Is 9,1-6. Un hijo se nos ha dado.
Sal 95. Hoy nos ha nacido un Salvador: el Mesías, el Señor.
Tt 2,11-14. Ha aparecido la gracia de Dios a todos los hombres.
Lc 2,1-14. Hoy nos ha nacido un Salvador.
El profeta Isaías anuncia la salvación a su pueblo porque ha nacido un niño, príncipe de la paz (1 Lect.). Dios se manifiesta en un niño que nace en Belén, ciudad de David (Ev.). Y trae la salvación para todos los hombres (2 Lect.).
1. CONTEXTO
MÁS ALLÁ DEL COSTUMBRISMO
Juan José Tamayo-Acosta
La Navidad cristiana comenzó a celebrarse a principios del siglo IV como cristianización de la fiesta pagana del natalicio del Sol, a la que terminó por suplantar hasta imponerse en toda la cristiandad. Hoy es la fiesta más celebrada en el mundo occidental. Para justificar la celebración del nacimiento de Jesús el 25 de diciembre se recurrió a textos de la Biblia que presentaban a Cristo como ‘sol de justicia’, ‘luz del mundo,’ astro que nace de lo alto’. El budismo Theravada celebra también con gran solemnidad el nacimiento, ‘el despertar’ y la muerte del Buda en una sola fiesta, que coincide con la luna llena del mes de Vaisaka (finales de mayo o principios de junio) y es la mayor del año. Similar solemnidad tiene entre los hinduistas la fiesta del nacimiento de Krishna y de Rama.
El proceso de secularización ha vaciado la Navidad cristiana de su sentido religioso y le ha dado un tono comercial y vacacional. Lo que queda todavía de la dimensión religiosa son los aspectos más folclóricos -algunos, asentados en una mentalidad mítica- y costum-bristas, que están muy arraigados en el imaginario colectivo y son parte de las tradiciones populares: el belén, el árbol de navidad, los regalos, los villancicos, etcétera. Son fiestas plenamente integradas en el consumo e incluso legitimadoras del mismo. Ofrecen una imagen idílica de la sociedad, de la familia y de las relaciones humanas, que encubre los conflictos de fondo y las causas que los provocan.
Quienes siguen celebrando la Navidad cristianamente suelen orientar el sentido religioso a través de prácticas caritativas para con las personas menesterosas, unas veces desde una auténtica sensibilidad solidaria, otras para tranquilizar la conciencia, pero, frecuentemente, con una actitud asistencial que no va a la raíz de los problemas ni contribuye al cambio de las estructuras que generan las situaciones de indigencia que se quieren remediar.
No pocos de los motivos de la Navidad proceden de los evangelios apócrifos y de los relatos de la infancia de Jesús, recogidos en los evangelios de Mateo y Lucas, que no son narraciones históricas propiamente dichas, si bien ofrecen algunos datos fiables, como el nacimiento de Jesús el año 4 antes de Cristo.
Tres son, a mi juicio, los aspectos de la Navidad a acentuar en la perspectiva de un cristianismo crítico y liberador, más allá de su vertiente costumbrista y asistencial: la humanidad e historicidad de Dios en la persona de Jesús de Nazaret, la ubicación de éste en el mundo de la marginación y el despliegue de la fantasía. Veámoslo brevemente.
El Dios cristiano no se sitúa en una trascen-dencia intemporal y nebulosa, sino que se hace presente en la trama terrena; más aún, se torna histórico, se humaniza. No es, por tanto, como los dioses del olimpo, que parecen despreocuparse de los asuntos humanos, o como el Dios del deísmo, que, tras ejercer su función de Creador, se muestra ajeno a la marcha de la historia. Me atrevería a definirle, con el teólogo holandés E. Schillebeeckx, como ‘Dios humanísimo’. Su principal atributo es la compasión, no la omnipotencia; su sentimiento más profundo consiste en tener entrañas de misericordia, no en mostrarse impasible. La historia es el lugar de su actuación liberadora y la cátedra desde donde se revela.
La encarnación de Dios no se produce en un concepto abstracto de historia y de humanidad, sino en el mundo de la pobreza, en una persona que se encuentra en los márgenes de la sociedad. Jesús de Nazaret no posee sangre real, ni tiene madera de héroe, ni pertene-ce al mundo sacerdotal. Es, como afirma J. P. Meier, ‘un judío marginal’. Así nació, como tal vivió y por mor de su solidaridad con los marginados fue ejecutado. La conclusión no puede ser más nítida: la marginación y la exclusión constituyen el lugar social del cristianismo. La celebración del nacimiento de Jesús es, por tanto, la ‘memoria subversiva’ de las víctimas y de los perdedores de la historia, más que la conmemoración de los éxitos de un megaestrella o de las conquistas de un triunfador.
En la Navidad hay también un despliegue de la fantasía y del sentido lúdico-festivo, que constituye el mejor contrapunto al cristianismo del Viernes Santo y al sentimiento trágico de la vida.
Son tres mensajes esperanzadores para una sociedad culturalmente secularizada, éticamente insolidaria y con preocupantes síntomas de cansancio.
2. LECTURAS
1ª LECTURA: ISAÍAS 9,2-7.
El pueblo que caminaba en tinieblas vio una gran luz; habitaban tierras de sombras, y una luz les brilló. Acreciste la alegría, aumentaste el gozo; se gozan en tu presencia, como gozan al segar, como se alegran al repartirse el botín…
…Porque un niño nos ha nacido, un hijo se nos ha dado: lleva al hombro el principado, y es su nombre: Maravilla de Consejero, Dios Guerrero, Padre Perpetuo, Príncipe de la Paz
Gran profecía mesiánica. En el tiempo en que todos, del primero al ultimo humillaban y trataban duramente la tierra de Zabulón y la tierra de Neftalí…el pueblo que marchaba en las tinieblas vio una gran luz. Es en este momento de angustia profunda, cuando no hay esperanza alguna ni en la tierra, ni en la autoridad, ni en la fe, cuando la situación se modifica en alegría por el niño que nos ha nacido.
Cuando tocamos fondo, cuando nos llega la desesperanza, cuando no vemos luz por ningún sitio, hay que abrirse al niño que nos llega, a la maravilla de consejero, al Dios fuerte, al Padre de siempre, al príncipe de la paz y el consuelo.
Salmo Responsorial: 95
«Hoy nos ha nacido el Salvador.»
Canten al Señor un canto nuevo, que toda la tierra cante al Señor. Canten al Señor, bendigan su nombre.
Celebren día tras día su victoria. Propaguen su grandeza entre las naciones, sus maravillas entre todos los pueblos.
Que se alegren los cielos y se regocije la tierra, que resuene el mar y cuanto lo llena; que exulten los campos con todos sus frutos, que aclamen los árboles del bosque.
Ante el Señor que viene a gobernar la tierra: gobernará con justicia al mundo, a las naciones con fidelidad.
2ª LECTURA: TITO 2,11-14.
Ha aparecido la gracia de Dios, que trae la salvación para todos los hombres; enseñándonos a renunciar a la vida sin religión y a los deseos mundanos, y a llevar ya desde ahora una vida sobria, honrada y religiosa, aguardando la dicha que esperamos: la aparición gloriosa del gran Dios y Salvador nuestro: Jesucristo.
El se entregó por nosotros para rescatarnos de toda impiedad, y para preparase un pueblo purificado, dedicado a las buenas obras.
Esta carta pastoral, como las dos de Timoteo, no se pueden decir que sean escritos auténticos de Pablo. No obsta para que sus consejos y exhortaciones sean de una profunda reflexión teológica.
La palabra clave está al principio: Ha aparecido la gracia de Dios que trae la salvación. Y eso trae consecuencias que nos vienen muy bien sobre todo en estas fechas: renunciar a una vida sin religión, llevar una vida sobria, y aguardar la dicha que esperamos.
EVANGELIO: LUCAS 2,1-14
1-3. En aquel tiempo salió un decreto del emperador Augusto, ordenando hacer un censo del mundo entero. Este fue el primer censo que se hizo siendo Cirino gobernador de Siria. Y todos iban a inscribirse, cada cual a su ciudad
Un acto de poder del César Augusto, soberano despótico de todo el mundo, dará pie a que Jesús se entronque en la línea davídica por su nacimiento en Belén.
De Nazaret a Belén. De la región paganizada del Norte, sin tradición davídica alguna, a la región profundamente religiosa del Sur, plagada de tradiciones que se remontan al rey David. Jesús, hijo legal de José y, a través de él, de David, nacerá, por obra y gracia de un edicto imperial en la ciudad de David. Los lazos que lo vinculan a la tradición davídica resultaran ser puramente legales.
Existe una dificultad de armonizar el nacimiento de Jesús en tiempos del rey Herodes el Grande (éste murió el 4 a.C.) y la etapa en que Quirino fue gobernador de Siria varios años después de su muerte (entre los años 6-9 d.C.) se agranda en el momento que se lee estos relatos de infancia como si fueran una crónica del nacimiento de Jesús.
Este censo no se realizó históricamente hasta el año 6 d.C. como el propio Lucas lo refiere en el libro de los Hechos (5,37).Ya que solo podría llevarse a cabo en su totalidad cuando Judea fue incorporada a dicha provincia imperial el año 6 p.C. después de la muerte de Herodes y de su hijo Arquelao, siendo ya Quirino gobernador de Siria.
Lucas utiliza este hecho histórico, retrotra-yéndolo en el tiempo, para motivar el vieja de María y José a Belén. Y que Lucas no pretende hacer resaltar de un modo especial el lugar geográfico, sino hacer una reflexión teológica sobre Belén y su significación mesiánica para dejar bien claro que Jesús es el Mesías.
Por consiguiente este orden con que Lucas ha dispuesto el texto no es un orden cronológico, sino eminentemente teológico.
4-5. También José que era de la casa y familia de David, subió desde la ciudad de Nazaret en Galilea a la ciudad de David que se llama Belén, para inscribirse con su esposa María, que estaba encinta.
Lucas sabe que los censos se hacen siempre en lugar del domicilio. Incluso los papiros (según F. Bovon) prescriben la vuelta al domicilio para los fines del censo, no al lugar de origen. Lucas esta al corriente de estas prescripciones legales pero la transforma para servir a sus proyectos narrativos y teológicos, a fin de traer a María y a José de Nazaret a la ciudad Mesiánica de Belén.
Belén (= Bet-lehem: casa del pan), una aldea rodeada de estepas desérticas, a unos siete kilómetros de Jerusalén, la capital. Miqueas (5,1) lo había profetizado: «Pero tú, Belén de Efrata, eres la más pequeña entre las aldeas de Judá; de ti sacaré al que ha de ser jefe de Israel… » No se fijó Dios en las murallas y palacios de Jerusalén, sino en una aldea insignificante, cuna del rey David. Dios tiene debilidad por lo que no cuenta: una aldea pequeña será el lugar elegido.
Según el P. Benoit la presencia de María no se requería para el censo; el cabeza de familia declaraba a todos los suyos.
6-7 Y mientras estaba allí le llegó el tiempo del parto y dio a luz a su hijo primogénito, lo envolvió en pañales y lo acostó en un pesebre, porque no tenían sitio en la posada.
José y María están «allí». Llegan a su destino y los días se han «cumplido». Pero lo que aquí se cumple no es un tiempo bíblico, litúrgico, sagrado (en correlación con el lugar mesiánico) sino un suceso plenamente natural y humano. María ha tenido un verdadero embarazo y Jesús un verdadero nacimiento. Ninguna intervención divina ha ahorrado a María los dolores, ni la angustia ante lo desconocido de un primer parto, ni las horas que dura, ni la debilidad creciente, ni la ruptura de aguas, ni la sangre y la placenta.
Los escritos y las predicaciones sobre María han reprimido este realismo.
En al anonimato más absoluto, en un pesebre de animales, una mujer desconocida en el pueblo, sin que nadie les haya ofrecido posada, solo con la ayuda de su esposo, da a luz a un niño que había de cambiar el rumbo de la historia de la humanidad. No hay sitio para el hombre-Dios en la sociedad humana, entre los suyos. Los pañales que lo envuelven servirán de señal, junto con el pesebre para que lo puedan reconocer los pastores. El nacimiento de este niño pasa inadvertido a todos, en contraste con el nacimiento de Juan Bautista (los vecinos y parientes se enteraron, 1,58)
9-14. En aquella región había unos pastores que pasaban la noche al aire libre, velando por turno su rebaño. Y un ángel del Señor se les presentó: la gloria del Señor los envolvió de claridad y se llenaron de gran temor. El ángel les dijo: No temáis, os traigo la buena noticia, la gran alegría para todo el pueblo: hoy, en la ciudad de David, os ha nacido un Salvador: el Mesías, el Señor. Y aquí tenéis la señal: encontraréis un niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre. De pronto en torno al ángel, apareció una legión del ejército celestial, que alababa a Dios, diciendo: Gloria a Dios en el cielo, y en la tierra paz a los hombres que Dios ama.
En Palestina, en el tiempo en que nació Jesús, los pastores eran considerados personas de las que no había que fiarse demasiado. No gozaban de buena reputación: la gente pensaba que eran tramposos y ladrones y los acusaban de entrara con los animales y destrozar los campos ajenos, de quedarse con parte de los productos (lana, leche, cabritos) de los rebaños que no eran de su propiedad. Por otro lado las personas religiosas les echaban en cara que no cumplían los mandamientos de Moisés, como, por ejemplo, el descanso del sábado. En realidad eran gente de clase social humilde que, quizá solo por la comida o por muy poco más, tenían que guardar día y noche, los rebaños de los terratenientes; incluso los sábados, mientras los dueños de los rebaños rezaban en la sinagoga.
A ellos les manda Dios, antes que a nadie, el recado del nacimiento del Mesías. Ellos, marginados y despreciado por los buenos, oprimidos y explotados por los ricos, son los elegidos; a ellos, antes que al resto del pueblo, se les comunica la buena noticia que convierte aquella noche en nochebuena.
Y esto precisamente porque no tenían nada, no contaban con nada y porque nadie esperaba nada de ellos, precisamente porque eran pobres, pudieron recibir esa noticia como buena noticia. Ellos son, en el evangelio, símbolo de todos los que caminaban en las tinieblas de la opresión y sentían sobre sus hombros el yugo de su carga; ellos representan a cuantos necesitaban que se estableciera la justicia y el derecho y que la vara del opresor fuera destrozada.
Por eso el anuncio del nacimiento del liberador fue la luz que iluminó la terrible oscuridad de su existencia; y pudieron sentir con más profundidad que nadie la alegría de saberse amados por Dios, quizá el único que los quería ¡y hasta ahora no se habían enterado!
PREGUNTAS…
MI DIOS ES FRÁGIL
Mi Dios es frágil,
es de mi raza,
y yo de la suya.
?l es hombre, y yo casi Dios.
Para que yo pudiera saborear la divinidad
él amó mi barro.
A mi Dios le hizo frágil el amor.
Mi Dios conoció la alegría humana,
la amistad, el gozo de la tierra y de sus cosas.
Mi Dios tuvo hambre y sueño y se cansó.
Mi Dios fue sensible…
Mi Dios se irritó, fue pasional.
Y fue dulce como un niño.
Mi Dios tembló ante la muerte.
Mi Dios se alimentó a los pechos de una madre
y sintió y bebió toda la ternura femenina.
No amó nunca el dolor, no fue nunca amigo de la enfermedad.
Por eso curó a los enfermos.
Mi Dios sufrió el destierro.
Fue perseguido y aclamado.
Amó todo lo humano mi Dios:
las cosas y los hombres;
el pan y la mujer;
a los buenos y a los pecadores.
Mi Dios fue un hombre de su tiempo.
Vistió como todos,
habló el dialecto de su tierra,
trabajó con sus manos,
gritó como los profetas.
Mi Dios fue débil con los débiles y severo con los soberbios.
Murió joven por ser sincero.
Lo mataron porque le traicionaba la verdad en sus ojos.
Pero mi Dios murió sin odiar.
Murió excusando, que es más que perdonando.
Mi Dios es frágil.
Mi Dios rompió la vieja moral del «diente por diente»,
de la venganza mezquina,
para inaugurar la frontera de un amor
y de una violencia totalmente nuevos.
Mi Dios, tirado en el surco, aplastado contra la tierra,
traicionado y abandonado, incomprendido,
siguió amando.
Por eso mi Dios venció a la muerte.
Y brotó como un fruto nuevo entre sus manos: la resurrección.
Por eso estamos resucitados todos: los hombres y las cosas.
Es difícil para tantos mi Dios frágil,
mi Dios que llora, mi Dios que no se defiende.
Es difícil mi Dios abandonado de Dios.
Mi Dios que debe morir para triunfar.
Mi Dios que hace de un ladrón y criminal
el primer santo canonizado de su iglesia.
Mi Dios joven que muere acusado de agitador político.
Mi Dios sacerdote y profeta
que sube a la muerte como la primera vergüenza
de todas las inquisiciones religiosas de la historia.
Difícil mi Dios, frágil, amigo de la vida,
mi Dios que sufrió los mordiscos de todas las tentaciones,
mi Dios que sudó sangre antes de aceptar la voluntad de su Padre.
Es difícil este Dios, este mi Dios frágil,
para quienes creen que sólo se triunfa venciendo,
para quienes creen que sólo se defiende matando,
para quienes creen que salvación es sinónimo de esfuerzo y no de regalo,
para quienes lo humano es pecado,
para quienes santo es igual a estoico y Cristo igual a ángel.
Es difícil mi Dios frágil
para quienes siguen soñando con un Dios
que no se parezca a los hombres.
Perdonadme: Estoy con un pellizco en el alma en estas fechas y no me sale nada. Para mi son agridulces. He recurrido a este poema magnifico de Juan Arias que hago mío y a estas fotos que me destrozan por dentro.
Es verdad que en estos días todos nos hacemos niños y nos dejamos llevar por las claves simbólicas que dan esperanza a nuestro atormentado mundo, lleno de guerras, egoísmos, pobreza.
Pero si nos quedamos en las luces intermiten-tes de colores, en los villancicos y panderetas, en la navidad dulce de turrón y mazapán, de anís y de calor de hogar, será un día para unirse al año y un año para seguir como siempre.
No olvidemos que ahí están los niños, los niños de siempre, los más débiles. Y ahí está la mujer, María, la siempre madre y la bendita porque creyó en algo nuevo y maravilloso podía suceder. María, la fuerte, la madre, la sencilla mujer de pueblo, la nuestra. Ella fue la que nos trajo la esperanza: Cristo, el Señor. Que en esta esperanza tejamos nuestra vida diaria con el compromiso de hacer este mundo un poquito mejor.
Juan García. Parroquia San Pablo. HUELVA
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