Después de toda la aportación teórico-práctica de la Nueva Teología Europea, del Concilio Vaticano II y, sobre todo, de la teología de la liberación, se ha superado en estos ámbitos la imagen de un Jesucristo monarca (según la visión de la festividad de Cristo Rey), que conllevaba un orden jerárquico vertical.
?sto, que afirma implícitamente que la desigualdad vendría, según la doctrina católica, por una supuesta voluntad divina, en última instancia carece de fundamentos bíblicos o cristológicos. Su origen real, por tanto, no es otro que el orden social griego, introducido en la Iglesia a partir de la helenización y la romanización del cristianismo.
Sin embargo, los cristianos de base, después de todo un giro copernicano en cuanto a la mentalidad y a la praxis, hemos dado por hecho que si Dios es Padre, los hombres somos hermanos, hermandad que excluye la desigualdad.
Por eso Cristo habló con tanta dureza contra los ricos, y en Mateo 25, en el texto del juicio final, al referirse a los salvados y a los condenados, la dualidad desarrollada es la de ricos-pobres; y no, como cabría esperar, la de creyentes-ateos, buenos-malos, o arrepentidos-jactanciosos.
En función de todo esto, votamos a partidos de izquierdas, militamos en el 15-M o en el movimiento antiglobalización, defendemos a Cuba y a Venezuela, y hacemos causa común contra el hambre y el imperialismo norteamericano.
Y además, nos consideramos socialistas o comunistas, a partir de la ya extendida afirmación de que ?Cristo fue el primer marxista??, algo apuntado por gente tan dispar como Ernesto Cardenal, Alfonso Carlos Comín, Silvio Rodríguez, Joaquín Sabina o Hugo Chávez.
Sin embargo, apenas se ha considerado que la mentalidad y el modo de operar de Jesús de Nazaret, a lo que más se acerca puede ser al anarquismo. Leon Tolstoi llegó a afirmar que las enseñanzas de Cristo llevadas a la práctica supondrían la destrucción del Estado. Y, no obstante, poca gente más ha apuntado la posibilidad de una lectura libertaria con respecto al carpintero judío.
Pero, si se analiza la vida de Jesús, podríamos concluir que su causa es, por razones religiosas, no sólo la igualdad, que también; sino sobre todo, la libertad ante cualquier tipo de opresión. Por eso condenó el poder de los templos, de los ricos, de los políticos y de las naciones.
Y principalmente, y esto es fundamental, se opuso a crear nuevas estructuras de poder para luchar contra el mal, tal y como se deduce de la lectura crítica de las tentaciones de Cristo en el desierto.
No se puede dejar de reconocer que son demasiados los elementos de coincidencia entre esta figura religiosa y el anarquismo. Oponerse a todos los poderes, incluso al de ?los buenos?? para enfrentarse al de ?los malos?? así lo sugiere, entre otras semejanzas. Y, sin embargo, es escasa la consideración de que el seguimiento de Cristo nos lleve a prácticas libertarias. O dicho de otro modo, de que el cristianismo deba ser anarquista.
Parafraseando el eslogan que circuló por la Nicaragua sandinista, podríamos afirmar que ?entre cristianismo y anarquismo / no hay contradicción??. Con lo que, tal vez se pierda la rima, pero no la lucidez.
Esta novedosa y marginal consideración del mensaje de Cristo, no es un mero asunto de identidad o de sentido práctico, sino que se trata de algo mucho más profundo.
El socialismo y el comunismo, en las diversas modalidades en que han sido llevados a la práctica, son deudores del marxismo. ?ste, a su vez, es hijo de la modernidad, que lo es de la Ilustración. Esta instancia cultural tiene como paradigma al racionalismo, a partir del ?pienso luego existo?? de Descartes, que adopta el modelo newtoniano de considerar a Dios, al universo, a la polis, y al hombre, como a una perfecta máquina cuyo único criterio interpretativo sería la razón.
Así, tanto el marxismo como el capitalismo, sendas caras de la moneda de la modernidad, parten de la base de que el hombre es hombre en cuanto que ser pensante, y que a la realidad se la conoce mediante la abstracción cognitiva. Por tanto, todo aquello que la razón no pueda procesar, se considera mentiroso o erróneo. Y todos los planos no cognitivos del hombre, son reprimidos o ignorados por engañosos o falsos.
De este modo, de la mano del productivismo racionalista, el marxismo no combate la deshumanización de la industrialización, o de la urbe moderna, o del Estado omnisciente, o del desastre ecológico. El comunismo todo lo más llevaría a una sociedad sin desigualdad y sin miseria.
Y aunque esto ya sería un infinito mal menor ante el capitalismo, seguiría siendo insuficiente frente a la alienación del hombre con respecto al establishment emanado de la modernidad. A eso se refería quizá Silvio Rodríguez, marxista, al afirmar que es ?absurdo suponer que el paraíso es sólo la igualdad??.
Por tanto, la carencia del marxismo es la de la modernidad: creer que la realidad se interpreta desde la mera razón (?lo esencial es invisible a los ojos??, dijo Saint Exupery), y que lo nuclear del hombre es la capacidad cognitiva (?tiene el corazón razones que no tiene la razón??, afirmó Pascal).
Este reduccionismo era comprensible en el siglo XIX ante la ausencia de perspectiva analítica, pero hoy día, los descubrimientos de la física cuántica (que afirma la inexistencia de la materia, y la ausencia de lógica alguna en sus principales aportaciones), han quebrado el paradigma de Descartes y de Newton de la mera razón como elemento interpretativo.
Y, con respecto al hombre como ser esencialmente pensante, los estudios de Freud, de Fromm, de Bergson, de Boff, de Jung, y de otros, han descubierto, ya en el siglo XX, que lo nuclear del ser humano no es la razón, ubicada en el consciente; sino el ?pathos??: lo vital, lo espiritual, lo instintivo, lo dionisíaco (la risa, el amor, el deseo, el arte, la creatividad, la espiritualidad??), instalado en el subconsciente. Desconocer o reprimir estas energías, verdadero núcleo de lo humano, nos ha llevado a la represión, a la frustración y a la infelicidad.
Esto es precisamente lo que la modernidad, capitalista o no, ha hecho con el hombre: en nombre de la eficacia, de la razón, de la productividad y del progreso, le ha impuesto desde fuera unos hábitos que atentan contra su vitalidad. Así, se comprende que el estrés, la ansiedad y la depresión, hoy en día constituyan auténticas pandemias. Ya afirmó Goya al respecto que ??el sueño de la razón produce monstruos??.
No se trata de rechazar la capacidad racional del hombre y volver a caer en fanatismos, milagrerías y supersticiones. Consiste en que el consciente sea un instrumento del subconsciente, verdadera fuente de la energía humana, y último fundamento de las utopías o de las pesadillas, según la orientación de aquella.
Ante la insuficiencia del marxismo (sin olvidar el ingente avance que éste representa frente al capitalismo), se impone la alternativa del anarquismo. ?ste, considerado como un orden social que garantice a sus miembros la igualdad y la libertad, y por tanto la esencia suprarracional de su vitalidad, no es otra cosa que el episodio actual de la cadena de las sucesivas contraculturas que, de modo subterráneo, vienen existiendo como alternativas a todos los imperios y poderes a lo largo de la historia, y que en los momentos de crisis emergen a modo soluciones sistémicas, como el 15-M en nuestros días.
Esas contraculturas, aunque le pese a los modernos anarquistas, han presentado una gran carga religiosa, ya que la espiritualidad se encuentra en el centro del ser humano, constituyendo su motor. Así, el taoísmo de Lao Tse, los primeros monjes cristianos como San Benito de Nursia, la tradición del islamismo sufí de Ibn-Arabí, las órdenes mendicantes del medievo del que emergió San Francisco de Asís, las beguinas europeas como Santa Hildebranda, el trascendentalismo de Withman y Thoreau, o los cuáqueros de George Fox, han supuesto cada cual en su momento, una alternativa espiritual ante la realidad deshumanizadora que es todo poder en cuanto que poder.
Sería positivo que los anarquistas asumieran la espiritualidad como motor humano de cara a la construcción de la utopía, entendiendo como tal una polis humanizada, realidad aún no llevada a la práctica más que a nivel marginal.
Pero no menos positivo sería asumir desde el cristianismo y la religión, que un ser humano libre, en cuanto que cultiva una espiritualidad que le otorga lucidez, militancia y solidaridad, no puede desarrollarse en una sociedad deshumanizada. Y por tanto deberá trascender el paradigma racionalista de la modernidad. Se debe tener claro que la humanización no es sólo lo igualitario (que también), sino un orden a escala humana donde la felicidad sea viable porque las condiciones sociales lo permitan.
Ante esto, sería bueno ver qué actitudes concretas, más allá de etiquetas políticas y confesionales, se adopten: analizar nuestras actitudes ante los factores deshumanizadores de la cotidianidad: la telebasura, la tecnolatría, el consumismo, la banca y el poder financiero, el régimen bipartidista y corrupto del tándem PP-PSOE supuestamente demócrata, el poder mediático, etc.
En todo caso, cristianos, socialistas, comunistas o anarquistas, se trata de luchar por la humanización. Como dijo Martin Luther King: ?quien no vive para servir, no sirve para vivir??. Y recordando, con Hêlder Cámara, que ?el mundo no está como está por la maldad de los malos, sino por la indiferencia de los buenos??.
Unos buenos que, como los creyentes y los arrepentidos, sólo lo serán si hacen cierta la frase evangélica de Mateo 25, que dice que ?tuve hambre y me diste de comer??. Pero sin olvidar que ?no sólo de pan vive el hombre??. Estas dos máximas de Jesús de Nazaret han sido, a menudo, erróneamente contrapuestas por los cristianos. Por los marxistas también. Y por los anarquistas, tampoco.