Los comentarios que en las últimas semanas ha generado la imagen de la ministra de defensa Carme Chacón, pasando revista a las tropas españolas con un embarazo incipiente, ha puesto en evidencia, que para una parte de la población española ser mujer y ocupar un puesto de responsabilidad es todavía un problema. Es cierto que la mayoría de nosotros seríamos incapaces de realizar declaraciones como las del presidente italiano Berlusconi: ?en Italia prevalecen los hombres…el Gobierno Español es demasiado rosa??. Pero también es verdad, si nos atenemos a los datos objetivos, que en la práctica asumimos con relativa normalidad la discriminación por razón de género.
En un país como España, en el que la población femenina y la masculina presentan porcentajes similares (1), habrá por vez primera paridad en el Gobierno. La situación es diferente en el Congreso y el Senado, en ambas cámaras el porcentaje se sitúa alrededor del treinta por ciento. Y si nos fijamos en los ayuntamientos, el ámbito político más cercano a los ciudadanos, sólo encontraremos una mujer alcalde por cada seis alcaldías.
El ejército junto al mundo empresarial presentan los peores datos: en el primero sólo tres de cada cien mandos son mujeres, y en el segundo, únicamente una mujer preside alguna de las treinta y cinco empresas más importantes del país. En el poder judicial a pesar de que las mujeres representan el sesenta y cinco por ciento del total, el porcentaje femenino disminuye hasta un siete por ciento si nos referimos a los magistrados del Tribunal Supremo. Se observa aquí lo mismo que en muchos otros ámbitos sociales, al aumentar la responsabilidad, el número de mujeres desciende significativamente.
Se podría pensar, que una de las razones que justifican el hecho de que a mayor poder en la toma de decisiones menos mujeres, es la preparación académica. Pero los datos que nos ofrecen las universidades dicen todo lo contrario, ellas son seis de cada diez de las personas que obtienen títulos universitarios. Incluso el porcentaje de doctoradas supera al de doctorados. Aunque otra vez vuelven a invertirse los datos si hablamos de profesoras o catedráticas universitarias, las primeras son algo más de la tercera parte, y las segundas no llegan al diez por ciento.
Dentro del ámbito laboral general, las cosas no son mucho mejores, comenzando por el sueldo: el salario medio bruto anual de ellas, es casi seis mil euros anuales menor que el de ellos. En lo que sí adelantan a los hombres es en la tasa de paro, un cinco por ciento superior. Sorprende también que en las familias heteroparentales, a mayor número de hijos, la tasa de ocupación se mantiene en los hombres, pero desciende más de un veinte por ciento en las mujeres. Es sobre ellas donde sigue recayendo principalmente la responsabilidad de la educación de los hijos y el cuidado del hogar. De hecho el porcentaje de hombres inactivos a cargo del cuidado del hogar es del uno por ciento, y el de mujeres roza el cincuenta.
Ante estos datos podemos ser optimistas y pensar que las cosas pueden cambiar. Aunque a todos nos queda mucho para conseguir que mujeres y hombres tengamos las mismas oportunidades. Pero sin lugar a dudas, en los últimos años se ha avanzado mucho, sobre todo gracias al esfuerzo de muchas mujeres que han demostrado que su género no era una limitación para desempeñar funciones que hasta hace muy poco les estaban vetadas. Está claro que les cuesta más llegar, pero cada vez es más posible hacerlo.
Inmediatamente podríamos preguntarnos que ocurre con las iglesias evangélicas; si están por detrás de la sociedad a la que pertenecen, si se sitúan en los mismos niveles, o si por el contrario se han convertido en un espacio privilegiado en la lucha por la igualdad. Es complicado encontrar datos generales fiables, pero podemos hacernos una idea más o menos cercana con la información que proporcionan algunas denominaciones e instituciones evangélicas en sus páginas Web.
Observamos primero que en las iglesias evangélicas hay más mujeres que hombres, cincuenta y siete, y cuarenta y tres por ciento respectivamente (2). Es cierto que algunas denominaciones impiden conscientemente a las mujeres ocupar cargos de responsabilidad o incluso enseñar en las comunidades, pero esto no es algo que ocurra en la mayoría de iglesias, donde se supone que mujeres y hombres están igualmente capacitados y llamados a ocupar cualquier responsabilidad.
Si nos fijamos en FEREDE, Damaris Ruiz es la única mujer que forma parte de su Comisión Permanente, cosa que por otra parte es algo insólito, ella es la primera en ocupar un puesto como éste en la historia del protestantismo español. Si miramos ahora en los trece Consejos Evangélicos, del total de personas que los integran, las mujeres son menos del diez por ciento. Además, en ocho de los trece existentes, sólo hay hombres (3).
Si observamos algunas denominaciones como FADE, FIEIDE, IEE o UEBE(4), podemos decir que en todas ellas, en sus Consejos Regionales, Presbiterios o Consejos Ejecutivos, el número de mujeres es significativamente mucho menor y se sitúa entre el diez y el veinte por ciento. En IEE es superior, pero se debe a que en el Presbiterio de Cataluña todos los representantes son mujeres.
En los centros educativos, de los cuatro consultados (5), IBSTE es el que peor está situado, sólo hay una profesora frente a veintidós profesores. Por el contrario en el seminario de FADE las mujeres representan casi una tercera parte del total. En SEUT o el seminario de UEBE, hay dos de quince y una de catorce profesoras respectivamente.
En cuanto a mujeres pastoras, no ha sido posible encontrar datos. Evidentemente hay algunas conocidas, sin embargo la impresión que se tiene es que son muy pocas, y es poco probable que lleguen al diez por ciento. En las revistas más conocidas, tanto en formato papel como en Internet, las opiniones femeninas vuelven a ser minoritarias. Todo esto sorprende por la gran implicación que tienen las cristianas evangélicas dentro de sus comunidades. De una forma clara siguen alejadas, en proporción superior, de los puestos de mayor representatividad y responsabilidad.
Podemos preguntarnos qué hacer para cambiar esta tendencia, pues da la impresión de que estamos desperdiciando las capacidades de muchas mujeres evangélicas, y lo que es más grave, de haber adulterado el mensaje cristiano haciéndolo más liberador para unos que para otras. Personalmente, aunque espero la aportación de lectoras y lectores, pienso que algunas medidas podrían contribuir a mejorar la situación:
1. Que todos tomásemos como propia la tarea de terminar con esta discriminación en nuestro entorno, empezando por el hogar, la iglesia o el trabajo. La igualdad entre hombres y mujeres nos beneficia a todos.
2. Que mujeres y hombres analicemos nuestro comportamiento hacia las mujeres, para sacar a la luz las formas en las que de forma activa o pasiva potenciamos su marginación.
3. Que las comunidades cristianas asumiesen como inherente al mensaje cristiano de perdón y salvación, la no discriminación por razón de género.
4. Que en todos los ámbitos eclesiales y en todas las instituciones evangélicas se asegurase un porcentaje mínimo de participación femenina que sea compatible con el número de mujeres que los constituyen. No es cierto que no existan mujeres preparadas para hacerlo.
5. Es verdad que mayor número de representantes femeninas no asegura la no discriminación, por lo tanto, serían necesarias políticas eclesiales que potenciasen la promoción activa de la igualdad de la mujer.
6. Debido a la importancia que tiene para todos los creyentes evangélicos la Biblia. Dar a conocer que ésta se originó dentro de sociedades patriarcales. Revelar la relación que tienen estos textos con la realidad sociopolítica y cultural en la que aparecieron. Poner al descubierto las interpretaciones actuales o tradicionales que marginan a las mujeres, y buscar o potenciar otras que sean liberadoras.
7. Fomentar los roles activos de las mujeres, eliminar la división de espacios femeninos y masculinos, suprimir el lenguaje sexista??.
Finalmente no deberíamos olvidar, como afirma la teóloga Elisabeth Schüssler, que: ?la igualdad de derechos no es que las mujer*s(6) se masculinicen y sean como los varones, sino que luchen con el fin de recuperar para las mujer*s los derechos, beneficios y privilegios de autoridad y ciudadanía que legítimamente les corresponden, pero que les son negados por los regímenes Kyriarcales(7) de la mayoría de las sociedades, así como por las grandes religiones (8)??.
Carlos Osma