Una Iglesia menos chula y prepotente -- José Manuel Vidal

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Religión Digital

El domingo, día 28 de diciembre, la plaza de Colón de Madrid volverá a ser el escenario de la segunda Wostoock católica. Una Fiesta de la Familia que, como cualquier manifestación humana, está preñada de luces y sombras. Y de muchas ambigüedades. Calculadas, unas. Inducidas, otras. Comenzando por la propia convocatoria. ¿Se trata de una convocatoria de la Iglesia española o, simplemente, de un acto del arzobispado de Madrid?

El convocante es cardenal Rouco Varela, arzobispo de Madrid y, a la sazón, presidente del episcopado. El año pasado, la convocatoria fue secundada por la Conferencia episcopal y asistieron la mayoría de los obispos españoles. Este año, no asistirán más de la mitad de los mitrados. Los demás celebrarán la misma Fiesta de la Familia pero en sus respectivas diócesis. Y es que a muchos obispos les duele que la Iglesia de Madrid se esté imponiendo como la Iglesia española. Con el cardenal Rouco, como el Papa español. Algo que, como todo el mundo sabe, contradice la naturaleza y la esencia teológica de las iglesias particulares o diócesis.

Tampoco está nada claro el objetivo de la convocatoria. El oficial, sí. Se trata de proponer, siguiendo la doctrina social de la Iglesia, «a la familia como el lugar natural y el instrumento más eficaz de humanización y de personalización de la sociedad». Familia tradicional, iglesia doméstica y célula social basada en la ley natural.

Pero hay algo más. Se pretende reunir en Madrid a una gran multitud de católicos. La organización habla de dos millones. Los expertos aseguran que, en Colón y aledaños, sólo caben unas 350.000 personas. Pero, como dice un amigo, experto en medición de manifestaciones, ?cuando se superan ciertas cifras, cualquiera puede hablar de millones sin ponerse colorado??.

Y, si como dice abiertamente el obispo de Palencia, monseñor Munilla, ?los católicos no somos masoquistas??, está claro que los que se reúnan en Colón será para proclamar en la calle sus creencias. Y tienen todo el derecho del mundo a hacerlo. La calle es de todos. También de los católicos, cuando se movilizan. Una movilización que, sin embargo, está creando división en el seno de la Iglesia (¿no dicen que la comunión eclesial es el bien más preciado, superior a cualquier otro?). Desde los obispos a las bases.

División interna y signo de fuerza externo. Hacia la sociedad y hacia el Gobierno ?laicista?? de Zapatero. Aunque digan y repitan que el acto no va a tener ?connotaciones políticas??. Seguramente, no tantas y tan explícitas como el año pasado. De ahí que Rouco haya pasado de la celebración de la Palabra del año anterior a la eucaristía de éste. Donde el único que tomará la palabra será el propio cardenal en la homilía.

En cualquier caso, un acto que, por sí mismo, es toda una demostración de fuerza. Y un pulso descarado al Gobierno. En nuestra sociedad mediática, las imágenes son las que cuentan. Y el mensaje icónico implícito está clarísimo: los católicos salen a la calle contra Zapatero. Se movilizan, con razón o sin ella, contra los socialistas.

Vuelve el lenguaje de la trinchera. Lo dice abiertamente monseñor Munilla : ?El influjo del laicismo imperante, podrá descolgar las cruces de las paredes, o hacer desaparecer los belenes y demás signos religiosos propios de la Navidad?? pero no podrá impedir que nosotros mismos seamos ?signos visibles?? de la presencia de Dios en el mundo??.

O como explica el jefe de programación de la cadena COPE, José Luis Restán, ?salir a la calle para combatir el «efecto invisibilidad» que proyectan sobre nosotros los medios, para mostrar que no somos pocos y que tenemos carta de ciudadanía plena en esta sociedad de la que formamos parte con pleno derecho, sin que se nos pueda exigir dejar aparcada o entre paréntesis la fe, el recurso humano más potente y precioso que tenemos para vivir??.

Los católicos como colectivo y la Iglesia como institución tienen derecho a proclamar en la calle lo que quieran. ¡Faltaría más! Y de hecho, lo van a hacer, con total libertad. Y el Gobierno contra el que van a protestar, les seguirá financiando.

Aún reconociendo su derecho a expresarse, me encuentro más a gusto con una Iglesia no tan vociferante. Una Iglesia que no tenga que salir a la calle para hacer demostraciones de fuerza. Una Iglesia que no esté en la nostalgia ni enrocada en el victimismo y a la defensiva. Una Iglesia mucho menos chula y prepotente.

Una Iglesia de rostro más amable. Una iglesia samaritana. Esa que, con Caritas, con los religiosos y con sus parroquias, está a pie de obra de los más desfavorecidos. Esa cuya labor todo el mundo reconoce, sin necesidad de exhibirla en pancartas en Colón.

Una Iglesia propositiva. Una Iglesia del sí. Una Iglesia que se olvide de los noes y de las condenas y de los anatemas. Más madre, sin dejar de ser maestra. Una Iglesia que no sea profeta de calamidades, sino sembradora de esperanza en tiempos de crisis. La Iglesia no atraerá por su fuerza ni por su potencia de masas, sino por ser levadura en la masa. Una Iglesia cercana y sensible, que no vea lo cultural como pagano, sino como algo profano y que puede ser bendecido y alabado.

No me siento a gusto con la Iglesia de Colón, castillo enrocado y fortaleza asediada. Me gusta más la Iglesia ?experta en humanidad??, que tiende la mano al diferente, acoge al desvalido y dialoga con el contrario. Como hizo Jesús. Al estilo del Nazareno. Sin privilegios. Con la única arma del AMOR. Incluso a los enemigos.