Quiero dedicar tres días del blog al evangelio del domingo 22. 04. 07 (3º de Pascua, ciclo C), donde se exponen los temas centrales de la Iglesia de Pedro y el Discípulo amado: (1) Larga noche de pesca inútil en el lago. (2) Encuentro con Jesús en la mañana. (3) Invitación al amor en el centro del día. Hoy trataré de la noche. Santa Teresa comparaba la vida con una mala noche en una extraña y sufriente posada. El evangelio de Juan la compara con una noche de pesca inútil sobre un mar cerrado: fue y sigue siendo la Noche de los Siete Magníficos, el sistema de las mil organizaciones, tareas y discursos, tiempo oscuridad larga de palabras y esfuerzos sobre un mar vacío.
Al final puro cansancio. Aquí estamos todavía, el año 2007, como decía ayer Fernando, cuando hablaba de la institución/fraternidad (Pedro) y de los espacios de amistad (Discípulo Amado)
Texto
Comentamos hoy la primera parte del evangelio del domingo 3º de Pascua (Jn 21), donde se narra la segunda aparición comunitaria de Jesús, según el evangelio de Juan. La primera (Jn 20, 19-29) la comentábamos el domingo pasado. Éste es el texto:
En aquel tiempo, Jesús se apareció otra vez a los discípulos junto al lago de Tiberíades. Y se apareció de esta manera: Estaban juntos Simón Pedro, Tomás apodado el Mellizo, Natanael el de Caná de Galilea, los Zebedeos y otros dos discípulos suyos.
Simón Pedro les dice: «Me voy a pescar.» Ellos contestan: «Vamos también nosotros contigo.» Salieron y se embarcaron; y aquella noche no pescaron nada… (Jn 21, 1-3)
Una iglesia de pescadores
Este capítulo (Jn 21) es reflejo de un pacto institucional, realizado a finales del siglo I d. C, entre la gran iglesia de Pedro y la comunidad del Discípulo amado. No quiere narrar hechos antes ignorados sobre Jesús y sus discípulos pascuales, sino recrear la esencia cristiana, vinculando la comunidad del Discípulo amado y la gran iglesia de Pedro (a la que alude también Mt 16, 18-19). Los símbolos (pesca milagrosa, comida a la orilla del lago…) son tradicionales (cf. Lc 5, 1-11). Nueva es la interpretación de este evangelio de Juan, que quiere contarnos una parábola fundamental de la vida de la Iglesia..
El relato comienza con Simón Pedro, que dice voy a Pescar. Sin este principio no hubiera habido iglesia, como han indicado otros testimonios de Mateo y Lucas/Hechos. Se le juntan varios discípulos, hasta Siete (como los cristianos helenistas de Hech 6, que son los primeros misioneros de la Iglesia): Pedro, Tomás, Natanael, dos zebedeos (Santiago y Juan) y dos cuyo nombre no se cita (Jn 21, 2). Uno de ellos (¿uno de los zebedeos?) es el Discípulo amado. Son Siete, signo del mundo entero (astros, ías de la semana…) no Doce como los apóstoles israelitas de Jerusalén. Comienzan la tarea de la iglesia sobre el lago, que es el mar del mundo entero.
Para una introducción a la historia literatura de la comunidad del Discípulo Amado: J. J. BARTOLOMÉ, Cuarto Evangelio. Cartas de Juan. Introducción y Comentario, Madrid, CCS, 2002; R. E. BROWN, La comunidad del discípulo amado. Estudio de la eclesiología juánica, BEB 43, Sígueme, Salamanca 1987; A. DESTRO y M. PESCE, Cómo nació el cristianismo joánico: antropología y exégesis del Evangelio de Juan, Sal Terrae, Santander 2002; C. H. DODD, La Tradición histórica en el cuarto Evangelio, Cristiandad, Madrid 1977; Interpretación del cuarto evangelio, Cristiandad, Madrid 1978; S. VIDAL, Los escritos originales de la comunidad del Discípulo “amigo” de Jesús, BEB 93, Sígueme, Salamanca 1997; K. WENGST, Interpretación del evangelio de Juan, Sígueme, Salamanca 1988. Entre los comentarios: J. K. BARRET, El Evangelio según San Juan, Cristiandad, Madrid 2003; R. E. BROWN, El evangelio según Juan I-II. Cristiandad, Madrid 1979 (22002); X. LEÓN-DUFOUR, Lectura del evangelio de Juan I-IV, BEB 68/70 y 96, Sígueme, Salamanca 1992-98; R. SCHNACKENBURG, El evangelio según san Juan I-III, Herder, Barcelona 1980
Diversas iglesias cristianas habían crecido y se habían desarrollado, entre la Pascua de Jesús (en torno al 30 d. C.) y los primeros años del siglo II d. C. En ese tiempo, en torno al 100-110, una comunidad muy especial, de origen judío, que había empezado a desarrollarse primero en Jerusalén y después (quizá tras la guerra del 67-70) se trasladó a una zona distinta (Siria-Transjordania o Asia Menor), se integró en la Gran Iglesia. Había estado animada por un personaje enigmático, que se presentaba como el «discípulo amado» (cf. Jn 21, 24), su máxima autoridad era el Espíritu Santo, que Jesús les había prometido y ofrecido (cf. Jn 14, 16; 15, 16; 16, 13) y desarrolló una intensa fraternidad, de tipo carismático, sin grandes instituciones externas.
Iglesia de Pedro, Iglesia del discípulo amado
Todo nos permite suponer que, tras unos años de gran florecimiento espiritual, esa Iglesia de «amigos de Jesús», a quienes podemos presentar como carismáticos del amor, representados por el Discípulo Amado, corrió el riesgo de perder su identidad, entre disputas internas y tensiones de tipo gnóstico (impulsadas por un tipo de espiritualismo que podría separarles del Jesús de la historia) y entonces, algunos (quizá una minoría) vino a integrarse en la Gran Iglesia, donde la memoria y autoridad de Pedro, era garantía de fidelidad cristiana y unidad eclesial.
Ellos trajeron consigo un evangelio (llamado hoy de Juan) donde, al lado del Discípulo amado, que era signo clave de la comunidad, se apelaba a Pedro (Jn 1, 40; 6, 68; 11, 6-9) y se recordaba su figura en el contexto de pascua (Jn 20, 1-17) y, sobre todo, en la misión de la iglesia, como indica su último capítulo (Jn 21), añadido quizá en la última etapa de la redacción del evangelio, para trazar las relaciones históricas e institucionales entre Pedro (Iglesia organizada y misionera) y el Discípulo amado (libertad en el amor, identidad carismática cristiana).
Pedro, que aparece como representante de la iglesia institucional, sale a pescar en la barca, con otros seis discípulos, como para recordar que la misión fundadora de la iglesia, en su apertura a los pueblos, fue decisión y tarea de Siete discípulos del Cristo (no de los Doce, ni siquiera de otros misioneros como Pablo). Dentro de ese grupo, inseparable y necesario, está el Discípulo amado, que así aparece como testigo de la verdad del evangelio, sin más autoridad y tarea que amar y ser amado desde Cristo, que aparece como fundador de una comunión de «amigos» (Jn 15, 15).
Este discípulo expresa la esencia de la iglesia, refleja su verdad, pero debe mantenerse unido a Pedro. Por eso, si se aísla y separa, puede acabar destruyendo al mismo grupo, pues la comunidad necesita estructuras para organizar el amor. Así le vemos, y vemos a su Iglesia, en comunión con Pedro. Pero también Pedro ha de aceptar en su barco al Discípulo amado. Surge así, por tanto, una fraternidad abierta, en la que unos deben aceptar a los otros. En un sentido, Pedro tiene más autoridad (pues dirige la barca). Pero en otro sentido tiene más autoridad el Discípulo Amado, que es el único que conoce de verdad a Jesús, porque tiene autoridad carismática del Espíritu (que aquí recibe el nombre de Paráclito: abogado, animador, consuelo).
Un pacto institucional
La comunidad del Discípulo amado (que ha condensado su más honda experiencia en el Paráclito) debe dialogar con la iglesia institucional (simbolizada en Pedro). Por su parte, la gran iglesia (Pedro) ha de acoger en su estructura a los carismáticos del Discípulo amado, testigos de la libertad originaria del amor. En ese sentido, un Pedro que quiera ser “papa” sabiéndolo todo por sí mismo va en contra de este evangelio.Este capítulo (Jn 21) aparece así, como la expresión de un pacto instituyente, quizá implícito, que se realizó en el paso del siglo I al II, entre la Gran Iglesia (representada por Pedro) y la comunidad del Discípulo amado. De esa forma quiere recrear la esencia cristiana, vinculando la comunidad del Discípulo amado con la iglesia de Pedro, como había hecho, desde otra perspectiva y con otro lenguaje, aunque con intenciones semejantes, el evangelio de Mateo (cf. Mt 16, 16-19). (1) Según Mateo, Pedro era garante de una interpretación universal de la Ley, testigo y signo de la apertura del evangelio a los gentiles y a los pobres; por eso, los judeo-cristianos legalistas, que habían ido elaborando las tradiciones de Mateo, debían confiar en Pedro y aceptar su misión universal (Mt 28,16-20).
(2) Según Juan, Pedro es también garante de una misión universal que se funda en la pascua de Jesús y lleva a los creyentes desde el Mar de Galilea a todos los pueblos de la tierra; pero Jn 21 añade que esa misión debe realizarse conforme a los principios de un amor del Discípulo amado.
Un recuerdo, una advertencia: Pedro no pescaba nada
Este capítulo nos empieza situando ante Pedro que sale a pescar en la noche, llevando en su barco a los seis compañeros. Sale sin haber visto de verdad a Jesús, sale a oscuras, sobre un barco magnífico. Sale y va echando anzuelos y redes a lo largo de la noche. Pero no consigue nada. El Discípulo amado medita y se deja llevar… Tiene que estar en la barca, pero no le han pedido consejo. Está en silencio. Los peces no responden. La primera faena de Pedro ha sido inútil: una mala noche en una barca estéril, sobre un mar que parece que se cierra. Ésta podría ser una parábola de cierto tipo de Iglesia de comienzos del Tercer Milenio.
Ciertamente, el Discípulo amado y sus amigos deben integrarse en la Iglesia de Pedro, formando parte de la gran Fraternidad, en la barca misionera y “sometiéndose” de alguna forma a sus instituciones…Pero ellos recuerdan a Pedro y al resto de los Magníficos que, por sí mismos, no han logrado pescar nada. En el comienzo de la Iglesia ha estado y sigue estando el “fracaso” de Pedro y su tarea pastoral (piscatoria). Sin este recuerdo fuerte del Pedro fracasado, de la noche inútil de su iglesia organizada, carece de sentido el evangelio, no se puede pasar a la Pascua.
Ciertamente, este “fracaso de Pedro” no se puede aplicar hoy al pie de la letra… a la Iglesia de las instituciones y del Papa. Las cosas resultan hoy más complejas que al comienzo de la Iglesia. Pero es muy posible que este comienzo de la gran escena de Pascua de Jn 21 pueda y deba tenerse hoy muy en cuenta en la Iglesia.