Benedicto XVI ha aprobado con éxito su difícil viaje a Polonia, donde condenó al holocausto absolviendo a la vez de alguna manera al pueblo alemán, que en su opinión fue manipulado por Hitler. ¿Qué dirá ahora en España? ¿Predicará la reconquista cristiana como su predecesor?
El Papa viaja a un país crispado por el radical enfrentamiento político, donde la religión institucional parece haber también tomado partido.
Se dijo al filo de su elección que Benedicto XVI iba a ser menos viajero que su predecesor. Y así parece ser. Pero sus escogidos viajes, muy preparados y meditados, parecen revestidos de especial significado. Como el que ha realizado a Polonia y está a punto de llevar a cabo a España.
En conversación a los periodistas en el avión, dijo de su viaje: ?Lo terminaremos precisamente en el campo de exterminio de Auschwitz, pensando en tantos muertos, para reflexionar cómo ha sido posible que el hombre haya caído tan bajo en su dignidad pisoteando la de los demás??. Albergaba en ese momento la esperanza de ?que precisamente de Auschwitz nazca un nuevo sentido de humanismo y una visión del hombre como imagen de Dios. Esperemos que esto sirva para evitar en el futuro cosas similares??.
La imagen frágil de Ratzinger cruzando el umbral del campo, bajo la famosa frase en alemán que preside la puerta, ?Arbeit macht frei? (El trabajo os hace libres), hablaba por sí misma. El objetivo principal de sus palabras era ?implorar la gracia de la reconciliación??. Pero algunos quisieron interpretarlas como una especie de absolución al pueblo alemán. Sin embargo pocos como él, que fue reclutado por la fuerza aérea nazi con 16 años, pueden hablar con autoridad sobre esta manipulación.
Solitario, serio, adelántadose a su séquito, caminó en aquel desolador paraje. Rezó ante el muro donde fueron fusilados miles de prisioneros y allí mismo habló uno por uno con una hilera de supervivientes. Benedicto XVI, que acostumbra arrancar sus discursos con una interrogación racional, una duda, se preguntó lo mismo que cualquiera haría en este trágico lugar: ?¿Dónde estaba Dios en aquellos días???. ??No podemos escrutar el secreto de Dios, vemos sólo fragmentos??, dijo el Papa con resignación.
El momento culminante fue en Birkenau, el gran campo anexo a Auschwitz. En ese instante, mientras terminaba su oración ante todas las tumbas, apareció de improviso un arco iris en el horizonte. Parecía una mágica rúbrica del cielo ante la cual muchos rompieron a llorar.
De Roma viene.
Bien distinto se presenta su corto viaje a España. Se trata de un desplazamiento muy puntual, con un fin muy concreto como es el encuentro con las familias. Esto determinará el contenido de sus discursos, que, por girar en torno a la vida familiar y por las mismas personas que los han preparado, entre ellas el declaradamente conservador cardenal curial colombiano López Trujillo, no es difícil barruntar su orientación.
Pero ¿qué le dirá a España? Suele decirse que ?de Roma viene lo que a Roma va??. ¿Quiénes habrán informado directamente al Papa: los cardenales Rouco y Cañizares o monseñor Ricardo Blázquez, el presidente de la Conferencia Episcopal? De algo podemos estar seguros, y es de la España que le recibe desde el punto de vista social y político.
Si alguna palabra puede definir políticamente a la España de ahora es la de crispada. Dividida en un enfrentamiento en el que todo vale: víctimas del terrorismo, sospechas contra los jueces y la policía, el insulto más soez en los medios de comunicación y hasta la utilización de la religión en la trinchera partidista; se diría que estamos empeñados en resucitar las dos Españas.
El Papa viene a un país que ciertamente se ha radicalizado en algunos temas de moral sexual por las leyes auspiciadas por el actual gobierno, y precisamente relacionadas con el tema que va a tratarse en Valencia: la familia. Pero, aparte de la obviedad de que muchas de ellas no son compatibles con la moral católica, la gran pregunta para la Iglesia en estos momentos es la de siempre: ¿vale la pena una batalla para conseguir que el Evangelio sea impuesto por real decreto en un país plural donde deben convivir ateos y creyentes? ¿O no debería todo ello servir de revulsivo y despertar a los que creemos para vivir el estilo de Jesús en vez de organizar algaradas callejeras que parecen aprovechar a un sólo partido político?
El Papa viene a un país cuyo principal problema en la sensibilidad de sus ciudadanos es la inmigración. Como puerta de Europa, Rodríguez Zapatero acaba de alertar en la UE sobre la magnitud de la tragedia que se vive en nuestras costas y aeropuertos. Todos sabemos que el tema de las migraciones sólo tiene una solución: atajar la pobreza mundial y apalancar el desarrollo de los pueblos oprimidos. Pero mientras, el desafío en la calle es el de la integración y qué postura adoptamos ante este fenómeno, más acuciante para una conciencia cristiana que lo que puedan hacer entre ellos dos homosexuales.
Paz y estatutos
El Papa viene a un país que empieza a alentar esperanzas de que pueda liberarse por fin y para siempre del terrorismo de ETA. Por primera vez hay indicios claros de que el alto el fuego de la banda terrorista puede ser definitivo. Es cierto que también puede fracasar y que es muy difícil sentarse a la mesa con quienes tienen las manos ensangrentadas. Pero contra los hechos no valen los argumentos. En todas partes del mundo donde se ha firmado una paz con terroristas ha sido necesario negociar.
Lo que aumenta la crispación y lo hace todo más difícil es la lucha partidista en algo que deberíamos ir todos a una. Evidentemente que no pueden hacerse concesiones en lo fundamental. Pero, si queremos la convivencia pacífica con el sector vasco que representa Batasuna, habrá que pasar por legalizarla y una negociación justa.
El Papa viene a un país que se está replanteando la forma de vivir su pluralidad cultural y su unidad como nación. Todo esto se podría discutir sin crispación ni derramamiento de sangre. Sin embargo la aprobación del famoso Estatuto catalán ha sido otra piedra de escándalo y fuente de nuevas tensiones. Lo que no parece de recibo es que los obispos pretendan escribir un documento sobre la unidad de España, puesto, que sepamos, no hay nada en el Evangelio que hable sobre de qué manera se han de trazar las fronteras de un país.
El Papa viene a un país caro, donde un kilo de fruta vale como un lenguado, y donde para conseguir una vivienda hay que entramparse hasta los dientes. Pero en el que todos, o casi todos, quieren presumir de coche, pantalla plana y hasta de operación de cirugía estética. No sé si de este materialismo se hablará en Valencia, pero la miopía que engendra parece más importante que las relaciones prematrimoniales o el uso de la píldora.
Y aunque parezca una trivialidad, el Papa viene a un país donde se ha muerto Rocío Jurado en olor de multitudes. La cobertura mediática es reveladora de una pasión dominante: esa prensa del corazón que nos invade, un circo informativo que resucita muertos para encontrarles amantes y rebusca como las ratas en los basureros del morbo.
¿Explicación? Una escapada para el cerco de tensión política y económica, de trabajo agotador y tráfico agobiante (más de 20 personas fallecen en accidentes de carretera cada fin de semana), aparte de los mil noes impuestos por la nueva moral cívica de la sociedad del bienestar que tiene sus pecados intocables: desde no al tabaco a no a aparcar, no beber, no derramar agua.
En fin, el Papa viene a un país europeo que intenta sobrevivir en medio de la órbita opulenta de Occidente. Un país, que más que varapalos morales, necesita ánimos, espíritu de comprensión y diálogo y muchas dosis de esperanza.
Pedro Miguel Lamet