¿Qué me pasa, doctor? -- Dolores Aleixandre

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alandar

Estoy leyendo un precioso libro de Fernando Rivas: Terapia de las enfermedades espirituales, y quizá por eso me sale leer los relatos de apariciones pascuales en clave de dolencias y sanaciones. Cuando el evangelio de Juan nos dice por ejemplo que los discípulos estaban encerrados en el cenáculo por miedo, está haciendo un diagnóstico certero de lo que les pasaba a aquel puñado de hombres y mujeres presos de sudores y palpitaciones, enroscados en sí mismos y tan cegatos como para creerse a salvo detrás de una puerta que podría echar abajo sin problemas la patada de un romano. Pero lo que les pasaba era algo mucho peor y era que habían perdido el centro, como si sus órganos vitales estuvieran desplazados y toda su corporalidad retorcida y distorsionada.

Se ve todo más claro en el escaner que ofrece la continuación del relato porque se les quitan todas las penas en cuanto el Resucitado vuelve a ocupar el centro: ?Llegó Jesús estando las puertas cerradas, se puso en medio de ellos y les dijo: La paz sea con vosotros. Y se llenaron de alegría???? (Jn 20,19).

O sea que esta vez la terapia de Jesús no consistió como otras veces en preguntar, tocar o pronunciar palabras de sanación (¿qué quieres que te haga?; queda limpio??; le tocó??; tu fe te ha salvado; mujer quedas libre de tu enfermedad??; recobra la vista…), sino que, sencillamente, les dijo – ¡Hola! (shalom, para entendernos), recuperó su sitio y todo lo que en los discípulos estaba descentrado, descolocado y desquiciado encontró de pronto su equilibro, su quicio y su centro de gravitación, respiraron profundo y se llenaron de alegría.

Estupenda ocasión la de esta Pascua para reconocer las posibles causas de que andemos también nosotros algo des-centrados y para ponernos a tiro para que el Señor recupere su lugar central en nuestra vida llenándonos de alegría. En realidad hubiera sido mejor hacer el diagnóstico en Cuaresma, pero con este Médico siempre estamos a tiempo de pedir cita a destiempo, dispuesto como está a recibirnos sin necesidad de esperar en la cola de las urgencias.

Posiblemente no nos hagan falta muchas pruebas, radiografías, análisis o endoscopias para darnos cuenta de por dónde andan nuestra descentratitis y nuestra despistalgia: quizá estemos concediendo excesiva centralidad a disgustillos eclesiales que bien mirados, son en realidad de poca monta y de ?quítate tú, que me pongo yo??; o los ?asuntos propios?? han inflado nuestro yo como un globo sin dejar sitio para nada más; o se nos ha instalado dentro un tiovivo de verbena con caballitos ensimismados en historias del tipo ?que si subo, que si bajo??; o les hemos cedido el mando y el control a la agenda, el reloj o las prisas y nos tienen dominados como un sargento despótico a quien respondemos: ?¡Señor, sí, señor!?? con disciplina sumisa de marines americanos.
Menos mal que el Resucitado sigue decidido a entrar en nuestra vida, aunque tengamos las puertas cerradas, el corazón invadido por okupas indeseables y los afectos, ideas y costumbres en absoluto desorden.

Viene a saludarnos con su paz y a recuperar su sitio, que no puede ser otro que el centro. Por supuesto. Claro está. Desde luego. Evidentemente. Of course. Naturellement. Faltaría más. Alleluya, alleluya.