Las ¿novedades? del Misal Romano en su nueva edición -- Jesús Mª Urío Ruiz de Vergara

0
112

Enviado a la página web de Redes Cristianas

Tengo que reconocer que estudiando el nuevo Misal romano me he quedado decepcionado. Tengo la impresión que estamos no solo más atrasados que en los años 70. en mi vida pastoral en Brasil, sino, incluso, igual, o peor, que antes del Concilio. En los años que lo precedieron, había una inquietud en toda la Iglesia, que sentía la urgente necesidad de dar un decidido golpe de volante para cambiar, sustancialmente, el rumbo de la Iglesia. Es decir, se pensaba en el futuro, se creía en el futuro, y se esperaba mucho del futuro. Llegó Juan XXIII, con su estilo engañoso, para los no iniciados, de viejo bonachón, un tanto ingenuo, y poco o nada intelectual. Después nos enteraríamos todos que había escalado, por caminos difíciles y tortuosos, como su misión de Pronuncio en varios países de Medio Oriente, donde se cocía el caldo que daría después, hasta hoy, los barros y lodos que nos asolan.

Y, después de salir airosos en su ardua tarea, alcanzó el cenit de la carrera diplomática vaticana, la nunciatura de París. Es decir, o los cardenales, en el cónclave de octubre de 1958 no fueron muy expertos al elegir al Patriarca de Venecia, si es que no querían una auténtica revolución eclesial, o el Espiritu Santo trabajó a destajo para iluminar las mentes de sus eminencias, generalmente acartonadas, y poco proclives a los cambios profundos y rápidos.

Pero el caso es que Angelo Giuseppe Roncalli fue elevado al pontificado, y se convocó el Vaticano II, se realizó el Concilio, y se produjo, en primer lugar, la reforma litúrgica que tanto precisaba la Iglesia. Después, las maniobras de la curia vaticana, y la ayuda inestimable del electo a la muerte de Juan Pablo I, el polaco Karol Józef Wojty?a, fueron atrás las brillantes perspectivas del culto católico, y hems llegado al punto en que nos encontramos, descorazonador, y casi perturbador. Señalaré metódicamente los puntos que me permiten calificar de manera tan inquietante la «¿novedad?» del nuevo Misal,

La vuelta del clericalismo más cerrado. El papa Francisco tiene las cosas muy claras. Ha repetido varias veces en las últimas semanas que el clericalismo es uno de los grandes males de la Iglesia. Y lo ha dicho de dos maneras: que es uno de los principales males, y la otra, que es el «principal». Si pensamos que el clero es la parte dominante de la comunidad eclesial, la que mueve los hilos, la que en su más alto nivel, el episcopado es na da menos, el cuerpo sucesor del Colegio Apostólico, algo realmente grave debe de ver el Papa para insistir en que el clericalismo es un gran mal de la Iglesia. Pero entendámonos: ¿Qué entendemos, o podemos entender, en el razonamiento del Papa por Clericalismo? De las tres acepciones que da el diccionario de la Real Academia Española , RAE, . m. Influencia excesiva del clero en los asuntos políticos.. 2. m. Intervención excesiva del clero en la vida de la Iglesia. 3. m. marcada afección y sumisión al clero y a sus directrices.

El primer aspecto es muy propio de la historia de España, y muy recordado por historiadores, y por el pueblo, que, por eso mismo, es muy anticlerical en nuestra tierra. Pero no es muy probable que Francisco tuviese en cuenta, sobre todo, nuestro país, o Italia, para destacar ese grave riesgo de la Iglesia. Así que los aspectos a tener en cuenta son el segundo y el tercero, sobre todo, el segundo, por el excesivo, y yo diría que injusto, poder del clero en la vida de la Iglesia. Y del excesivo poder procede, evidentemente, la excesiva intervención. No es solo un desvío de la práctica, de la praxis eclesial, sino que se trata de un serio problema, y mucho más hondo: de la legislación y del aparato normativo de la Iglesia.

Si el Derecho Canónico, (CIC, Corpus iuris canonici,), divide a la Iglesia en dos grandes apartados, ¡solo dos!, el Clero y el Laicado, los demás, muy menores e inferiores, serán mucho más pequeños y concretos, y si, además, solo el clero puede ocupar puestos de responsabilidad sacramental y jurisdiccional, entonces no es que la influencia clerical sea excesiva, sino que es inevitable y necesaria. Y en la Liturgia, y en concreto, en la celebración de la Eucaristía, y en la ordenación del Eucaristiario, (¿por qué no este bello neologismo, y sí la insistencia en el uso de una palabra, Misal, marginal en el discurrir de la celebración, y traída a colación por el pueblo, cundo no entendía latín, solo porque cuando la oía ya sabía que la celebración terminaría en unos segundos?)
El acartonamiento de las fórmulas y estilos que se exigen al presidente de las celebraciones.

Algunos alaban al actual Misal por su claridad, concisión y precisión de su redacción. Es decir, porque está todo claro, y siempre se puede saber lo que puede hacer el presbítero, el diácono, el acólito, pero raras veces se prevé, para cualquier emergencia, que algo de eso lo pueda realizar un bautizado, aunque no sea clérigo, ni haya sido provisionado por una especie de mandato oficial del clérigo correspondiente. (Por ejemplo, preguntado una vez, en una reunión de curas, el cardenal de Sâo Paulo, D. Paulo Evaristo Arns si era necesario para distribuir la Comunión que la persona indicada poseyera una especie de diploma, o de permiso de la Diócesis, respondió: ·»El sacramento es comulgar, y no dar la comunión, que es una función puramente mecánica. Todo adulto, vamos a decir, confirmado, que pueda comulgar , puede dar la Comunión, sin intervención de la autoridad de la Iglesia». Nos gustaría apreciar en el actual Misal Romano esa libertad del presidente de una celebración, pero no se encuentra por ningún lado. Si bien, en estricto sentido canónico, si no está expresa y claramente prohibido, estará permitido. Así como no obligar al ministro a terminar las oraciones con una Doxología preceptiva, hasta los últimos detalles, si ha salido previamente el nombre del Padre, de una manera, si el del Hijo, de otra, etc. Eso no hace falta para nada, y este tipo de detalles, que se convierten en una pesadez, hay a montones. Esta falta de libertad acarrea un tremendo déficit de creatividad, y de viveza celebrativa, que poseía la Liturgia de los primeros siglos, cuando los ministros improvisaban sobre una especie de croquis que servía de estructura de la celebración y que sabían de memoria.

Después dejaban salir su emoción del momento, y su creatividad, también musical. No pedimos tanto, pero sí que no nos amarren, hasta conseguir que la celebración sea rutinaria, monótona, e igual en Cantabria que en Andalucía, o en Brasil. Y no me digan del peligro de abusos, que nos han echado mucho en cara a los que fuimos contemporáneos del Concilio, cuando la Liturgia solemne oficial, sobre todo televisada desde el Vaticano o desde las grades catedrales, son un verdadero abuso de ostentación y distancia sideral de la ?ltima Cena, y de las celebraciones «paradigmáticas» de la Iglesia primitiva.
(Seguirá con otros dos apartados. ¡Gracias!)