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Afirmé una vez, con sorpresa de algunos, y escándalo de unos pocos, que Jesús no murió para salvar a la Iglesia, sino a la humanidad toda, a cada uno de los seres humanos del mundo. Jesús, en el famoso texto de Mc 2,27, ?no es el hombre para el Sábado, sino el Sábado para el hombre??. Siempre digo a mis parroquianos que esta declaración de principios, así de clara, es propia y específica del Maestro de Nazaret. Aplicable a todo tipo de Institución: no es el hombre para la Iglesia, sino la Iglesia?? ; no es el hombre para el Estado, sino el Estado?? ; en definitiva, no es el hombre para la ley, sino la ley para el hombre. Y de la aplicación cabal de esta convicción en el caso de la Iglesia el Concilio Vaticano II se encargó de dejar bien claro que la ?Iglesia es el pueblo de Dios??. Lo oímos y afirmamos y nos quedamos tan anchos. Pero la frase en cuestión tiene mucha, muchísima miga. Se la voy a sacar un poco.
La Iglesia no es el Vaticano, ni la Curia Romana, con sus congregaciones, ni el Papa, ni el clero, ni las normas litúrgicas, ni el Derecho Canónico, ni la moral católica, (¿qué será eso?, me pregunto), ni las curias episcopales, ni las órdenes religiosas, ni los colegios religiosos, ni los medios de comunicación eclesiásticos, ni los desfiles penitenciales de Semana Santa, ni los resúmenes dogmáticos con los que pronunciamos nuestra fe, ni, menos todavía, ninguna escuela teológica, ni la red de embajadas vaticanas, -nunciaturas-, desparramadas por el mundo. La Iglesia incluye todas esas realidades, y muchas más, pero no se identifica, al completo, con ninguna de ellas, solo con ?el Pueblo de Dios??. Es decir, el Nuevo Israel, porque éste fue el reconocido y proclamado como Pueblo de Dios por los escritores sagrados y los profetas. Todas las instituciones o departamentos de la Iglesia que he citado sirven para el bien del Pueblo de Dios, (y si no sirven para eso, ¡no tienen sentido en la Iglesia!), para su crecimiento, mantenimiento y cultivo. Y para cada uno de los miembros de ese Pueblo. Por eso se abren nuestras carnes, ¡la mía, desde luego!, cuando uno de nuestros pastores, ?obispos-, juzga, condena, reprime severamente, o excluye a uno de nuestros hermanos, sea o no pecador, sea o no practicante, sea o no de nuestra cuerda, acepte o no la carga, a veces pesada, de las directrices evangélicas, equivocadamente presentadas como obligaciones o prohibiciones.
En este contexto, los que se erigen en ?defensores y guardianes?? de la Iglesia, ¿están defendiendo y guardando a la verdadera Iglesia, -no olvidemos, Pueblo de Dios-, o a alguna de las Instituciones de las que hemos hablado, que son parte de la organización de la Iglesia, pero que ?no son la Iglesia??? Hay quien piensa que defendiendo la red de nunciaturas, por ejemplo, se defiende a la Iglesia. El cardenal Suenens, (arzobispo-cardenal de Bruselas), en memorable entrevista a ?Le Monde??, o tal vez se trató de otro periódico francés, opinaba que no, que no eran necesarias sino para mantener un determinado esquema de información y poder, nada evangélicos, ni uno ni otro. De hecho, esa declaración tan autorizada, por tan alta jerarquía eclesiástica, y por eclesiástico de inigualable talante conciliar, molestó mucho al papa Montini, Pablo VI, de quien era uno de sus mejores amigos. Pero era solo un ejemplo. Serviría para cualquiera de las múltiples instituciones burocráticas, administrativas u organizativas, no estrictamente de carácter sacramental y salvífico, de las que consta la Iglesia.
Escribo este artículo porque, de hecho, el papa Francisco está siendo agriamente atacado por algunos de los que se consideran más eximios defensores de la Iglesia. Y lo hacen, en mi opinión, no ocupados en la defensa del Pueblo de Dios, ni de ninguno de sus miembros, como tales, sino por considerar que las actitudes evangélicas, nada políticas ni diplomáticas, del Papa, están debilitando lo que para ellos es la esencia de la Iglesia: la Curia Vaticana, la Tradición, entendida como secuencia repetida siempre igual de los esquemas de poder y decisión eclesiásticos, y la tranquilidad y seguridad de la alianza con las fuerzas más conservadoras, acomodadas, poderosas, y de falsa moral, del mundo. Invito a mis lectores a leer, o por lo menos, ojear, Religión Digital de estos días, y comprobar cómo cardenales tan significados como O’Malley, Jorge Medina, Ricardo Ezzati, o el ex nuncio en Chile, y ex Secretario de Estado, Ángelo Sodano están gastando lo más granado de su cerebro en poner palos al carro que quiere mover Francisco.
No es demasiado descabellado afirmar que, defendiendo esas posiciones conservadoras, contra Francisco, defienden sus propios intereses, y más que guardianes de la Iglesia, se están convirtiendo, seguramente sin tener conciencia de ello (¿?), en sus mayores detractores, y en responsables de que la ola de esperanza evangélica que con tanta fuerza y vigor del Espíritu iniciara el papa argentino, se ralentice. Y hasta creo que el deseo de tanto defensor y guardián eclesiástico es, más bien, que ese proyecto del papa Francisco se venga abajo, y fracase. ¡Qué Dios nos libre de quienes defienden sus propios privilegios envueltos en la bandera de la defensa de la Iglesia de Dios!