Trump no hará mas redadas de momento -- José Ángel Ortuño

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Enviado a la página web de Redes Cristianas

En la generación española nacida en los años 40 y 50 del siglo XX, lo habitual era que una persona (normalmente hombre), entraba a trabajar en una empresa (normalmente industrial o en la construcción) y pasaba el resto de su vida laboral trabajando en esa empresa. Si era un pelín ambicioso y/o espabilado, ascendía dentro de la empresa. Podía hacer una carrera profesional, al tiempo que tener un proyecto de vida: casarse (así eran las cosas por entonces), tener hijos e hijas, comprarse una
vivienda, comprarse una segunda vivienda, acceder a cierto nivel de consumo.

El trabajador iba adquiriendo derechos, como el acceso a los sistemas de salud y de pensiones. Claro está que, en España, esto iba con retraso respecto al resto de Europa occidental.

Esos trabajadores tuvieron hijos e hijas. Ellos se habían manchado las manos de grasa, de cemento, de basura, y esas manos se habían encallecido. Habían usado monos y camisas azules que, después de una jornada laboral que podía incluir horas extras que se pagaban, olían a sudor. Estos obreros decidieron que sus hijos e hijas no se iban a manchar las manos y que el cuello de su camisa fuera blanco en lugar de azul, y que usaran bata blanca en lugar de mono azul.

Y, como un solo sueldo les permitía que sus hijos e hijas no tuvieran que incorporarse tempranamente al mercado de trabajo, decidieron que estudiasen. Y estudiaron, vaya que si estudiaron. De hecho, las universidades se llenaron de hijos de obreros.  
Los nietos de los nacidos en los años 40 y 50, vieron cómo las condiciones laborales se degradaron reforma laboral tras reforma laboral. cómo el cuento de la meritocracia era eso un cuento, y cómo no sólo no podían desarrollar carreras profesionales, sino que lo de hacer un proyecto de vida como sus abuelos y sus padres, era completamente inviable.

Y en esto llegaron los inmigrantes, que ocupan los nichos laborales que los nacionales dejan, por estar mal pagados y tener peores condiciones laborales: de la agricultura a los cuidados, pasando por la
hostelería. Le escuché a una inmigrante que ellos venían porque los españoles éramos unos flojos. Pues mire, no, que usted llegó a un país que una clase obrera levantó de la ruina de una guerra civil y que
aportó tres millones de trabajadores al milagro europeo de la postguerra mundial.

Ni los españoles somos unos flojos ni los inmigrantes nos quitan el trabajo. 
Estos inmigrantes aspiran, con respecto a sus hijos e hijas, a lo mismo que nuestros abuelos: que sus hijos no se ensucien las manos. Trabajadores que esperan todas las mañanas en la Plaza Elíptica de Madrid que alguien les ofrezca un trabajo en la construcción o los que trabajan en campañas agrícolas o cuidan de las personas mayores.  Al inmigrante, sobre todo al que está sin papeles, que no se identifica con el trabajador nacional, que no está sindicado, que no tiene derechos políticos, que tiene miedo a ser
deportado, se le puede explotar más y sale más barato.

Dice el presidente de los Estados Unidos que va a expulsar a todos los inmigrantes "ilegales". Y mientras le veo decirlo en el telediario pienso "¿quién va a recoger las naranjas en California?". A comienzos del siglo XVII, los Austrias expulsaron a los moriscos. Las quejas de los nobles terratenientes valencianos no se hicieron esperar. Serían musulmanes, pero trabajaban las tierras, se encargaban de la seda, de la artesanía …

Me da que detrás de la primera gran redada de expulsiones, muy televisada, no vendrán otras hasta que los asuntos de política interior necesiten una cortina humo. Que habrá otra redada cuando baje la popularidad o haya un escándalo que tapar. Los inmigrantes también pueden servir de cabeza de
turco, a la manera de los judíos en la Alemania nazi: todo lo malo que pasa en nuestra sociedad es culpa suya: de la delincuencia a la suciedad la ciudad, todo. 
 
Y lo más importante, que sirven, a modo de ejército de reserva industrial, para degradar las condiciones laborales de todos. Para eso es importante mantenerlos sin derechos, y separados de la clase trabajadora autóctona. Al final se trata de eso, de contar con un proletariado de servicios sumiso y barato.