Todos conocemos los relatos pascuales del Testamento cristiano, cuya síntesis queda recogida en esta proclamación: ¡Cristo ha resucitado! En ella se nos quiere transmitir la experiencia pascual que los discípulos más allegados a Jesús tuvieron de su muerte. O, quizás mejor, vemos cómo expresaron por escrito la tradición oral de esos hechos que llegó a los cristianos que vivían entre los años 65-100. ¿Qué han querido decir y cómo podemos ver hoy y expresar nuestra fe pascual?
Si uno va al diccionario de la Real Academia Española, lee que resucitar significa “devolver la vida a un muerto” o “volver a la vida”. Es lo que pensamos todos. Pero por otra parte hoy nos dicen que es imposible que eso pueda suceder. Nadie que haya muerto de verdad puede volver a la vida que tenía antes de morir. Después de un cierto corto tiempo comienza en el muerto un proceso físico y químico irreversible sujeto a las leyes que rigen nuestro mundo. Es lo que le sucedió al Nazareno, igual que a todos los que han muerto, salvo que se empleen técnicas de conservación artificial de cierta parte de la materia corporal.
Ahora bien, ¿los evangelios nos hablan de un Jesús que ha vuelto a la vida de antes con una presencia real física? Parece que es lo que dicen y apoyan la noticia en el sepulcro vacío y en todas las apariciones de las que nos hablan. Hasta dicen que Jesús come pescado con ellos. Especialmente vibrante y realista es también la escena del encuentro de Jesús y Tomás, el incrédulo. Ello hace que el Catecismo de la Iglesia católica diga que “ante estos testimonios es imposible interpretar la resurrección de Cristo fuera del orden físico, y no reconocerlo como un hecho histórico”. (CCE 643). Dos calificativos estos que, me parece, no se pueden mezclar así, uniéndolos sin más. Una cosa es que la ‘resurrección’ haya sido un hecho místico histórico y otra que se pueda hablar de un suceso físico histórico, que parece hay que entender como que el cuerpo de Jesús muerto totalmente en cruz y sepultado ha vuelto a la vida física y química que tenía antes de morir. ¿El Jesús resucitado ha comido realmente el pescado que le suministran sus amigos, le habrá llegado al estómago, lo habrá digerido, etc.? Eso no es posible.
Así pues, una cosa es lo que le ha sucedido a Jesús física e históricamente después de muerto y otra las vivencias, también históricas, que pudo haber provocado la muerte de Jesús en sus discípulos, cómo la vieron ellos y la repercusión que tuvo en su vida, todo vivido en cada uno de modo real, físico, histórico… Las leyes físicas, químicas, etc., de la Naturaleza, tal como están formuladas en cada momento de la historia, nadie las puede alterar. Ninguna “fuerza mágica” puede actuar en este campo. En este terreno lo que se llama “Dios”, tampoco puede hacer algo. Nuestro mundo es autónomo, regido exclusivamente por sus propias leyes. El poder de Dios no puede intervenir para que no suceda lo que tiene que ocurrir. Esto no es perder la fe, es no creer en un Dios mago, igual que no creemos en la magia de un dios de otras creencias, ni de persona alguna que se nos presente como tal.
Hay que decir que el Nazareno, una vez muerto en la cruz, inicia un proceso de descomposición corporal, física, histórica, irreversible. Esté donde esté el cuerpo de Jesús, le sucedió necesariamente lo mismo que a todos los cuerpos vivos que no han sido tratados para realizar algún tipo de conservación. Estará integrado de la manera que sea en el cosmos. “Nada se crea y nada se destruye, todo se transforma”. Tan imposible es revertir el proceso de la muerte humana, como separar el agua caliente mezclada con otra agua fría para volver a estar separadas como estaban antes. Igual que hoy no hay nada ni nadie que pueda devolvernos a la infancia. Lo mismo hay que decir de la resurrección física de Jesús. Eso no puede suceder. Tampoco podemos pensar en una ascensión física de Jesús a los cielos. ¿En qué sitio del cosmos está ese cielo?
Las narraciones pascuales, como todas las de los evangelios necesitan ser interpretadas. En muchos casos el significado de Cielo y Dios viene a ser el mismo. Lo vemos en la expresión Reino de los Cielos y Reino de Dios, que se emplea indistintamente en los evangelios. Por otro lado, hay que tener en cuenta que las narraciones pascuales son unas composiciones anónimas, primero orales y luego escritas, que se fueron unificando entre los años 65-100 y no terminaron de ser reunidas en colección hasta principios del siglo II. También es importante recordar siempre al leerlas que los evangelios no son libros con pretensión histórica, sino más bien catequética cuyas enseñanzas a veces hay que indagarlas y deducirlas. Eso ocurre también a la hora de contarnos las vivencias de los discípulos que estuvieron cercanos a Jesús a la hora de su muerte. Hay que considerar igualmente que ni los hechos ni las vivencias fueron escritas por los que las vivieron, pero lo que sí se sabe con certeza es que no pudieron contar que aquel Jesús muerto en la cruz lo vieron después viviendo de nuevo con ellos. Si fuera así, entenderíamos que estarían mintiendo, pues eso no pudo haber sucedido. En cuanto a sus vivencias resulta más difícil determinar lo que hay de certeza, pues con el paso del tiempo también se pudieron haber hecho transformaciones de lo que se escribía y se desconocía, contaminando el relato con la visión y los sentimientos que la narración de la “resurrección” hubiera producido en los escritores.
Desde esta perspectiva hay que considerar la historia del sepulcro vacío y de las diversas apariciones de Jesús que nos lo describen con una vida biológica física, al igual que su ascensión a los cielos. De estas narraciones no pueden ser autores lo mismos protagonistas y hay que considerarlas creaciones literarias posteriores. Ellos hablarían de su experiencia pascual de una manera diferente, más directa y llana, como nosotros podemos describir nuestra propia experiencia pascual dando testimonio de que el Nazareno vive aún hoy y explicamos lo que queremos decir. Ellos siguieron hablando de Jesus, de lo que dijo e hizo y se puede concluir que tuvieron voluntad de mantener viva a esa persona que tanto impacto hizo en ellos. Jesús sigue vivo es la confesión de fe que también hacemos aún hoy los cristianos. Jesús sigue vivo en nuestra vida, continuando la obra que comenzó de anunciar e impulsar el “Reinado de Dios”, tal como se recoge en los evangelios. Esta realidad del Jesús viviente siempre a través de la vida de sus seguidores es un hecho histórico. Cristo, en este sentido, no ha resucitado, está resucitando siempre. Lo resucitan sus discípulos. Vemos en ello una responsabilidad que nos compromete y hace que nuestra fe nos resulte atractiva e ilusionante.
Por otra parte, algunos pensamos también que el Jesús histórico “vive en Dios”, sabiendo que lo que decimos es una frase llena de misterio, difícil o imposible de explicar, como sucede siempre que empleamos el vocablo “Dios”. También podemos decir que Jesús está en el “Cielo”, si así queremos llamar al Dios que lo llena todo. Vuelve a donde vivió siempre, donde vivía ya antes de nacer aquí en este mundo. Como todos los seres humanos, que vivimos de algún modo ya desde hace miles de millones de años y en esa vida permaneceremos siempre. Todos tenemos parecido origen, parecida historia, parecido destino.
18 de abril de 2025. José María Álvarez, del Foro de Cristianos Gaspar García Laviana.