Las decisiones que Trump va tomando desvelan el proyecto de los grandes oligopolios que pretenden configurar, a su imagen y beneficio, la sociedad norteamericana y la economía global en el siglo XXI.
Ha planteado unas medidas arancelarias para lograr —dice— que las grandes corporaciones reenvíen sus compañías y reconstruyan sus fábricas en EE. UU. Pretende también que sus socios compren más armas y energía a EE. UU. y regulen menos sus plataformas digitales. Pero la voluntad de someter a sus competidores y aliados, más que negociar con ellos, hace que la incertidumbre y el caos empiecen a adueñarse de la economía mundial.
Con China, Trump se ha visto obligado a negociar para solucionar el abultado déficit comercial entre Washington y Pekín, y a crear un mecanismo de diálogo para buscar fórmulas distintas a la imposición de tasas abusivas a las importaciones chinas. “El acuerdo es un paso importante hacia la solución de las diferencias mediante el diálogo y la consulta en igualdad de condiciones” (viceprimer ministro He Lifeng).
China ya no es la que era. EE. UU. depende de China para el 70 % de sus importaciones de estos metales, que son básicos para la fabricación de telefonía móvil inteligente, tecnología médica, coches eléctricos, cuadros de mando de los aviones de combate, circuitos para submarinos, reactores nucleares, satélites, etc. Seis de las diez industrias del futuro están siendo lideradas por China.
La Unión Europea, por su parte, parece mantenerse unida para negociar un acuerdo comercial que pueda enterrar el hacha de guerra. “El comercio debe guiarse por el respeto mutuo y no por las amenazas. Usaremos todos los instrumentos para defender a las empresas, los impuestos y regulaciones a las grandes tecnológicas”, ha dicho el comisario de Comercio.
El mismo Wall Street Journal asegura: “Es una guerra cretina sobre los aranceles. Estamos perdiendo aliados fieles como Canadá, la U. E… Es imposible reconstruir la industria manufacturera estadounidense. No tenemos obreros ni ingenieros para ello”.
La guerra comercial arancelaria hará subir la inflación en la propia sociedad americana. Una inflación que terminará cargando sobre las espaldas de las clases populares. La OIT, por su parte, alerta del “elevado riesgo” sobre 84 millones de empleos en el mundo por la guerra comercial de Trump. De hecho, ha reducido ya en 7 millones su proyección de creación de puestos de trabajo en 2025, debido a la ralentización de la economía que prevé el FMI” (El Diario, 27-5-2025).
“El uso del lenguaje es un síntoma. Un artículo reciente de The New York Times detectaba cambios en 5.000 documentos oficiales. Están dejando de utilizarse palabras como ‘mujer’, ‘antirracista’, ‘desigualdades’, ‘nativo americano’, ‘no binario’, ‘injusticia’ o ‘justicia social’. Son conceptos y palabras que están amenazadas. Igual que aquellas personas, comunidades y grupos a los que nombran” (Pablo Elorduy, “Llámalo X: cómo y por qué las élites tecnológicas cabalgan la ola del posfascismo”, El Salto, 1-6-2025).
El nuevo orden mundial del siglo XXI no puede construirse, una vez más, sobre el despojo de las mayorías sociales y del Sur Global, del que es un símbolo trágico el genocidio de Palestina. La limpieza étnica de los gazatíes y el obsceno anuncio de construir sobre la destrucción despiadada de su país un complejo de ocio —“Riviera Gaza”, el Disneyland que se piensa montar sobre miles de cadáveres, mutilados y torturados— representa, a modo de auto de fe, la frivolidad de un proyecto imperial caprichoso.
Le Monde Diplomatique (marzo de 2025) asegura: “China toma el timón de la globalización. En un giro inconcebible hace treinta años, ahora es el Partido Comunista Chino y no la Casa Blanca quien se erige en defensor del multilateralismo y el libre comercio”. Se hace inevitable un proyecto socioeconómico a la altura de la realidad actual. La red de intereses que se ha venido tejiendo durante las décadas de globalización ha creado, afortunadamente, una situación de interdependencia mutua entre países que dificulta los antojos de un solo país, por muy hegemónico que todavía siga siendo.