Enviado a la página web de Redes Cristianas
Fuente: facebook (https://www.facebook.com/groups/126613087423442)
Hace algún tiempo me pidieron que escribiera un artículo para una revista contando mi experiencia de trabajo con personas sin techo en Caritas. Nunca me había atrevido a hacerlo porque no sabía que contar, ni como contarlo.
¿Cómo plasmar en un papel toda la riqueza de treinta y ocho años de trabajo con el colectivo mas invisible, más excluido, más olvidado de nuestra sociedad? ¿como plasmar tanta ternura vivida, tanta profundidad, tantos momentos buenos, tantas dificultades pasadas? ¿Cómo se puede comunicar todo eso en un papel y que no se quede en una cosa fría y sin alma? Por eso no lo he hecho nunca, por eso nunca me he atrevido ni he querido dar el paso de escribirlo. Hasta ahora.
No sé qué ha cambiado en mi forma de ver la cuestión, no sé qué ha pasado pero al fin me he puesto a escribir para intentar comunicar algo de lo mucho vivido.
Antes de empezar quiero decir, que el colectivo de los ?sin techo??, para mí, es el colectivo mas excluido de todos los colectivos con alguna problemática social. ¿Por qué digo esto?: en el colectivo ?sin techo?? se encuentran todas las demás problemáticas sociales (drogadicción, alcoholismo, ludopatias, enfermedades mentales, mujeres maltratadas??), pero aumentadas con la falta de un techo y de un apoyo familiar.
Para contar mi experiencia, voy a hacerlo contando pequeñas pinceladas de la vida de alguna de las miles de personas que han pasado ?por mis manos?? en estos treinta y ocho años.
Una de las primeras cosas que recuerdo es la preciosa sonrisa de Gumersindo, un gruista, alcohólico irreductible, que paso por el centro en el año 1984, a los pocos meses de abrirse en Plasencia un centro proyecto-piloto que la Caritas Española puso en funcionamiento en seis ciudades españolas a la vez.
Era un cielo de persona, un ángel incluso cuando estaba bebido. No tenía familia y había ido perdiendo los trabajos por su alcoholismo, y deteriorándose cada vez más hasta acabar en la calle. Nunca dio un problema y era todo ternura y amabilidad, pero el vino le podía, era más fuerte que el. Le planteamos varias veces hacer cura de desintoxicación pero nunca quiso dejar de beber. Se fue del centro en un día que se emborracho hasta el fondo y no volvimos a saber de él. Con Gumersindo, y todos los ?Gumersindos?? que han pasado después de él, aprendí a amar a la gente de la calle, aprendí lo fácil que es quererlos.
Otro recuerdo de los primeros años es el de Elías, un pobre diablo de un pueblo cercano a Plasencia. Nunca había tenido trabajo más allá de alguna cosa esporádica en el campo. De una familia muy complicada, desestructurada, desde pequeño con problemas por pequeños hurtos, pasando de vez en cuando por la cárcel, la última vez por robar unos embutidos. Cuando no estaba en la cárcel se dedicaba a mendigar.
Era cojo de una pierna por polio en su niñez, y lo que más necesitaba era sentirse querido, escuchado, atendido. Además de todo esto le gustaba mucho fumar ciertas sustancias que no están permitidas. Estuvo con nosotros unos meses hasta que entro en la cárcel de Cáceres por el robo de los embutidos. Aparte de nosotros nadie fue nunca a verle a la cárcel, ya que su familia no quería saber nada de él, y no tenía amigos. Cuando salió de la cárcel no volvimos a verle por Plasencia. Desapareció. Con Elías aprendí a saber escuchar, aprendí la absoluta necesidad de la compasión y de la ternura, y aprendí a situarme siempre al lado del que sufre, nunca delante o detrás, siempre al lado.
De aquella primera época también esta Ángel Otero, un marinero de La Coruña, afincado en Plasencia durante muchos años. Solo vivía para beber, durante días, meses y años lo único que metía en su cuerpo era vino y algún bocata de vez en cuando. Estuvo acogido en nuestro centro varias veces y no quiso nunca desintoxicación de alcohol. Estaba con nosotros un tiempo, bebía menos, comía bien, dormía más y se recuperaba un poco. Al cabo de un tiempo se cansaba y me decía ?Pedro, me voy a la calle a beber. Esto no es lo mío, no aguanto más??.
Era querido en Plasencia porque no era conflictivo. Salió de nuestro centro, y cada vez que me le encontraba por la calle ?Pedro, no quiero engañarte, dame un euro para vino??. Duró varios años en la calle ?viviendo?? así, y murió como había vivido, solo y en la calle, de cirrosis. En su entierro estuvimos cuatro personas. Con Ángel aprendí a respetar los procesos y a aceptar las decisiones aun equivocadas de cada uno; cada persona es responsable de su vida y lo que quiere hacer con ella. Tú estas ahí por si te necesitan o si quieren, pero no puedes obligar a nadie a hacer un determinado camino que no quiere hacer.
Unos años más tarde estuvo con nosotros Luis L. Diez, un madrileño castizo, en su ?anterior vida??, como a él le gustaba decir, fue pintor de brocha gorda. Tuvo problemas con su familia, de los cuales nunca hablaba, era absolutamente hermético sobre su vida pasada, lo único que llegamos a saber es que tenía esposa e hijos pero no quería saber nada de ellos. En su lecho de muerte en el Hogar de Nazaret (una residencia de mayores de Caritas de Plasencia) se le consulto si quería que se contactara con su familia y se negó y no dio ningún dato sobre ellos que pudiera facilitar los contactos.
Alcohólico durante muchos años, pero un alcohólico social, hacia vida completamente normal. Estando con nosotros hizo una cura de desintoxicación, y no volvió a probar el alcohol. Todo el tiempo que estuvo con nosotros se ocupó de la sala de barnizado que teníamos en los talleres ocupacionales, lo hacía muy bien, gracias a su experiencia anterior de pintor. Encontró trabajo en una fábrica de muebles de cocina y cuando había vuelto a rehacer su vida y vivía bien, de forma independiente y autónoma, le dio un infarto y quedó un poco tocado físicamente en la parte derecha del cuerpo y no pudo seguir trabajando. Le quedo una pequeña pensión con la que vivía muy apretadamente en un piso que alquiló. Tenía un humor acido y una ironía fantástica.
De vez en cuando echábamos alguna partida de mus (le encantaba!!!) y me acuerdo muy bien de sus expresiones típicas de jugador de mus madrileño ?con escopeta y perro se quiere ese envite??. Con Luis aprendí a aceptar sus silencios, a respetar a la persona que tienes delante de ti en cada momento y comprender que hay zonas prohibidas de su pasado que tienen enterrado y al que no permiten que nadie aceda.
Cada persona que pasa es distinta de la anterior, con un pasado único, con unos problemas determinados y únicos, unas necesidades y demandas concretas y únicas, y tienes que situarte ante el de forma individualizada, no como un colectivo, sino como la persona que es.
Fueron duros estos primeros seis-ocho años, muy duros, por varios motivos.
El primero y creo que principal, es que no había experiencia de este tipo de centro en toda España (salvo cinco-seis albergues que había en las grandes ciudades), y la gente que estaba en la calle no estaba acostumbrada a convivir en grupo, respetar unas normas, unos horarios; se les hacía difícil todo esto y los problemas, roces y peleas eran habituales. Otra razón era que entonces no había servicios sociales en casi ningún ayuntamiento, y los transeúntes (entonces se les llamaba así) eran una obligación de las policías locales.
Imaginaros lo que se encontraban nuestros acogidos a lo largo y ancho de España: poca simpatía, ninguna delicadeza, la mayoría de las veces mucha dureza. Esto hacia que vinieron a nuestro centro ?muy rebotados?? y dolidos contra casi todo. Como digo, los problemas eran continuos. Algunos de ellos graves. La más grave de las amenazas vino de la mano de A. Pons, un ex-legionario de la legión francesa, que nos amenazo de muerte a todo el equipo de trabajadores del centro, y se quedo en Plasencia persiguiéndonos durante bastantes días, hasta que la policía le detuvo.
El siguiente hecho que marca un poco esta historia es el descubrimiento del sida. Teníamos acogido con nosotros a un gallego que se llamaba Manuel Fraga (no es coña), y llevaba tiempo mal, adelgazando y deteriorándose cada vez más su salud, sin saber que le pasaba. Estando con nosotros le hicieron todo tipo de pruebas, y finalmente le dieron el diagnostico y como os estáis imaginando, era sida. Fue un palo terrible para el (era un chaval joven), porque entonces significaba la muerte en un corto periodo de tiempo; y para todo el centro, porque había gente entre los demás acogidos que no aceptaba que le mantuviéramos en el centro ?poniendo en peligro a todos??.
Entonces no había recursos especializados para ellos y costó encontrar un lugar para Manuel. Finalmente se abrió un centro nuevo para este tipo de personas, le aceptaron y para allá se fue el bueno de ?manoliño??. Este fue el primero de una larga lista de seropositivos que han pasado por nuestro centro. La estancia de un seropositivo siempre creaba problemas de convivencia con los demás acogidos, por el miedo que provocaba; el rechazo por el desconocimiento.
La tipología de la gente que se encuentra en la calle ha ido cambiando en estos años. En los primeros años no había mujeres en la calle (alguna había en las grandes ciudades, pero no deambulaban de ciudad en ciudad), era predominantemente hombres, con una media de edad 40-50 años, la mayoría con problemas de mendicidad y de alcohol.
Con el paso del tiempo ha ido cambiando, cada vez más jóvenes, un gran porcentaje con problemas de adiciones (todo tipo de drogas y de ludopatías), bastante gente con algún tipo de enfermedad mental (las distintas administraciones han ido vaciando los siquiátricos sin dar solución a todas las problemáticas que antes encontraban cobijo en ellos) y empezaron a verse las primeras mujeres deambulando. Otra característica es que la mayoría de la gente que se encuentra actualmente en la calle está muy medicada con todo tipo de ansiolíticos, antidepresivos, tranquilizantes, relajantes??
Otros cambios que se han dado en estos años han sido la aparición de un número cada vez mayor de extranjeros y el otro es la aparición cada vez mayor también de gente de Plasencia que siempre han estado en la precariedad más absoluta, a la que la crisis de los últimos años les ha dado un empujón definitivo hacia la exclusión social, y entran y salen esporádicamente de nuestro centro.
Que ha significado toda esta experiencia en mi vida? Soy consciente de que toda mi vida es un regalo; y mi trabajo en Caritas ha sido una Gracia más. Durante muchos años le he dicho a todo el que quería oírme que yo ?debería pagar por este trabajo?? (afortunadamente mis jefes no lo han oído nunca y esto me ha permitido seguir viviendo), me encanta lo que hago y con la gente que lo hago. Para mi, que soy creyente, el encuentro con el acogido supone cada día el encuentro con el rostro de Dios sufriente, con el hermano que necesita tu escucha, tu respeto, tu ternura, tu servicio, tu cuidado.
Nunca he vivido mi trabajo en Caritas como una obligación, o una carga. Para mi ha sido una auténtica gozada.
No ha sido merito o esfuerzo propio, ha sido muy fácil, porque han sido los propios acogidos los que me han ido enseñando, he ido aprendiendo con cada experiencia, con cada persona que el Señor ha ido poniendo en mi camino.
Si hay algún protagonista en esta historia son ellos. Ellos son los que me han enseñado a amarlos.
Plasencia 21 de febrero de 2023