Cuando me puse al día de lo sucedido durante esta Semana Santa, en la que he permanecido “apartado de la civilización”, leí la noticia de que van a cerrar una parroquia en Vallecas. Resulta que el sacerdote oficiaba con vaqueros y que en lugar de la ostia repartían rosquillas para dar la comunión. Bueno, esto como detalles anecdóticos que han salido en los medios, pero por lo que se ve, en general ni liturgia ni catequesis seguían los patrones “oficiales”. Fallaban las formas.
A Jesús le acusaron de lo mismo. Él, que era judío o, más aún: un maestro, un rabino. Se pasó por el forro todas las convenciones y leyes que creyó necesarias, transgredió para acercarse a los más marginados, a los menos respetados y desafió a las autoridades de su tiempo. Jesús denunciaba a los hipócritas que sólo tenían en cuenta las leyes cuando les servían para protegerse a sí mismos. Jesús curaba en sábado, se emborrachaba y echó del templo a quienes se valían de las creencias de la gente para enriquecerse. Jesús se juntaba con prostitutas, leprosos, cobradores de impuestos y pobres que no tenían para comer. Y ahora Rouco observa cómo en una parroquia se acoge a musulmanes, ateos, drogadictos, expresidiarios y demás excludos y decide cerrarla. Esto sí es una verdadera cruz.
Por eso le invito a él y a todos los integristas de la maldita jerarquía eclesial a venir a la Pascua de Les Avellanes (Lleida). A comprobar cómo se comparte el pan verdaderamente. A escuchar a una monja carmelita denunciar la infravaloración que sufre la mujer dentro de la iglesia. Y el aplauso multitudinario posterior. Les invito a sentarse en el suelo como nosotros. A gritar “que bote, que bote, que bote el sacerdote” hasta conseguirlo. Y terminar manteándolo. Quiero que vean cómo bailamos delante del altar, cómo nos cogemos de las manos para cantar desde dentro. Me gustaría darles un abrazo en el momento de la paz para que comprobaran lo que es la comunión entre hermanos cristianos. Querría que miraran como se revientan las luces de una iglesia gótica porque los presentes nos estamos pasando globos gigantes como si de un espectáculo deportivo se tratara. Me encantaría que gozaran de una pasión libre de toda opulencia, donde el dramatismo no es sinónimo de lágrimas de sangre en las estatuas, sino de dolor en el corazón de cada uno. También les animaría a presenciar un combate de Pressing Catch en la iglesia la noche del Jueves santo. Que oyeran un grupo de batukada tocar en casa de Dios, celebrando que está vivo. Que hubieran presenciado el Domingo de Resurrección un discurso que habría sido vetado por radical en una Internacional y hubieran estado en la manifestación posterior. Que hablaran con el sacerdote que dice que no quiere morir sin haber visto una dona oficiar misa.
Me gustaría, en definitiva, que comprobaran cómo más de trescientos jóvenes utilizamos formas no convencionales para vivir el fondo de unos días mágicos.