Enviado a la página web de Redes Cristianas
Este 1o de Mayo de 2025, conmemoración anual del movimiento obrero a nivel mundial, viene
marcado irremediablemente para las personas cristianas por la muerte del Papa Francisco, ya que ha
sido en vida un gran embajador del trabajo decente, de la paz y de la justicia social.
Su legado es claro, y deja un camino en la Doctrina Social de la Iglesia cuya estela enmarca la
dignidad de las personas mediante la dignificación de las condiciones de trabajo.
Por eso, este Día Internacional de las Personas Trabajadoras queremos recordar sus palabras para la
109 reunión de la Conferencia Internacional del Trabajo de la OIT que se celebró en Ginebra, el 17
de junio de 2021.
Es necesario entender correctamente el trabajo. El primer elemento para dicha
comprensión nos llama a focalizar la atención necesaria en todas las formas de
trabajo, incluyendo las formas de empleo no estándar.
El trabajo va más allá de lo que tradicionalmente se ha conocido como “empleo formal”, y el Programa de Trabajo
Decente debe incluir todas las formas de trabajo. La falta de protección social de los
trabajadores de la economía informal y de sus familias los vuelve particularmente
vulnerables a los choques, ya que no pueden contar con la protección que ofrecen los
seguros sociales o los regímenes de asistencia social orientados a la pobreza. […] es
muy necesario garantizar que la asistencia social llegue a la economía informal y
preste especial atención a las necesidades particulares de las mujeres y de las niñas.
[…] No se terminan de erradicar costumbres inaceptables, destaco la vergonzosa
violencia que a veces se ejerce sobre las mujeres, el maltrato familiar y distintas formas
de esclavitud […] Pienso en […] la desigualdad del acceso a puestos de trabajo dignos
y a los lugares donde se toman las decisiones» (Amoris laetitia, n. 54).
El segundo elemento para una correcta comprensión del trabajo: si el trabajo es una
relación, entonces tiene que incorporar la dimensión del cuidado, porque ninguna
relación puede sobrevivir sin cuidado. Aquí no nos referimos sólo al trabajo de
cuidados: la pandemia nos recuerda su importancia fundamental, que quizá hayamos
desatendido. El cuidado va más allá, debe ser una dimensión de todo trabajo.
Un trabajo que no cuida, que destruye la creación, que pone en peligro la supervivencia
de las generaciones futuras, no es respetuoso con la dignidad de los trabajadores y no
puede considerarse decente. Por el contrario, un trabajo que cuida, contribuye a la
restauración de la plena dignidad humana, contribuirá a asegurar un futuro sostenible
a las generaciones futuras [4]. Y en esta dimensión del cuidado entran, en primer
lugar, los trabajadores. O sea, una pregunta que podemos hacernos en lo cotidiano:
¿cómo una empresa, imaginemos, cuida a sus trabajadores?
Además de una correcta comprensión del trabajo, salir en mejores condiciones de la
crisis actual requerirá el desarrollo de una cultura de la solidaridad, para contrastar
con la cultura del descarte que está en la raíz de la desigualdad y que aflige al mundo.
[…] «Es pensar y actuar en términos de comunidad, de prioridad de la vida de todos
sobre la apropiación de los bienes por parte de algunos. También es luchar contra las
causas estructurales de la pobreza, la desigualdad, la falta de trabajo, de tierra y de
vivienda, la negación de los derechos sociales y laborales. Es enfrentar los
destructores efectos del Imperio del dinero. […] La solidaridad, entendida en su
sentido más hondo, es un modo de hacer historia y eso es lo que hacen los movimientos
populares» (Fratelli tutti, n. 116).
[…] Recuerdo a los empresarios su verdadera vocación: producir riqueza al servicio de
todos. La actividad empresarial es esencialmente «una noble vocación orientada a
producir riqueza y a mejorar el mundo para todos. Dios nos promueve, espera que
desarrollemos las capacidades que nos dio y llenó el universo de potencialidades. En
sus designios cada hombre está llamado a promover su propio progreso, y esto incluye
fomentar las capacidades económicas y tecnológicas para hacer crecer los bienes y
aumentar la riqueza. Pero en todo caso estas capacidades de los empresarios, que son
un don de Dios, tendrían que orientarse claramente al desarrollo de las demás
personas y a la superación de la miseria, especialmente a través de la creación de
fuentes de trabajo diversificadas. […] A veces, al hablar de propiedad privada
olvidamos que es un derecho secundario, que depende de este derecho primario, que
es el destino universal de los bienes.
Invito a los sindicalistas y a los dirigentes de las asociaciones de trabajadores a que no
se dejen encerrar en una “camisa de fuerza”, a que se enfoquen en las situaciones
concretas de los barrios y de las comunidades en las que actúan, planteando al mismo
tiempo cuestiones relacionadas con las políticas económicas más amplias y las
“macro-relaciones”. […] Los sindicatos son una expresión del perfil profético de la
sociedad. Los sindicatos nacen y renacen cada vez que, como los profetas bíblicos, dan
voz a los que no la tienen, denuncian a los que “venderían al pobre por un par de
chancletas”, como dice el profeta (cf. Amós 2,6), desnudan a los poderosos que
pisotean los derechos de los trabajadores más vulnerables, defienden la causa de los
extranjeros, de los últimos y de los rechazados. Claro, cuando un sindicato se
corrompe, ya esto no lo puede hacer, y se transforma en un estatus de pseudo patrones,
también distanciados del pueblo.
[…] Los sindicatos no cumplen su función esencial de innovación social si vigilan sólo
a los jubilados. Esto debe hacerse, pero es la mitad de vuestro trabajo. Su vocación es
también proteger a los que todavía no tienen derechos, a los que están excluidos del
trabajo y que también están excluidos de los derechos y de la democracia.
Estimados participantes en los procesos tripartitos de la Organización Internacional
del Trabajo y de esta Conferencia Internacional del Trabajo: la Iglesia los apoya,
camina a su lado.
Hagamos de este texto nuestra hoja de ruta. Luchemos ante quienes quieren imponer
la cultura del descarte según criterios de productividad. Cuidemos a quienes formamos
los procesos laborales, y especialmente a quienes sufren de manera más acuciante los
efectos de la explotación capitalista: jóvenes, mujeres, migrantes.
Y trabajemos para poner cada vida en el centro de los procesos productivos,
indignándonos con cada accidente laboral y cada enfermedad profesional.
EL TRABAJO ES PARA LA VIDA.