Boletín 76 Cristianos de Base de Gijón

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Bienaventurados los que trabajan por la paz

El Evangelio de Jesús nos llama a amar al prójimo, especialmente al más débil, al marginado, al hambriento, al enfermo. Nos convoca a vivir como hijas e hijos del Reino, siendo instrumentos de paz y de justicia. Hoy, ese llamado resuena con urgencia frente a las decisiones de los poderosos del mundo.

El reciente anuncio del G7 de recortar la cooperación internacional en un 28 % para 2026
es, sin exagerar, una sentencia de muerte para millones de seres humanos. Niños y niñas
que no tendrán acceso a vacunas, mujeres embarazadas sin atención médica, personas
enfermas sin tratamiento. Esto no es un titular: es una herida abierta en el costado de la
humanidad. Y sabemos quién es el que sufre en cada uno de esos cuerpos llagados: es
Cristo mismo, crucificado hoy en los empobrecidos del mundo.

Mientras tanto, los países más ricos, incluida España, incrementan vertiginosamente su
gasto militar. En 2025, el presupuesto en defensa de nuestro país alcanzará los 33.123
millones de euros, el 2 % del PIB, lo que supone un aumento de más de 10.000 millones
respecto al año anterior. Y no por una necesidad real de defensa, sino por las presiones de la OTAN y los intereses de una industria armamentística que, como siempre, está en manos de los más ricos y los más lejanos al sufrimiento humano.

Se pretende justificar ese gasto con un enemigo que nos recetan. Pero multiplicar los tanques, exige el cierre de escuelas. Fabricar misiles requiere debilitar la sanidad pública. Y mientras se alimenta la maquinaria de guerra, millones caen en la pobreza, muchos de ellos en nuestra propia tierra: 12,5 millones de personas en riesgo de exclusión, 4,1 millones en pobreza severa, una pobreza infantil que hiere profundamente nuestra conciencia de país. Y una juventud que, sin oportunidades, es condenada al paro o a la emigración.

Ante esta realidad, como Comunidades Cristianas de Base, tenemos que alzar la voz. No
podemos aceptar que se sacrifique la vida de los pobres para engordar las cuentas de las
empresas armamentísticas. No podemos ser cómplices del silencio mientras se renuncia a la cooperación internacional para apostar por la guerra. No podemos olvidar el mandato de
Jesús: “Amaos los unos a los otros como yo os he amado” (Jn 13,34), un amor que no
empuña armas ni levanta muros, sino que sirve, cura y acoge.

Es justo reconocer y apoyar la resistencia del gobierno español a las presiones para aumentar el gasto militar hasta el 5 % del PIB. Pero como Iglesia encarnada en la vida del pueblo, tenemos el deber de exigir con firmeza que los recursos se destinen a lo que da vida, no a lo que la destruye. Vivienda digna, sanidad universal, educación pública, cooperación internacional,trabajo digno para todos: este es el verdadero escudo de una  nación. Jesús no empuñó la espada. Denunció la injusticia, expulsó a los mercaderes del  y puso a los pobres en el centro. Como seguidores suyos, no podemos rendir culto a la seguridad armada ni al falso mito de la disuasión militar. Nuestra fe nos impulsa a construir la paz con justicia, a denunciar el pecado estructural que margina, empobrece y mata, y a hacerlo desde abajo, desde las periferias, desde el grito de los crucificados de la historia. Porque “todo lo que hicisteis con uno de estos mis hermanos más pequeños, conmigo lo hicisteis” (Mt25,40).

Que el Evangelio de la paz ilumine nuestras decisiones y nuestras luchas.

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