Por mucho que yo me sienta del Barça, si mi vecino también se declara abiertamente “culé” pero yo creo que no es un buen seguidor de este equipo, eso no me quitará el sueño. ¿Por qué? Porque es un sentimiento – al menos en mi caso – que no afecta a mi esencia más profunda sino a aspectos más lúdicos de mi personalidad. ¿Pero qué pasa si una persona se autoproclama “cristiana” y yo pienso que sus actitudes distan mucho de las que debería tener un seguidor de Cristo? ¿Y si el que se denomina a sí mismo “cristiano” no es una persona sino todo un gobierno?
Estas preguntas me venían a la cabeza al ver toda la ciudad de Managua cubierta de carteles en los que Daniel Ortega – presidente del país y del Frente Sandinista – proclama su opción por una Nicaragua “Cristiana, Socialista y Solidaria”. ¿El problema? Que todo parecido de la realidad con la propaganda es mera coincidencia, y que esta esquizofrenia comunicativa se hace más patente todavía ahora que se celebra el 31º aniversario del triunfo de la revolución sandinista.
“El pueblo presidente”, “Cumplirle al pueblo es cumplirle a Dios”, “Socialismo del siglo XXI” o ”Sandino, estamos cumpliendo” son frases que forman parte de la retórica del FSLN durante los últimos tiempos, con el fin de monopolizar unas corrientes, ideales y creencias que están muy arraigadas entre los nicaragüenses, pero que poco o nada se ven reflejadas en su manera de gobernar.
Si bien estas incoherencias se me hacen aquí más patentes, también en el viejo continente – y concretamente en España – tenemos con frecuencia ejemplos de disociación entre las ideas que se proclaman y los actos que se llevan a cabo. Seguro que a todos nos vienen a la cabeza grupos de cristianos cuyas vidas parecen bastante alejadas de los Evangelios, socialistas que recortan los gastos sociales para dar dinero a los bancos o fondos de cooperación que poco promueven la solidaridad entre países.
Probablemente no hay una única manera de ser cristiano, socialista o solidario, pero precisamente por eso no basta con ponernos etiquetas sino que deberíamos demostrar nuestros valores más con hechos que con palabras. Si dicen que “por vuestros actos os conocerán”, sabrán que somos cristianos, ecologistas, culés, austeros o vegetarianos según cómo nos comportemos, pero no porque lo diga un cartel electoral o nuestra página del Facebook.
De hecho, cuanto más abusamos de las grandes palabras y consignas suele ser un indicador de que nos estamos alejando de su esencia. Como casi siempre, en lo personal nos queda dar un paso atrás y revisar nuestro camino. Y en lo político, conseguir separar el trigo de la paja… algo que se hace difícil cuando abunda la paja y escasea el trigo.