¿Debe renunciar el Papa? -- Juan Carlos Botero

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El Espectador

La reacción de la iglesia ante las denuncias que han salido al aire en el último mes y que incluyen toda clase de abusos a menores de edad en manos de los sacerdotes que los tenían que cuidar, produce náuseas. La lista de atropellos no tiene fin. Se reportan golpizas, violaciones y hasta tortura. Más de diez mil niños en Europa fueron víctimas de crímenes por parte de curas y monjas, y los medios registran casos de maltrato en Austria, Holanda, Noruega e Irlanda. Hay más de 300 denuncias de abuso sexual contra dos terceras partes de las diócesis de Alemania. En Brasil, dos sacerdotes filmaron un video sexual con un niño. En Estados Unidos, entre 1950 y 1974, el pastor Lawrence Murphy abusó sexualmente a más de 200 niños sordos.

A pesar de varias cartas dirigidas al entonces cardenal, Joseph Ratzinger (hoy Benedicto XVI), escritas por el arzobispo de Milwaukee, Murphy nunca fue expulsado de la Iglesia. En cambio, fue trasladado a otra diócesis de Wisconsin y durante 24 años siguió trabajando en colegios y parroquias, abusando de otros menores, hasta que murió en 1986. Y aún era sacerdote.

Hay más. Se ha denunciado la influencia nefasta de Marcial Maciel, fundador de los Legionarios de Cristo, intrigando en el Vaticano en busca de favores y repartiendo sobres llenos de dinero para pagar misas privadas. A la vez, se destapó el caso de Stephen Kiesle, el cura que ató a dos niños para abusar de ellos, y luego a seis niñas en California. El obispo de Oakland le escribió al Vaticano con urgencia, pidiendo la expulsión del criminal. El cardenal que respondió dilató la decisión durante años ?por el bien de la Iglesia??. Ese cardenal también era Joseph Ratzinger, Benedicto XVI.

¿Cuál ha sido la reacción de la Iglesia ante esta avalancha de denuncias? En vez de pedir disculpas públicas y reparar a las víctimas con coraje y compasión, la Iglesia dice que está siendo perseguida, enlodada en una campaña de chismes y desprestigio. Pero presentarse como una víctima ante miles de víctimas de sus curas, es un insulto. Y constituye otro atropello. La Iglesia condena el aborto porque dice que toda vida es sagrada. Pero las vidas de los niños traumatizados para siempre, por culpa de los pastores que los tenían que proteger, ¿no son también sagradas?

Estos escándalos tienen dos culpables: los curas que abusaron de niños indefensos y en ocasiones discapacitados, y sus jerarcas que taparon, callaron y toleraron esos crímenes, como ya se sabe que lo hizo, a sabiendas o no, Joseph Ratzinger. Y ahora, como gran cosa, el Papa accede a reunirse con algunas de las víctimas. Esa medida es tardía e insuficiente. A la Iglesia le importa más defender la institución que reivindicar a las víctimas de sus curas pederastas. No es justo. Toda institución, incluso las divinas, está regida por personas falibles.

Por lo tanto éstas deben rendir cuentas por sus actos. Y no hay duda: como cardenal el Papa encubrió, por acción u omisión, delitos de sus subalternos. Por ello, el Papa debería renunciar a su cargo. Y si no lo hace, que al menos destape la olla podrida de su Iglesia. O lo hace él, o lo seguirán haciendo los medios y las víctimas. Entonces la crisis será mayor. Y la náusea que produce ese manejo será aún más grande.

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