El último movimiento en el tablero de cargos pontificios, es decir, el nombramiento del jesuita Federico Lombardi para dirigir el ámbito de comunicación del Vaticano, en el lugar que hasta ahora ocupaba el opusdeísta Navarro Valls, ¿indica un cambio estratégico de tendencia? Confieso mi incompetencia para dar una respuesta cabal, pero me sigo preguntando, ¿es que ahora el Papa Benedicto XVI se inclina más hacia la Compañía de Jesús que hacia el Opus Dei para hacer frente a los retos que el cristianismo afronta y seguirá afrontando a lo largo del siglo XXI? Tampoco se atreve uno a responder. Es preferible apuntar, pienso que con suficiente razón, a que el Pontífice católico va a necesitar la contribución de las dos mayores potencias espirituales con que cuenta ?jesuitas y opusdeístas? para proyectar el cristianismoen una sociedad occidental crecientemente laicizada.
El Opus Dei debe jugar bien sus cartas, es decir, lo que han sido y siguen siendo sus intuiciones primordiales: que la profesión, la vida civil y el trabajo ordinario son el lugar de encuentro con Dios, el lugar del servicio a los demás y del mejoramiento de la sociedad.
La Compañía de Jesús, por su parte, se propone hoy objetivos de una modernidad tan sugestiva que le otorgan un lugar indiscutible en el porvenir del cristianismo. Las directrices emanadas de su última Congregación General ?instancia suprema de reflexión y decisión de la orden? van en una dirección certera: ?No puede haber ?dicen? servicio de la fe sin promover la justicia, sin entrar en contacto con las culturas del mundo y sin abrirse a otras experiencias religiosas. No hay duda de que el programa que hoy presentan los jesuitas ha debido de influir en el actual Pontífice.
Por su condición de intelectual y por su trayectoria de teólogo, Benedicto XVI conoce y valora seguramente mejor que su antecesor las aportaciones que los jesuitas han hecho durante el último medio siglo en el ámbito del pensamiento teológico, y en concreto, en el de la relación entre fe y cultura. Es oportuno recordar que el Concilio Vaticano II debe a los jesuitas las posiciones más aperturistas y no hay que olvidar tampoco que el Ratzinger que ha alcanzado el pontificado romano es un teólogo con un excelente currículum académico. Por tanto conoce a fondo los trabajos y las investigaciones de pensadores jesuitas de prestigio como su compatriota Karl Rahner o como Henri de Lubac, a los que ha mostrado respeto y afecto, aunque en más de una ocasión no estuviera de acuerdo con ellos.
A pesar de que la Compañía de Jesús ha sufrido las consecuencias de haber mantenido posiciones de primera línea, y de que en Europa ha visto reducidos sus efectivos, la Iglesia institucional ha seguido confiándole, en las última décadas, misiones de enorme trascendencia. Pablo VI le encomendó el estudio y el replanteamiento intelectual para combatir el ateísmo contemporáneo. En América Latina fueron jesuitas los que crearon el movimiento Cristianos por el Socialismo, que apoyó el intento de liberación de varios pueblos latinoamericanos sometidos a la esclavitud neocolonialista. En Europa, en las épocas de la posguerra mundial, los jesuitas alentaron el diálogo y la distensión entre cristianos y marxistas.
Si se tiene en cuenta esta trayectoria vanguardista, resulta evidente ?y parece que el Papa lo sabe? que la necesaria evolución de la Iglesia, si es que llega a producirse, vendrá más de la Compañía de Jesús que del Opus Dei, a pesar de que la Compañía fue creada en el siglo XVI, mientras que el Opus data de 1928. Se diría que el humanismo de los jesuitas está en una línea existencial de frontera y puede revestir tantas facetas como exija la evolución histórica. En consecuencia, su concepción del cristianismo presta tanta atención al presente como al futuro de la humanidad. Quizá sea ésta una de las razones por la que Benedicto XVI ha vuelto la mirada hacia los jesuitas.