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¿Violencia de Dios o violencia de quienes hablan a nombre de Dios? -- Luis Carlos Marrero, coordinador Área de Teología Grupo de Reflexión y Solidaridad Óscar A. Romero. Cuba

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Sicsal

Porque allí, como siempre que una persona humana o un pueblo vive desafiado por los retos extremos de la vida y de la muerte, de la patria o del exilio, del destierro o de la tierra prometida, la idea de Dios, la experiencia de Dios se purifica.
Pedro Casaldáliga
En julio del pasado año visite Puerto Príncipe, capital del hermano pueblo de Haití. Celebrábamos el Encuentro Regional del Servicio Internacional Cristiano de Solidaridad con América Latina (SICSAL) y dentro de los objetivos de la reunión, nos planteábamos la urgente necesidad de ayudar a hermanos/as de este país después del terremoto del 12 de enero.

Recorriendo la ciudad me pude percatar de las consecuencias que habían dejado este fenómeno natural, no sólo a nivel infraestructural, económico, político y social, sino también el enorme daño que había ocasionado en la conciencia de la población haitiana. Todo parecía indicar que los sueños de aquellos/as hermanos/as se esfumaban hacia no se qué parajes de este mundo. Sentí de cerca como se adentraba en mi piel y alma, el más horrendo dolor de desesperación humana.
En medio de tantos signos de desesperanza pregunté a un hermano:

¿Y qué está haciendo la Iglesia por Haití?

De una manera algo compungida y con ojos prácticamente sin brillo, me respondió:

Sal a la calle y sé testigo tú mismo del anuncio de los predicadores.

Aquellas palabras me hicieron voltear la vista hacia esa otra realidad que no había percibido. Me sorprendí grandemente cuando vi a varios predicadores, con megáfonos en las manos y acompañados de sus fieles, caminar por las calles de la ciudad gritando a toda voz:
¡Arrepiéntanse haitianos, la ira de Dios ha venido sobre este país! ¡Esto le ha pasado a Haití por estar en pecado! ¡Idólatras, Dios nos juzga por el Vudú!

No podía creer lo que veían mis ojos y oían mis oídos; al menos, no quería creer. ¿Cuál Dios predicaban estas personas? ¿De dónde viene esa teología justiciera y violenta? ¿Quién o quiénes sembraron esa imagen de Dios en aquel lugar?

Aquellas palabras han hecho cuestionarme qué imágenes de Dios estamos representando en nuestra realidad teológica y eclesial. Por eso se hace necesario nuevas imágenes y nuevas re-interpretaciones que nos ayuden en nuestro proyecto común del Reino; ese Reino de Paz, Amor, Solidaridad y Justicia. Esto nos hace un llamado a un estudio analítico de tal referente: nuestras ideas sobre Dios siempre estarán condicionadas por las imágenes que nos enseñen o tengamos sobre Él. Imágenes gastadas, que como bien apunta José María Vigil: «están haciendo mucho daño»

En el relato bíblico de la creación, en el libro de Génesis 1: 27 nos dice: «Y creó Dios al hombre a su imagen, a imagen de Dios los creó, varón y hembra los creó». Este ha sido un texto bastante polémico desde los inicios de la joven fe cristiana. Muchos han sido los estudios y debates en torno a la palabra «imagen». ¿Cómo es posible explicarnos una imagen de Dios, cuando el propio Dios te manda a no tener ninguna imagen de Él? (Ex.20:4). Sin embargo, el Antiguo y Nuevo Testamentos se debaten en presentar, desde la experiencia histórica de un pueblo y su relación con Dios, diversas imágenes del mismo. Así aparece un Jehová de los Ejércitos frente a un Dios de Misericordia, un Jehová Justiciero frente a un Dios de Amor.

La teología tradicional enseñó que Dios era un Señor inalcanzable, sentado en el cielo enviando a su Hijo y ángeles como mediadores en los asuntos humanos. Dios era el dueño del mundo y todo le pertenecía. Veámoslo como un dibujo. La visión tradicional en el cristianismo tiende a ver a Dios como el «Señor» que nos crea para que le sirvamos y «mediante este servicio espiritual» salvemos nuestra alma. La realidad se divide entonces en dos áreas: una sagrada, la que le corresponde a Dios, y otra profana, la que nos corresponde a nosotros.

A la primera pertenece todo lo «religioso», es decir, aquello que tratamos de imaginar y hacer para la salvación, buscando mientras tanto ganar el favor de Dios a fin de obtener su perdón. En la segunda se mueve nuestra vida mortal, «pro-fana» (exterior al templo), que no interesaría a Dios o que en la mayoría de las veces es mejor negar y «sacrificar».1

Advierto que la representación es demasiado esquemática, y de hecho resulta injusta en muchos aspectos, pero como todo dibujo, no deja de expresar algo muy verdadero.

Esa es la imagen de Dios que se tenía en los comienzos, pero hoy nuestra manera de ver y relacionarnos con lo Sagrado va cambiando. Como bien nos apunta Andrés Torres Queiruga: «Esa distancia entre nuestra actualidad y nuestro pasado es el precio que debemos pagar por algo que constituye una de las mayores riquezas del cristianismo: su antigüedad. Ella supone un enorme tesoro de experiencias y de saberes, tanto teóricos como prácticos.

Pero significa también que nuestra comprensión de la fe nos llega en un molde cultural que pertenece a un pasado que en gran parte se ha hecho caduco. Para darse cuenta de la magnitud del problema, basta con pensar en que la inmensa mayoría de los conceptos intelectuales, representaciones imaginativas, directrices morales y prácticas rituales del cristianismo se forjaron en los primeros siglos de nuestra era, y que a lo sumo fueron parcialmente refundidos en la Edad Media».2

En estos momentos nuestras imágenes de Dios caminan por nuevos rumbos. Algunas teólogas como Ivonne Gebara hablan de los rostros de Dios, de las nuevas relaciones y manifestaciones de Dios. Entonces nuestras imágenes también deben ser cambiadas, re-diseñadas, coloreadas y alegres. Si pintamos a Dios hagámoslo sonriente, lleno del esplendor de la ternura y el baile, del sazón de nuestras comidas y del color de nuestras culturas. Dios/a negro/a, mestizo/a, amarillo/a, rojo/a,
indio/a, anciano/a, joven, niño/a, hombre/mujer, amigo/a, compañero/a, hermano/a, excluido/a, incluido/a. Dios/a diverso/a. Dios/a de Paz

Esta paz también tiene una dimensión religiosa, pues nace de una certeza hacia lo trascendente: nos es necesario vivir en armonía con nosotros/as mismo/as, con los demás miembros de su especie y con la naturaleza que le rodea. Esta afirmación no es una necesidad antropológica y moral que brota de la fe. Las religiones han contribuido con la paz a la vida humana, en algunos casos con visión más cósmico-naturalista (Oriente), y en otros con visión más socio-fraternal (Occidente).

Pero las religiones positivas como nos comenta José Sols: «han dejado entrar en su seno a personas con afán de poder, y han sido utilizadas por los políticos para atraer adeptos hacia su causa ideológica. Los nacionalismos irlandés, croata, polaco, español, han utilizado el catolicismo sin rubor. El movimiento árabe anti-occidental utiliza el Corán, manipulado, a su antojo. El sionismo manipula los textos sagrados del judaísmo sin escrúpulos.

El imperialismo norteamericano falsea sin tapujos el cristianismo y subvenciona grupos pronorteamericanos con funcionamiento de secta, autodenominados grotescamente «iglesia evangélica». Las religiones al servicio de una causa política se convierten en instrumentos de poder y hasta de muerte. La violencia con pseudofundamento religioso es la más brutal de todas, porque absolutiza la causa de la agresión: «Dios lo quiere», «por Alá», «en nombre de la Tierra Santa», y a continuación llegan las mayores atrocidades, por ejemplo, el 11-S»3.

No Haití, no puedo ni quiero ese dios para ti. ¡Dios te ama y está contigo en medio de tu pueblo! ¡Dios danza en tus tiendas y come en tus mesas!
¡Comparte contigo tus alianzas y rebeliones! ¡Quiero creer y vivir en ese Dios! Quiero seguir apostando por la convivencia pacífica y armónica. Espero que Haití y muchos/as más también.

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1 Cf: Andrés Torres Queiruga en Dios para hoy. www.servicioskoinonia.org

2 En: Dios para hoy. www.servicioskoinonia.org

3 En: Cien años de violencia. http://www.fespinal.com/espinal/llib/es120.rtf

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