Después del atentado en las oficinas del semanario satírico Charlie Hebdo en París, con 17 muertos, desde una inequívoca voluntad de paz y de diálogo entre religiones es necesario hacer dos reflexiones complementarias:
1. Ni el Islam ni su fundamento, el Corán, son violentos. Destaca la cantidad de imanes y mezquitas que lo han condenado y se están sumando a las protestas. Destaca el comentario del presidente de la conferencia de los imanes de Francia, considerando a las víctimas del semanario como verdaderos ?mártires?? y denunciando a los terroristas: ?Pero ¿de qué Profeta están hablando? No tenemos el mismo profeta. Su profeta es el del odio y del horror??. Queda claro que dentro del Islam la violencia es patrimonio de unos pocos.
En su interior conviven, desde casi sus orígenes, el alma rigorista, fundamentalista en teología, según la cual la escritura proviene de una revelación directa del Profeta, que conduce a una interpretación política y moral anclada en concepciones medievales; y el alma que pretende vivir la fe y la veneración al Profeta en profundidad, pero pacíficamente y más acorde con los Derechos Humanos y los criterios laicos del mundo moderno.
Lo ocurrido en París, además de una agresión a la libertad de expresión, es expresión de un conflicto en el mismo interior de la religión musulmana. De aquí que cualquier identificación global entre islam y violencia, generalizando las responsabilidades, es alimentar la islamofobia. El Estado Islámico ha hecho un llamamiento a todos los musulmanes a incorporarse a sus milicias y a estar presente en Europa con atentados. Es preciso estar atentos a ello, protegerse y condenarlo, pero es preciso igualmente que los musulmanes que condenan los atentados, tanto por razones culturales o políticas como por principios religiosos, puedan hacer oír su voz. El riesgo de que puedan ser estigmatizados como terroristas los convierte en las primeras víctimas.
2. No se trata de guerra entre religiones. Occidente sabe lo que supone disfrazar de guerra de religiones lo que fueron simplemente operaciones militares de expansionismo comercial. Baste recordar las Cruzadas o la Conquista de América. En este caso estamos ante la reacción del mundo musulmán, de mucho calado, de lo que han sido intolerables agresiones occidentales, también de mucho calado. La causa del 11-S en Nueva York, del 11-M en Madrid no fue la religión. Tampoco del atentado en París. Se trata de una reacción violenta a la violencia de occidente.
Los gobernantes occidentales, que hoy se rasgan las vestiduras ante el atentado perpetrado en París y que ayer presidieron la manifestación, deberían explicar a la ciudadanía cuál ha sido su papel en las guerras de Afganistán, Iraq, Libia y Siria; a quiénes están vendiendo las armas y apoyando económicamente hasta presentarlos como ?combatientes por la libertad; y, más al fondo, porqué han incrustado en el corazón mismo del mundo árabe un Estado artificial como Israel que está siendo una prolongación occidental del más brutal neocolonialismo.
La invasión de Iraq fue acordada por el trío de las Azores, contra toda legalidad internacional, bajo pretextos falsos, en busca del petróleo para Occidente. Costó 1.300.000 muertos, un Estado fallido y la presencia del fundamentalismo islámico en Iraq como reacción.
Este comportamiento violento ha llevado a la destrucción casi total de cuatro países islámicos: Afganistán, Iraq, Siria y Libia con las secuelas de millones de muertes, sufrimiento y destrucción. Sin la invasión de Iraq no se habrían producido las matanzas en Siria, en Libia y no se habría consolidado el Estado islámico.
Occidente tiene las manos manchadas de sangre inocente y ha acumulado delitos y horror suficientes como para ser merecedor del rencor de estos países. La cantidad de muertes, destrucción y sufrimiento gratuito no quedará impune y lo odios que se han generado permanecerán durante siglos en su subconsciente colectivo. La paz no se conseguirá con condenas, con mayor represión, drones, o controles.
Desde Redes Cristianas condenamos la violencia y apostamos por caminos de justicia y de encuentro.