Rafa Redondo nos ha dejado. -- Borja Aguirre

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Uno debería ser poeta, o ser un místico, para escribir un texto que haga justicia a la vida de Rafa Redondo. No soy ni una cosa ni la otra, ni siquiera soy alguien que le haya conocido en profundidad como persona, simplemente he sido alguien, como mucha otra gente, que se ha dejado iluminar en algún tramo de su vida por una luz tan especial y tan llena de colores como la que derrochaba Rafa. Así que me contentaré con escribir unas palabras que describan lo que su camino ha dejado en mi; ya llegarán otras personas que puedan explicar quién fue realmente esta persona y qué es lo que hizo.
Rafa ha sido un maestro zen que ha hecho su camino personal y peculiar. Como quizá deban ser todos los maestros zen.
Tras separarse del cristianismo en una etapa de su vida y encontrar en el zen otro lugar donde vivir su espiritualidad, en sus últimos años volvió a hablar, desde una óptica que solamente otorga la experiencia profunda, de los Evangelios y de lo que ello se cuenta. Sin pretender hacer una síntesis ni dar demasiadas vueltas a las posibles contradicciones o diálogos interiores. Simplemente, Rafa hablaba de lo que le salía de dentro a borbotones, por si a alguien le valía. Solamente por eso. En caso contrario, prefería el silencio.
¿Y por qué esa vuelta a hablar de Jesús, un personaje del que hoy en día mucha gente prefiere alejarse? Una vez, charlando con él, me dijo la razón. El zen le había aportado mucho en su vida, pero le faltaba el abrazo.
Era su forma de expresar que el cariño, el amor, el cuidado de otras personas, ocupaba un lugar tan central en su vida como la paz silenciosa. Esa fue su síntesis personal y lo que intentó transmitirnos. Y lo que él practicó, desde luego, en su propia existencia: mientras pudo, estuvo acompañando a decenas de personas a encontrar su camino, a descubrir su llama interior de paz. Parecía la misión que daba sentido a lo que hacía: ayudar a encontrar paz a personas que la habían perdido, o que nunca la habían encontrado.
Termino ya, hay que dejar espacio.
Rafa nos deja sus libros, en los que podemos seguir viviendo sus palabras. En ellas me resuena el eco de su insistencia, de su ánimo incansable: seguid caminando, persistid, volved, pero comprendiendo la paradoja de que la tarea no es nuestra, simplemente debemos dejarnos quemar como un tronco de leña. Él sabía, y repetía las veces que hiciera falta, que tras las nubes siempre está el sol. Confiar en eso es suficiente.
Mañana quizá me arrepienta de haber escrito todo esto; otras personas, mucho más cercanas a él y con más experiencia que yo hablarán los próximos días de Rafa y sentiré un poco de ridículo al darme cuenta de que este no era mi lugar. Pero ¿sabéis? Rafa me enseñó a sentir paz en la tormenta. Y sonreiré.