Basta de Pinochet. No va más: puesto que no habrá otros crímenes ni delitos, poco sentido tiene que se continúe insistiendo sobre los que fueron. Ahora ello solamente corresponde a la Historia. Que no es poco.
Se le ha dedicado un funeral. Nada que objetar: la Iglesia católica debe rogar a Dios para los difuntos el perdón de sus culpas, sean muchas o pocas, grandes o pequeñas. Todos llegaremos al trance final con nuestra correspondiente carga de ellas. No le incumbe, en cuanto actúa ?de tejas abajo??, valorar la magnitud ni la cuantía de las culpas de ningún difunto en particular.
Sin embargo, aquel personaje tan politizado ? dicho sea en términos benévolos ? ha inducido ?post mortem?? a una situación, más que penosa, inadmisible. Revestido de sus ornamentos pontificales, el obispo castrense de Chile se ha permitido unas palabras de justificación del golpe de estado que le encumbró. Lo cual equivale a aceptar las matanzas, torturas, persecuciones y tragedias que se siguieron de aquel suceso.
Gravísimo en un obispo, que no sólo debe saber, sino encarnar en todos sus actos, el espíritu de Jesús de Nazareth, espíritu de paz, armonía, fraternidad y amor. Por supuesto, un obispo castrense no representa, ni oficial ni pastoralmente, a la Iglesia universal. Pero constituye una ?imagen visible?? de ésta, en el caso presente muy realzada, en cuanto percibida como tal en el mundo entero, a través de radio y televisión. El choque ha debido ser brutal contra la opinión, a su vez mundialmente unánime, acerca de lo que significó aquel golpe de estado, muy cruento por cierto, el régimen que originó y las calamidades que hubo de padecer por su causa el pueblo chileno.
¿Cómo ha podido atreverse el obispo Juan Barros ? tal es el nombre que transmiten las agencias ? a semejante atropello contra la fe que debe predicar? ¿Acaso ignora el repudio de su Maestro, Jesús, a toda violencia? (de suyo, inadmisible siempre).
Esta intervención anticristiana, en labios de un obispo y durante un acto litúrgico (solemnidad añadida), no es sino una nueva carga de dinamita para la liquidación del prestigio de la Iglesia católica en cuanto institución humana. Mientras la inmensa mayoría de las demás instituciones (aconfesionales o laicas o incluso antirreligiosas) concuerdan en su condena de los asesinatos, las torturas y los malos tratos, él se permite darlos ? si acaso no por ?buenos?? ? al menos por comprensibles en determinadas circunstancias.
Antievangelio flagrante
¿Cabe remedio a semejante desaguisado? Sólo habría uno acorde con la gravedad del mismo : que el romano pontífice interviniese, breve y claramente, para desautorizar tamaño error, así como a su autor, dejando bien claro que la Iglesia nunca, nunca, puede convalidar unos actos tan siniestros.
Serias reservas respecto a que Benedicto XVI ? intelectual más bien lentito de reflejos ? se atreva a esa única reacción que le compete en su elevado puesto.