerrada (cónclave) a una iglesia en salida -- Secretariado Social Mexicano

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Desafíos y perspectivas de la elección papal
133 cardenales se encuentran ya “bajo llave” (del latin cum-clave) en la Capilla Sixtina de El Vaticano, para elegir al nuevo papa ante la expectativa mundial y no sólo de la grey católica. Una primera fumata ha salido de la histórica chimenea anunciando el resultado de la primera votación.

Como se esperaba, no fue blanca, pero la secrecía total en que ha devenido este milenario proceso de sucesión papal no permite especulaciones. Aún así, la súbita muerte de Francisco y la pluralidad de colegio cardenalicio que heredó, para el bien de la misma iglesia católica, no augura un consenso amplio en torno a una persona.

Ellos se están conociendo, y aunque hay favoritos, la tensión entre conservadores y progresistas que ha acompañado al catolicismo desde el Concilio Vaticano II hasta el último día de Francisco, se ha acrecentado ante la Apostolica Sedes Vacans.

Además de la esperanza, por supuesto que abunda la curiosidad, en pleno y mediático siglo XXI, en torno a la pervivencia de una práctica aparentemente arcaica y contraria a los principios básicos vigentes en las sociedades contemporáneas, en las que si bien el voto es secreto, se espera del proceso de elección la mayor transparencia y visibilidad. No es el caso aquí.

No lo ha sido para la iglesia católica desde el siglo XIII, cuando se implantaron de manera oficial las normas de auto-encierro para la elección papal, re-significando el encierro forzado a que previamente ya habían sido sometidas diversas reuniones eclesiásticas de capital importancia en la historia de la iglesia.

Baste recordar el Concilio de Nicea, convocado por el emperador Constantino en el siglo IV para asegurar la unidad de la Iglesia (amenazada por la herejía del arrianismo) y así garantizar la estabilidad del imperio romano. Se cuenta que este emperador, quien impuso el cristianismo como religión oficial, al ver amenazada dicha estabilidad por las disputas ideológicas de una iglesia naciente y en constante re-configuración, convocó y encerró bajo llave a los padres de la iglesia de la época, bajo advertencia de sólo dejarlos salir cuando hubieren resuelto sus controversias.

Y en los inicios de la iglesia, nos cuentan los evangelios (Jn 20,19) de un tiempo similar al de la sede vacante, Jesús había muerto y aún no nacía la iglesia en Pentecostés, en el que los discípulos se encontraban a menudo a “puerta cerrada” (literal griego: encerrados bajo llave), por miedo a los judíos.

En cada momento a lo largo de la Iglesia, el encierro tuvo su significado propio, acorde a las condiciones de la época. Hoy, el significado dado al cónclave responde a la necesidad de una “elección limpia”, es decir ajena a toda influencia externa que no sea la del Espíritu Santo. Y más allá de la validez de este argumento, está la pregunta de cómo actua este Espíritu y si la presencia dentro del cónclave del resto de la comunidad creyente no sería precisamente signo de dicha presencia.

Es decir, lo que está en disputa son dos modelos de iglesia que han sobrevivido simultáneos a lo largo de casi dos mil años de historia y que hoy bien pueden nombrarse como el modelo de cristiandad, fuertemente arraigado en las estructuras eclesiásticas, y el modelo de una ecclesia semper reformanda (Concilio Vaticano II), abierta al mundo e inserta en sus gozos y esperanzas, tanto como en sus tristezas y angustias (Gaudium et spes 1). Modelo último impulsado con ahínco por el papa Francisco en su consigna de una iglesia en salida.

Pero, más allá de la posibilidad de un cambio en la forma del cónclave, el verdadero desafío está antes y después de él. Francisco quiso asegurarse precisamente de que el destino de la iglesia católica romana no dependiera de una persona o de un grupo selecto de ella, sino de toda la comunidad, en su diversidad. Por ello impulsó sus reformas, siendo la última y decisiva: la sinodalidad, como la posibilidad de llevar a cabo cambios profundos, duraderos, pertinentes a los signos de los tiempos, más allá de quien sea electo papa y la agenda personal que impulse.

Francisco quiso depositar el liderazgo de la iglesia en la comunidad, creando mecanismos de participación y diálogo que se espera trasciendan la permanente y también milenaria fuerza centrípeta de la institución religiosa que la fuerza a encerrarse en sí misma, en sus privilegios e inercias.

Si tras la fumata blanca emerge un continuador del programa de Francisco o un ultraconservador preconciliar (improbable dada la configuración del colegio cardenalicio), es tan importante como el papel protagónico que la mayoría de las y los católicos reivindiquen sin conceder, en un momento crucial para la humanidad y nuestro planeta entero, en el que la iglesia puede y debe asumir un liderazgo profético para detener la barbarie de la guerra y su causa principal: la voracidad del capital; para hacer realidad aquí y ahora el proyecto que está en el corazón del evangelio y de todas las religiones y sabidurías del mundo: una paz que nazca de la justicia.

Esperamos que todos los desafíos, que no son pocos, que enfrentará el nuevo papa tengan como piedra angular esta aspiración.

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