Muchos obispos esperan que Ricardo Blázquez se plante una vez por todas, pegue un puñetazo en la mesa (o sin puñetazo, que es algo que no encaja con su forma de ser)y exija al secretario general de la CEE, Juan Antonio Martínez Camino, que no lo vuelva a puentear o que le presente la dimisión.
En la Iglesia nada sigue el ritmo habitual. En cualquier otra organización, después de que se haya sabido públicamente (y lo hayan publicado varios medios de comunicación) que el presidente de la CEE fue (una vez más) ninguneado por el secretario, rodarían cabezas de inmediato. Al menos la del atrevido secretario. En la Iglesia, nada es igual. Y en la jerarquía española, tampoco.
Está claro para los angelitos de rumores que Blázquez no se va atrever a tomar una medida de fuerza contra el secretario general. Y eso que, si los obispos filtraron el dato ayer, fue porque están realmente indignados y para darle municiones a Blázquez. Pero Blázquez no va a disparar contra Camino.
Primero, porque no es su estilo. Segundo, porque un obispo nunca dispara contra el protegido de uno o dos cardenales. A no ser que el presidente de la Conferencia episcopal sea un hombre de probada autoridad y sólido liderazgo. Un Lehmann, en Alemania, durante muchos años presidente del episcopado por encima de purpurados como Meisner. O un Elías Yanes que, para ganar la partida en Madrid y asentar su liderazgo, se rodeó de un secretario fiel y de su absoluta confianza (monseñor Sánchez), se ganó a los medios de comunicación y estaba físicamente en Madrid al menos dos días a la semana. Blázquez, en cambio, no tiene secretario fiel, pasa de los medios y apenas aparece por Añastro.
Aún así el sector más conservador quiere descabalgarlo de la presidencia del episcopado, a la que considera que accedió de una forma ilegítima y tras una especie de «rebelión» de los simples obispos moderados, que se atrevieron a apear al cardenal Rouco en primera instancia y a no elegir a su candidato, monseñor Cañizares, en segunda. Por eso, algunos creen que o bien Blázquez toma decisiones o se lo cargan dentro de dos años, haciéndole pasar por la vergüenza de ser el único presidente de la CEE que no haya binado. Al tiempo.