Los abusos sexuales cometidos por sacerdotes traen viejos temas a debate. Al tomar estado público las denuncias, el Vaticano tuvo que reconocer estar en conocimiento de la violación de cientos de monjas por parte de sacerdotes en diferentes países del orbe.
Además de la indignación consecuente de diversos sectores sociales, eclesiales o no, algunos viejos temas volvieron al debate. Uno de ellos es el de la legitimidad y funcionalidad del celibato obligatorio.
Si bien la imposición de su observancia de ninguna manera puede justificar los abusos cometidos, desde adentro de la Iglesia Católica algunos analistas opinan que es causa de conductas indeseables.
La Iglesia puede promulgar el Evangelio al mundo convincentemente, cuando su testimonio es digno de confianza, cuando los no-cristianos (y los mismos católicos formales), como en los tiempos de los apóstoles, se asombran por la manera como se aman. Por eso nos duelen profundamente los hechos de violaciones sexuales de niños, jóvenes y mujeres por parte de «sacerdotes» en todas partes del mundo católico, puesto que son ellos la vanguardia de misión de la Iglesia para anunciar el Reino de Dios, de justicia y de paz.
No se trata de tirar piedras a estos hermanos y hermanas, victimarios y víctimas a la vez de la violencia y de falta de respeto al ser humano. Es muy probable que en el Vaticano se recurra una vez más a restricciones más severas para prevenir más escándalos… Sin embargo, la raíz del problema hay que buscarla más a fondo, para llegar a soluciones acertadas y compatibles con el espíritu cristiano.
SUFRIMIENTO ESTERIL
Observamos que en las últimas dos décadas la disertación de sacerdotes a causa de relaciones amorosas ha disminuido, mientras las desviaciones sexuales en el servicio aumentaron. Esto tiene su lógica: primero la negativa de la alta jerarquía de dar la dispensa de la ley del celibato y segundo los múltiples problemas que ex sacerdotes encuentran en el mundo laical para ubicarse sicológica y económicamente.
Por un lado quedan con el estigma de hombres sagrados que la teología tradicional les atribuye y que los tiene marginados en muchos países principalmente católicos y por otro quedan en la calle sin profesión, con pocos amigos y, en general, menospreciados y abandonados por la institución eclesial. Son estas las razones por las cuales muchos prefieren quedarse dentro de la jerarquía, aunque su corazón está fuera. Entonces el problema va hacia adentro y revienta en desviaciones emocionales y sexuales.
Los sufrimientos que origina esta disonancia de valores circunstancialmente opuestos son incalculables, ante todo porque muchos de los afectados están dotados de un auténtico espíritu de servicio a la comunidad. Y lo sufren también todos aquellos pastores célibes con vocación de servicio integral a la Iglesia, ya que la generalización en éste como en otros casos está siempre presente en gente inmadura que conforma las mayorías.
Esta realidad lleva otra vez a la pregunta: ¿es la ley del celibato ?no hablamos del celibato libremente asumido y mantenido?, realmente favorable para la Iglesia? ¿No son estos tristes signos de los tiempos un serio aviso de Dios para nuestros papas y obispos, para que mediten a la luz del Evangelio sobre la urgencia de un cambio radical?
ARROGANCIA DE LAS JERARQUIAS
Todos sabemos que el celibato se da exclusivamente en la Iglesia latina desde el siglo XII, que no ha sido normado por Jesús como condición sine qua non para ser apóstol o ejercer otro de los carismas en servicio a sus hermanos. Jesús cuestiona, más bien, leyes y costumbres humanas que impiden su libre e íntegra realización. San Pablo la emprende igualmente contra aquellos ideólogos que esperan del cumplimiento de leyes humanas la perfección. Totalmente errada es la idea que suprimiendo lo bueno se salva lo perfecto.
Pero, la práctica en nuestra Iglesia es más grave todavía; hasta se la puede considerar como pecado contra el Espíritu, pecado del cual Jesús dice que no encontrará perdón ni en esta ni en la realidad futura. Téngase presente que la vocación (Jesús habla de talentos, San Pablo del carisma), constituyen un don gratuito y personal que el Espíritu de Dios reparte a cada persona como a El le place. Sólo a Dios debemos dar cuenta sobre el uso que le damos, ni al papa, ni a los obispos. Estos dones, como son: el talento de organizar (obispos), de convocar y presidir la cena del Señor (presbíteros), de predicar y enseñar (profetas) o distinguir los espíritus, en fin, toda vocación, pueden recaer sobre hombres y mujeres, casados o solteros, artesanos o profesores de universidades. Para Dios no hay distinción de personas.
Nos preguntamos y preguntamos a los responsables en la Iglesia: ¿algún ser humano, cualquiera sea el puesto que ocupe en la Iglesia, puede arrogarse la facultad de dictar al Espíritu de Dios los canales y condiciones en y por los cuales ha de actuar? ¿Pueden el Papa, o el conjunto de obispos atribuirse la potestad para decir a una persona: «Puede que Dios te haya dado los talentos, el carisma, la vocación para el ?sacerdocio?, pero como eres mujer, como estás casado o piensas casarte, nosotros no te admitimos; de nada te sirve tu carisma»? Esto sería ?esto es? el colmo de blasfemia. Alguien se pone allí sobre el trono de Dios.
A SAN PABLO NO SE LE HUBIESE OCURRIDO
El resto es solamente la consecuencia de esta caída en la peor de las tentaciones. A Pablo, el apóstol del mundo occidental, en su celo por la propagación de la Buena Nueva del Evangelio, nunca le hubiese ocurrido impedir a alguien la obra misionera con base de su estado civil, ni la impediría bajo los signos de nuestro tiempo a las mujeres… «Que Cristo sea anunciado, de esto me alegro», era su lema. Les desearíamos al «Papa» y a los «cardenales» y a todas las «excelencias» y «eminencias» ?¡tápate los oídos Jesús cuando oyes estos títulos altisonantes! ?solo una chispa de este celo por amor a los millones no bautizados e incrédulos que andan «como ovejas sin pastor».
Gracias a Dios, gracias al periodismo y gracias al avance tecnológico en comunicación social se nos revela la verdad siempre celosamente escondida, aunque nos duela. La verdad nos hace libres, libres de tabúes, libres de soberanías que contradicen al Evangelio de Jesús y libres, finalmente, de esta ciega sumisión que es una ofensa a la dignidad de los hijos de Dios.