Muchos hermanos nos quejamos del fuerte clericalismo que sigue imperando, todavía hoy, en la Iglesia. La mayoría nos sentimos heridos o, al menos, apesadumbrados cuando, en la Jornada Mundial de las Vocaciones o en otros eventos, sólo se habla de la vocación sacerdotal y de la vocación de las religiosas. Los hermanos parecemos no existir, no somos tomados en cuenta, nos hacen sentir una especie de bichos raros. Sobre todo, cuando a renglón seguido se establecen rangos: primero, la vocación sacerdotal; luego, la de las religiosas; y, por último, la de los laicos y laicas. ¡No es de extrañar que tengamos problemas de identidad!
Pero, a menudo, ocurre también que muchos de nosotros (los hermanos) miramos ?por encima del hombro?? a los laicos, con quienes compartimos el carisma, la espiritualidad y la misión. A veces desconfiamos de ellos porque creemos que les mueven intereses extraños a la causa común: ser testigos de la Buena Noticia entre los niños y los jóvenes, especialmente entre los más desatendidos. Claro que también mucha gente nos mira con recelo a nosotros, preguntándose si en verdad somos testigos de lo que anunciamos. Tendríamos que recordar que la coherencia es siempre una asignatura difícil para todo ser humano.
Otras veces los minusvaloramos: nos parecen sin la capacidad suficiente para poder hacer aquello que nosotros hacemos con tanta excelencia. También aquí tendríamos que aclarar de qué tipo de ?excelencia?? hablamos. Hay casos en que los tratamos con un cierto paternalismo indulgente: debemos acompañarles y orientarles porque no han estudiado tanta ?religión?? como nosotros o porque les queremos mucho y nos da miedo que se equivoquen. Y, claro, el hermano llega a volverse imprescindible en algunos grupos de laicos y laicas Maristas; de tal manera que éstos desaparecen si se produce un cambio de destino. Inconscientemente, a veces no dejamos que surjan líderes o nos cuesta dejar que tomen decisiones.
Pudiera ser que en algunos hermanos exista el miedo a sentirse desplazados por los laicos. Es un miedo legítimo, en el sentido psicológico de sentirse ?hijos de la casa?? y no acabar de entender qué nos quieren decir hoy los signos de los tiempos. Puede ser también un miedo a los cambios que todo esto deja entrever para nuestras vidas en los próximos años. ¿Nos estamos sabiendo educar para el cambio en una sociedad tan cambiante como la nuestra? ¿Cómo podríamos mejorar nuestro puntaje en esta asignatura de siempre? ¿Corremos el riesgo de volvernos, en un cierto sentido, un poco clericales al no dejar el espacio que Dios está pidiendo para los laicos maristas?
Y quiero citar, para terminar, al H. Benito Arbués que me decía hace poco: ?Podemos caer en un cierto ?clericalismo marista?. Es decir, pensar nosotros qué han de hacer los laicos?? darles documentos, darles orientaciones. No sé qué habrá que hacer para que la vida surja en la base de la tierra. Y si para lanzar semillas, hay que estar presentes, necesitaremos tacto para dejar que los seglares cultiven su campo como cristianos normales y que opten por un cristianismo de color marista.??
A todos nos conviene volver siempre a los ?últimos lugares?? del Evangelio y a los ?primeros lugares?? del P. Champagnat, para que queden como lecciones bien aprendidas, no sólo en nuestras cabezas sino, sobre todo, en nuestros corazones. Pidamos al Espíritu Santo que nos ayude a comprender eso del ?anonadamiento?? de Jesús, la ?pequeñez de la humilde esclava??, el ?silencio?? del justo José y los ?tres primeros lugares?? de Marcelino. El Dios de las sorpresas sigue queriendo entrar en nuestras vidas.
¡Sigamos dejando a Dios ser Dios!